Recuerdo
que cierta polemista se ocupó de abundar atributos de su carrera como autor.
Virtudes no precisamente relacionadas con la ficción literaria, sino con textos
escritos en esa vertiente de la crónica y el reportaje que dan en llamar
Periodismo narrativo.
Hubo una época en que al Periodismo
narrativo se le conocía como Nuevo periodismo, pero el tiempo no perdona y
entonces se le cambió el nombre. Según estudiosos, dicha corriente surgió hace
unos sesenta años con Rodolfo Walsh y Truman Capote; pero otros, con ojo
chusco, apuntan que ya estaba presente en Herodoto, hace veinticinco siglos.
O sea, el Nuevo periodismo es bastante
viejo, pero la polemista me recomendó buscar los novedosos textos de Carlos
Manuel, cosa que prometí y finalmente no hice. Sin embargo, un par de días
atrás alguien compartió en Facebook un artículo suyo, y entonces me dije: Vaya,
he aquí la promesa. Quiero decir, la promesa que hice de leer “la promesa”, y,
con la esperanza de disfrutar un periodismo en cuerda literaria, di un clic
sobre el vínculo que remitía al diario español El País.
La buena narrativa tiene la virtud de
sumergir al lector en los hechos; uno los vive, de algún modo también los
reporta; pero seis párrafos después, no había elementos propios del género.
¿Dónde está el narrador?, me preguntaba.
Sin narrador no hay periodismo narrativo,
pero es que tampoco aparecían técnicas comunes hasta en novicios: ni una mudita
espacial, ni una cajita china... Era la mirada del autor mondo y lirondo, sin
dialogismo, a puro teque, y con un único propósito: hacernos creer que el
recién fallecido intelectual cubano Roberto Fernández Retamar, es un “mal
poeta”, un poeta que “no sirve” (sic).
¡Vaya estilo! ¡Vaya concepto! ¡Vaya lenguaje
de cervecería aplicado a la crítica literaria! ¡Perdónalo, san Borges! Qué
diría Alfonso Reyes.
Pero bien, demos por válido su derecho a la
rotundez; solo que ya sabemos por Aristóteles que en materia de argumentación
no puede haber refutatio sin probatio. Y que, por Dios, quien
ahora se adentra en la crítica literaria no fue vendido como fanático de
graderías o portero de club nocturno, sino como promesa de la literatura
latinoamericana, según cábalas de un jurado pitoniso.
Uno espera que luego de esa tremenda
afirmación venga la ciencia, sobre todo teniendo en cuenta que muchos
académicos y renombrados críticos han fundamentado lo contrario. Hay suficiente
literatura pasiva sobre la obra de Retamar, y gran parte de ella, la gran
mayoría, lo ubica como uno de los grandes autores latinoamericanos.
Pero no. Como Carlos Manuel es una promesa,
al parecer no tiene por qué cumplir con normas elementales de la crítica
literaria. Caso contrario dejaría de ser promesa: ¿Me explico? Vaya, ni acaso
atender a reglas clásicas del acto expositivo del discurso, pues del exordium
va directo al peroratio, sin atenerse a los beneficios del narratio
y el argumentatio. O sea, considera que con el teque y la matraca es
suficiente.
Por usar su mismo recurso beisbolero, en la
competencia entre literatura y trivialidad, hasta el noveno inning
(perdón, párrafo) de su despacho tenemos el siguiente score: figuras de la
dicción, cero; frases hechas, lugares comunes y argumentos ad hominem,
once. Una paliza de la vulgaridad contra el arte.
¿Para quién escribe este muchacho? Por su
lenguaje tabernario podemos conjeturar para quién lo hace. En materia de
discurso, existen los llamados registros lingüísticos. Esto significa que un
emisor habla de acuerdo con el contexto y el tipo de receptor. ¿Y quién sería
ese receptor que a una “promesa de la literatura latinoamericana”, a un excelso
prospecto del Periodismo narrativo, obliga a un lenguaje y unos modos de tan
baja estofa?
(…)
Roberto Fernández Retamar es un grande de la
literatura porque ahí está su obra para probarlo. Carlos Manuel Álvarez, en
cambio, es autor sin mayores méritos más allá de conjeturas y construcciones
propias de lo mediático. Le queda muy grande Retamar, porque ya lo avisa un
refrán relativo a las promesas: Vale más un “toma”, que diez “te daré”.
Por último, a Carlos Manuel quizá le
convendría entender algo: si su artículo no es ciento por ciento bodrio, si en
algún momento contiene verdadera literatura, es porque allí cita varios versos
escritos por Retamar. Debería agradecerle esto a Roberto.
(El
agradecimiento que le debe a Retamar. La Jiribilla, Agosto 2019)
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