Padura,
aunque lo niegue con pánico oportunista, es un actor más político hoy en Cuba
que cualquier miembro del Consejo de Estado, el Consejo de Ministros, la
Asamblea Nacional del Poder Popular, o el Comité Central del Partido Comunista
de Cuba (el único legal).
El sesgo ideológico de Padura es sólo una
máscara: la novela de su vida. Él es un hombre que no cree en el socialismo,
pues conoce bien de toda la barbarie cometida por este sistema a nivel mundial
(como todos los sistemas lo hacen), con la complicidad criminal de los Castros
en Cuba. Pero Padura tiene que insistir patéticamente en que es un producto
crítico “desde dentro” de la Revolución Cubana (el mercado se lo exige así: al
capitalismo le encantan las dictaduras alternativas al statu quo). Incluso,
Padura tiene que fingir cierta heterodoxia de izquierda, cuando en realidad su
única experiencia existencial en Cuba es la de habitar en una nación sin esfera
pública, sin sociedad civil, en un régimen monolítico-monárquico tanto por Ley
como por Constitución, sin la menor noción de lo que es un espectro político
funcional, la separación de poderes moderna, y mucho menos la diversidad
multicultural.
El intelectual cubano contemporáneo ya no es
un ser subdesarrollado, sino un engendro contradesarrollado.
No se le pueden pedir peras a Padura.
Nuestro hombre en Mantilla ha hecho muchísimo desde su trinchera novelística en
medio del fin de la tiranía cubana. Y tenemos que dejarlo que maniobre ahora a
su conveniencia para no quemar demasiadas naves al interior de la Isla, pues nadie
está a salvo de la represión en la Cuba de Castro. Nadie está a salvo de los
mecanismos anónimos de la muerte que aplica el Ministerio del Interior como
tácticas de biopolítica estalinista: muerto el hombre, se acabó el problema del
hombre. Padura lo sabe.
(De
Padura y otras preguntas. Blog Lunes de Post-Revolución, octubre 2017)
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