Sábado
y suplementos culturales son, como se sabe, una sola cosa. Y el sábado comienza
(al menos para mí) con la lectura en pantalla de La Jiribilla. Porque algo
me hace sospechar que la suerte del día, y hasta de días sucesivos, depende de
lo que traiga ese cajón de sastre que lleva ya dos años de publicación gracias
al apoyo de varias instituciones gubernamentales (y cuál no lo es en la isla)
cubanas.
No
puede entonces menos que alegrarme el que ahora se alce a vivir en lo táctil,
que La Jiribilla aparezca en papel. En La Habana, en un salón de la UNEAC,
acaba de presentarse el número cero y la revista en la red ha puesto a
disposición de sus lectores lejanos los discursos y un albúm de imágenes. Albúm
de época como todos, éste lo es más aún porque parece de fecha muy anterior a
este atribulado 2003 que vivimos.
Para
darse cuenta de ello no hay más que recorrer los rostros que en tal
presentación ocupaban primera fila. Roberto Fernández Retamar, Abel Prieto,
Graziela Pogolotti, Ricardo Alarcón, Antón Arrufat y Carlos Martí sentaditos silla con silla. (En segunda fila
Reynaldo González, detrás del ministro, hasta que le den el dichoso Premio Nacional de Literatura, y Marilyn
Bobes, quien en una de las fotos luce como su propia abuela. En tercera o
cuarta, Ambrosio Fornet, Basilia Papastamatiu y otras hierbas del vergel. Muy
pocos escritores y ninguno de menos de cincuenta años.)
De
esa primera fila extraigamos, como en tantos desalojos fotográficos, a Ricardo
Alarcón. (Los políticos suelen interesarnos poco.) Retamar, Prieto, Pogolotti,
Arrufat y Martí, ¿qué nos dicen tan ilustres cabezas?
Mejor
no intentar aquí el estudio de sus desvaríos (Prieto, por ejemplo, ha vuelto a
soltar en entrevista que las leyes del mercado son, para la cultura, peor que
los censores de Stalin), sino el de sus apariencias. Y, al respecto, el albúm
de imágenes publicadas por La Jiribilla lo está diciendo a gritos: ¡qué mal peladas
están esas cabezas!
Retamar
porta cagua, pero se le salen por detrás unas mechas que dan rasquiña.
Pogolotti parece una yakuza de película japonesa de serie B (se salva
porque es ciega). Con una barba de malvado de aventuras, Martí embaraja lo de
su cabeza como embaraja con su cargo lo mal poeta que es. Y a Prieto y Arrufat,
sin cagua ni barba ni ceguera, el rayo los parte en descampado. Mirándolos en
esa facha uno llega a preguntarse si no los habrá cortado a los cinco la misma
tijera. Y entran deseos de ser por un momento (sólo por un momento) Reynaldo
González o Marilyn Bobes, espectadores tan privilegiados que alcanzan a
mirarlos por detrás.
Para
averiguar a qué obedece ese aire común, tal como si los cinco formaran una banda (dicho en cualquiera de sus
posibles sentidos), hemos tenido que recurrir a un barbero especialista en
cortes históricos. (Últimamente hemos dado turno de palabra a discutidores de
béisbol y ahora a un fígaro: abogamos desde aquí por la masividad de la
cultura.) Felo (que así lo llamaré) ha sido en varias ocasiones el encargado de
poner las cosas en su sitio. Fue él quien determinó que lo que Nisia Agüero se
hace en su cabeza no es más que un Pompadour
aplatanado, y lo que hasta hace poco paseaba Rosa Elena Simeón en propio o en
peluca, un Arlequín. Y, respecto a
los cinco, Felo no tuvo más que echar una ojeada a la foto de La Jiribilla para
dictaminar: “Lo que tienen es mulé”.
“Ahora
lo que tengo es mamey”, rezaba un estribillo de la misma época de esos pelados.
Coimbre tuvo una china, según Arsenio Rodríguez. Mendó tenía el ritmo upa-upa. Pero, ¿qué es eso de mulé que se aloja en las cabezas hasta
dejarlas así? Viene del inglés “mullet” y mi consultado Felo lo explica así:
arriba corto, pegado en las sienes y largo por la espalda. O sea, atajé, lo que se dice un McCartney. Felo dixit: un McCartney, un David Bowie
glam como Ziggy Stardust, un Lionel
Richie, un Abel Prieto. Los ochenta, la ridiculez misma, lo cheo en sí y para
sí. Hasta el punto que, según el Oxford English Dictionary, “mullet head” viene
a significar “stupid person”.
Y
ahí estaban, con sus distintas longuras, that
five mullet heads en la presentación del number cero de The Jiribilla.
Y Felo me propuso seriamente que, ahora que vuelven los rumores de que Prieto
cesa como ministro, podrían hacerlo presidente de la Asociación Nacional del Mulé tal como Charlton Helston preside la
del Rifle. “Hacer de cada pelado un arma de combate”, sería la consigna.
Y
a quien considere exagerada la consigna anterior lo remitimos (aquí Felo metió
mano a la recortería de sus archivos) al origen indoamericano del mullet. Pues, según un especialista en
culturas autoctónas norteamericanas de la Universidad de Harvard, los indios
creían que el espíritu de cada uno reside en su cabellera (siempre hubo poco
indio calvo) y el mullet les servía a
la vez de alarde y precaución. Corto arriba, el ojo enemigo no podría echarle
mal. Largo atrás, escondido tras la nuca, apuntaba al poder de la tierra (Joyce
Chang, Mullet mania, en Men’s Fashions of The Times, The New York Times Magazine, spring
2002, pp. 64-66).
Y
si es citado viejo ejemplar de periodiquete yuma, ¿por qué privarnos de hacerlo
con nuestro Granma? Según su edición del 7 de junio de este año, el famoso payaso
Oleg Pópov se queja de la jubilación que ahora recibe en Rusia. Tuvo en el
régimen anterior cuatro órdenes nacionales de mérito, tuvo la orden Lenin y la
distinción de artista emérito de la Unión Soviética, viajó por todo el mundo,
fue excelente payaso, y ahora lo que le dan es calderilla, humo de samovar.
Del
Granma puede saltarse entonces otra vez a La Jiribilla: uno vuelve al album de
fotos y llega a comprender qué hacen peinados del mismo modo, en son de
batalla, esos cinco indios de la primera fila. “Un buen payaso necesita
cuarenta años hasta que encuentra su cara”, dice Granma que Oleg Pópov afirmó entre sus lamentos.
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