Friday, March 4, 2016

Michael H. Miranda sobre el “Premio Nacional de Literatura Independiente”

Ha sido noticia que se ha convocado desde Miami un "Premio Nacional de Literatura Independiente" para escritores residentes en la Isla. Pongámonos, de entrada, un tanto quisquillosos con eso de "literatura independiente". Comencemos por recordar que cada vez que se le agrega apellido a la palabra literatura, hay casi siempre más de lo segundo y menos de lo primero.
   No hay manera de verlo más claro: lo primero que dice la convocatoria es que atenderán a la calidad literaria de los candidatos. Nada que objetar, aunque tampoco se esperaba menos. Pero he aquí que aseguran que cuidarán de premiar solo a aquellos que muestren su "independencia, respecto a las instituciones oficialistas en Cuba [sic]" y que mirarán los "últimos cinco años".
   ¿Hay modo de medir esa independencia? ¿En base a qué normas se articulará un juicio en torno a lo "literario" y lo "independiente"? ¿Es posible conocer la cantidad de escritores que ganan un premio oficial o que publican un libro en la editorial Letras Cubanas o son miembros de la UNEAC que no están de acuerdo con el sistema, que se guardan para sí sus "independencias"? ¿Cuántos escritores y artistas fueron parametrados y censurados a pesar de su membresía en la UNEAC o de publicar con las editoriales del Instituto Cubano del Libro?
   Y luego esa fecha de expiración: cinco años, como quien le pone vencimiento a un modo de comportarse. Tienes un quinquenio para limpiar tu currículum gris, parece sugerir.
   Si lo que se desea es premiar a un escritor que destaca más por su activismo político, no valen entonces pomposidades. Concédasele el aporte de un reconocimiento en metálico organizado por una colectividad que le apoya y estimula, es todo. Porque suponemos que no tendrán ninguna dificultad en distinguir entre un activista político que apenas produce un par de malos libros de versos y un escritor de la estatura de Rafael Alcides o Ángel Santiesteban. Que por cierto, también hay que decirlo, si hablamos de ellos es porque buena parte de su obra fue legitimada por concursos o premios oficialistas, sea la Casa de las Américas o la UNEAC, o antologías o membresías generacionales. ¿Pero de qué nos va a servir todo eso en términos de jerarquizaciones estrictamente literarias si se permiten juntar en una misma lista a Ena Lucía Portela, dueña de una sólida narratividad, con la incipiente obra de un autor emergente?
   De la no tan precaria sociedad civil del exilio cubano no debería salir la convocatoria de premios literarios pensados como institucionalidad exiliada y menos como reacción ante —o en sustitución de— el conjunto de instituciones estatales de las que hemos sido expulsados. Es asunto mal enfocado,  muestra de poca imaginación y que hace buena la aseveración de que es la típica elección de un grupo o de algunos iluminados. Tienen que aparecer mejores formas de perturbar el  sueño del Estado.
   El problema de esa sombra alargada llamada exilio es su pulsión Estado, su deseo de competir con gestualidades propias de aquel: esa ansiedad de totalidad que pertenece al Estado es reclamada por un conjunto de personas y asociaciones fuera de él. Luego vendrán los debates en torno a quiénes segregar, cómo desdeñar los otros exilios posibles, las cuotas de activismo o anticomunismo que posee cada cual, sus vínculos con cuáles movimientos o líderes opositores, si apoya el embargo o no, si publica en tal editorial o revista.
   Al final, los años han pasado y los escritores cubanos siguen a merced de dos descampados: la voracidad totalitaria de aquel ancien Estado, y la atomización de una sociedad civil que se muestra incapaz de ir más allá de la producción de discursos. Aunque a la larga puede que su papel no sea otro que ese.

(El viaje inverso. Diario de Cuba, diciembre 2014)

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