Un día me explicó su principal razón para no compartir mi empeño en salir del castrismo. Los dos esperábamos por la comida que preparaba el políglota Desiderio Navarro. Eran platos de otras lenguas para las nuestras, un plato árabe y otro de Europa oriental. Arturo Arango cuestionó qué pasaría si, por buscar cambios políticos tan rotundos, el país llegaba a una situación más insoportable.
Ya fuera por convicción o por miedo, él no utilizaba el término
dictadura, aunque sus expectativas no contemplaban más alternativa a Fidel
Castro que otro régimen dictatorial, de derechas.
Contesté a su pregunta con este acertijo marital: suponiendo que su
esposa tuviera un amante y él se enterara, ¿qué iba a hacer? ¿Aguantar los
tarros, por miedo a que su siguiente pareja pudiera engañarlo de peor manera?
Él replicó que no era lo mismo, y tal vez tuviera razón. Quizás mi
ejemplo no venía a cuento cuando hablábamos de política, pero lo suyo era,
evidentemente, miedo al futuro.
Ese miedo lo empujó al envilecimiento. Años después de aquella comida
compartida, dirigía la Cátedra de Guión en la Escuela Internacional de Cine
(EICTV) y fue uno de los que expulsó al profesor Boris González Arenas por
hacer periodismo independiente.
Con el pretexto de evitar posibles atropellos futuros, Arturo Arango era
capaz de cometer muy reales atropellos en el presente. Que él dirigiera una
cátedra daba la medida de la mediocridad de aquel centro de estudios. Porque mediocres
son sus novelas y cuentos, así como los ensayos que ha publicado bajo un mismo
título —"Reincidencias", "Segundas reincidencias" y
"Terceras reincidencias"—, tal como Valéry y Sartre (no creo que él
haya leído al primero) repitieron "Variété" y "Situation"
para los suyos.
En una entrevista reciente, opinó: "Tengo la impresión de que cada
vez el Gobierno cubano tiene que actuar más como lo dejan que como quiere, que
es algo también que ha pasado históricamente".
Luego del énfasis que anuncia que nos confesará un impresión (y conste
que las impresiones son volátiles y exigen muy atenta escucha), no hace otra
cosa que repetir la coartada gubernamental de los impedimentos que vienen del
norte. Redoble de tambores en el circo del pensamiento, luces dirigidas hacia
el trapecista, para descubrir que entre el aserrín del suelo y el trapecio no
hay ni una cuarta de altura.
Cuando en esa misma entrevista declara: "Yo soy un anticapitalista
radical", no puede uno menos que echarse a reír. ¿Radical él, el llorón de
la antesala de Roberto Fernández Retamar del que habla Gabor? ¿Anticapitalista
él, agradecido de que lo empleen en el extranjero, y no precisamente en Corea
del Norte?
Hay ensayistas con ideas y argumentos poco sorprendentes que se salvan gracias a su poder expresivo, pero este no es su caso. Le preguntan en dicha entrevista acerca de sus miedos, y contesta: "Le tengo pánico a las ranas. Le temo a la muerte". En la cosmología personal de Arturo Arango la libertad ha de aparecer bajo la figura de esqueleto o de rana (...)
(Del "Diccionario de la
Lengua Suelta", de Fermín Gabor, Renacimiento 2020)
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