A partir de mediados de los años 60, Ia poesía de Roberto Fernández Retamar, a medida que se subordinaba más y más al poder, fue perdiendo calidad. Ahí están los poemas revolucionarios y pro soviéticos, hoy intrascendemes o rebasados por Ia estética y Ia historia, de Que veremos arder (1970), de Cuaderno paralelo (1973) y de Circunstancia de poesía (1974). Hay, sin embargo, un momento previo a esa burda politización de la poesía en el que Ia lírica de Fernández Retamar ofrece lo mejor de sí. Me refiero al cuaderno Historia antigua (1964), publicado por su amigo Fayad Jamís en Ia editorial La Tertulia y donde poemas como “Arte Poética” se internan en una honda reflexión sobre el acto de Ia escritura, sin otro horizonte valorativo que no sea Ia voluntad, a veces débil, de desentrañiar el misterio de Ia diversidad del mundo.
Nunca, sin embargo, aquella recurrencia al
duelo del sobreviviente, a Ia documentación de Ia culpa del letrado, abandonó
Ia poesía de Fernández Retamar. Ahí están los conocidos versos “usted tenía
razón, Tallet, somos hombres de transición: sólo los muertos no son hombres de
transición” y tantos otros de los años 70 para dar fe de aquel malestar bajo Ia
condición del intelectual revolucionario. Habrá que esperar hasta fines de los
80, o más claramente, hasta mediados de los 90, para que Ia poesía de Fernández
Retamar recupere un poco, sólo un poco, aquel tono elegiaco y sutil de los años
50. Algunos poemas de Cosas del corazón (1997) y de Aquí (1998)
escenifican, como ha señalado Jorge Luis Arcos, una vuelta a Ia mejor tradición
de Ia poesía histórica cubana e hispanoamericana, donde el vaivén entre “nostalgia”
y “esperanza” producen un discurso sobre “relatividad del conocimiento histórico”
desde una “perspectiva poética de lo temporal”.
(Tumbas sin sosiego, Anagrama, 2016)
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