Poco antes del terremoto de Chile, Roberto Fernández
Retamar, a nombre de la Academia Cubana de la Lengua que preside, publicó un
ataque furibundo contra
la Real Academia Española de la Lengua y el resto de las latinoamericanas,
porque las instituciones habían invitado a varios escritores exiliados cubanos
al V Congreso de la Lengua que debió celebrarse en Valparaíso el pasado 2 de
marzo, evento que fue cancelado ante la catástrofe, aunque las ponencias están
siendo recogidas en el website del Congreso. Un cable
de France Press interpretó
que la incomodidad de este apparatchik de la cultura cubana se debía a que
Yoani Sánchez había sido convocada para hablar del papel de las redes sociales
en la lucha por la conquista de las libertades, algo que seguramente era
cierto, pero la irritación de Don Roberto tenía, además, otras explicaciones.
Sucede que el Secretario Ejecutivo de todas las
academias latinoamericanas, con sede en Madrid, es un exiliado cubano, el Dr.
Humberto López Morales, el mejor, más productivo y respetado de los lingüistas
cubanos en toda la historia del país, mientras, a propósito del tema, Retamar
apenas ha publicado un breve ensayo sobre Estilística, insustancial y
anticuado, aunque tal vez no carente de cierta utilidad pedagógica. Sucede,
también, que yo estaba invitado al Congreso para dictar una ponencia,
precisamente en una sección sobre “Literatura y Cultura en los exilios” que el
señor Retamar debió presidir, y tal vez pensó que el contacto conmigo podía
perjudicarlo.
Si me trataba cortésmente, como recomiendan las
normas de las personas civilizadas en situaciones de este tipo, la policía
política cubana lo hubiera castigado por su “blandenguería” ideológica, y si
hubiese elegido una confrontación sonora, con gritos y actos de repudio, como
es la costumbre de ese gobierno de energúmenos, los académicos de toda América
le hubiesen censurado su impresentable comportamiento. Ante la disyuntiva,
Retamar optó por renunciar a viajar a Chile (supongo que a su pesar) y se
limitó a denunciar el evento como “anticubano”, adjetivo que el aparato suele
usar para descalificar a todo aquel o a todo aquello que se aleje del discurso
estalinista del régimen.
Confieso que a mi me hubiera gustado coincidir con
Retamar en Chile. Soy un fiel practicante de la cordialidad cívica. Esa es una
de las actitudes básicas de cualquiera que crea en las virtudes republicanas.
Recuerdo, además, una memorable entrevista en mi piso de Madrid con Lisandro
Otero, el anterior presidente de la Academia Cubana de la Lengua, propiciada
por JJ Armas Marcelo, el notable novelista español.
Lisandro llegó a casa con cierta prevención, pero a
los cinco minutos la conversación era amistosa y fluida. A los diez, descubrí
que sus críticas a la dictadura eran tan severas como las mías, aunque
discrepábamos en aspectos marginales. Tal vez, si hubiera tenido la oportunidad
de conversar con Retamar, Don Roberto se hubiera quitado la máscara de duro
comisario político con la que asusta a los intelectuales cubanos y habría
aparecido el poeta amable, dulce y católico de su juventud, o el agradable
profesor del Instituto Edison, personaje que suelen recordar sus colegas de
entonces con simpatía, asombrados de la sorprendente metamorfosis que ha
experimentado.
(Retamar y la cordialidad cívica. Blog Penúltimos Días, marzo 2010)
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