El artículo —ya no se utiliza
la categoría “reflexiones”, al parecer por la falta de continuidad— es similar
a otros anteriores por su falta de coherencia. Castro no presenta una idea, la
desarrolla y concluye, sino que lanza palabras, conceptos, frases, estereotipos,
recuerdos, todo mezclado en una especie de narrativa cercana a un flujo de
conciencia. En este monólogo uno siempre espera encontrar una revelación, una
singularidad, algún detalle curioso, pero casi nunca ocurre. Dentro de un marco
de referencia, que en lo que respecta a la ciencia y la historia universal,
parece fundado en lecturas repetidas de una publicación como la Revista Selecciones, se intercalan
algunas anécdotas personales —casi siempre sin mucha trascendencia—, lugares
comunes y una visión del proceso revolucionario que inició y llevó a cabo en
cuya descripción cada vez más se acentúa una posición a la defensiva: es
perenne la confusión entre la realidad y una serie de supuestos ideales y
metas. Hay en este punto un curioso desplazamiento que solo se explica como una
forma tergiversada de justificación: Castro habla de la actualidad en términos
casi siempre catastróficos, pero ajenos a Cuba: proyecta lo que podría
considerarse su concepción del mundo excluyendo la realidad cubana. Puede
argumentarse que procede así debido a su alejamiento de la vida pública
nacional, pero en la práctica tal alejamiento no es tal: más bien su actitud es
propia de un desterrado, solo que ese destierro obedece a razones de salud y no
políticas.
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