Ha sido noticia que
se ha convocado desde Miami un "Premio Nacional de Literatura
Independiente" para escritores residentes en la Isla. Pongámonos, de
entrada, un tanto quisquillosos con eso de "literatura
independiente". Comencemos por recordar que cada vez que se le agrega
apellido a la palabra literatura, hay casi siempre más de lo segundo y menos de
lo primero.
No hay manera de
verlo más claro: lo primero que dice la convocatoria es que atenderán a la
calidad literaria de los candidatos. Nada que objetar, aunque tampoco se
esperaba menos. Pero he aquí que aseguran que cuidarán de premiar solo a
aquellos que muestren su "independencia, respecto a las instituciones
oficialistas en Cuba [sic]" y que mirarán los "últimos cinco
años".
¿Hay modo de medir
esa independencia? ¿En base a qué normas se articulará un juicio en torno a lo
"literario" y lo "independiente"? ¿Es posible conocer la
cantidad de escritores que ganan un premio oficial o que publican un libro en
la editorial Letras Cubanas o son miembros de la UNEAC que no están de acuerdo
con el sistema, que se guardan para sí sus "independencias"? ¿Cuántos
escritores y artistas fueron parametrados y censurados a pesar de su membresía
en la UNEAC o de publicar con las editoriales del Instituto Cubano del Libro?
Y luego esa fecha
de expiración: cinco años, como quien le pone vencimiento a un modo de
comportarse. Tienes un quinquenio para limpiar tu currículum gris, parece
sugerir.
Si lo que se desea
es premiar a un escritor que destaca más por su activismo político, no valen
entonces pomposidades. Concédasele el aporte de un reconocimiento en metálico
organizado por una colectividad que le apoya y estimula, es todo. Porque
suponemos que no tendrán ninguna dificultad en distinguir entre un activista
político que apenas produce un par de malos libros de versos y un escritor de
la estatura de Rafael Alcides o Ángel Santiesteban. Que por cierto, también hay
que decirlo, si hablamos de ellos es porque buena parte de su obra fue
legitimada por concursos o premios oficialistas, sea la Casa de las Américas o
la UNEAC, o antologías o membresías generacionales. ¿Pero de qué nos va a
servir todo eso en términos de jerarquizaciones estrictamente literarias si se
permiten juntar en una misma lista a Ena Lucía Portela, dueña de una sólida
narratividad, con la incipiente obra de un autor emergente?
De la no tan
precaria sociedad civil del exilio cubano no debería salir la convocatoria de
premios literarios pensados como institucionalidad exiliada y menos como
reacción ante —o en sustitución de— el conjunto de instituciones estatales de
las que hemos sido expulsados. Es asunto mal enfocado, muestra de poca imaginación y que hace buena
la aseveración de que es la típica elección de un grupo o de algunos
iluminados. Tienen que aparecer mejores formas de perturbar el sueño del Estado.
El problema de esa
sombra alargada llamada exilio es su pulsión Estado, su deseo de competir con
gestualidades propias de aquel: esa ansiedad de totalidad que pertenece al
Estado es reclamada por un conjunto de personas y asociaciones fuera de él.
Luego vendrán los debates en torno a quiénes segregar, cómo desdeñar los otros
exilios posibles, las cuotas de activismo o anticomunismo que posee cada cual,
sus vínculos con cuáles movimientos o líderes opositores, si apoya el embargo o
no, si publica en tal editorial o revista.
Al final, los años
han pasado y los escritores cubanos siguen a merced de dos descampados: la
voracidad totalitaria de aquel ancien Estado, y la atomización de una sociedad
civil que se muestra incapaz de ir más allá de la producción de discursos.
Aunque a la larga puede que su papel no sea otro que ese.
(El viaje inverso. Diario de Cuba, diciembre 2014)
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