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Monday, September 19, 2016

Wendy Guerra sobre la Feria Internacional del Libro

Ciertamente es esta una exhibición extraña en la que se producen muchos encuentros que deberían llevarnos a algún lugar, pero su espiral ascendente se desvanece al cierre mismo del evento.
   Los acuerdos que puedan tomar cierto editor extranjero con algún dirigente de cultura casi siempre se los lleva el viento. Recordemos que la literatura aquí es un medio ideológico y los funcionaros intermedios no deciden nada, mucho menos qué es o no pertinente en la política cultural de la isla.
   Como diría Eliseo Diego: “Pasa la fiesta y es como si no hubiese venido nadie”, lo acordado se vuelve humo. Los tratos con editoriales españolas, ventas y pactos de colaboración duran tan poco como el invierno en La Habana.
   En el marcial complejo Morro Cabañas se levanta el laberinto de cubículos de las editoriales nacionales e internacionales que nos visitan cada año en febrero. Algunos de estos volúmenes logran venderse en pesos cubanos o CUC y otros son simplemente textos de exposición.
   Los cazadores de libros leen parados e intentan convencer a los editores foráneos, quienes no siempre poseen autorización para distribuir sus ejemplares, que desaparecen luego entre abrigos y carteras. Es preferible repartirlos disimuladamente que llevarlos de vuelta a sus países. Tampoco se les permite a dichos invitados permanecer más allá del tiempo estampado en su visa de participante.
   Los ejemplares de autores cubanos de éxito en el exterior como Pedro Juan Gutiérrez o Leonardo Padura son imposibles de encontrar horas después del paso de dichas voces por los cubículos de las lúgubres galeras.
   Es justo decir que este es un país de lectores. La insistencia de los cubanos por leer es indiscutible, pasar horas y horas de pie en una larga cola para adquirir un libro lo validan.
   La imposibilidad de acceder masivamente a internet para la exploración literaria de lo más reciente mantiene al lector atento y ávido de lo que pueda obtener cada año en este evento.
   Algo digno de celebrar es el esfuerzo de las pequeñas editoriales del interior del país por editar e invitar cada año a nombres significativos de la literatura iberoamericana, quienes debaten sobre tópicos permitidos en los foros interiores. Desafortunadamente, asiste muy poco público y no siempre estos espacios son bien conducidos por el anfitrión, que a veces olvida su lugar como moderador en la mesa y se extiende en citas innecesarias o gestos ególatras.
   Lo terrible de la Feria del Libro de La Habana es la excesiva venta de bebidas alcohólicas y el choque cultural que ocurre en el corazón del encuentro, verdadero combate entre intelecto y vulgaridad.
   ¿Desea mostrar esta feria el retrato literal de nuestros días?
   Ese ambiente de reggaetón camuflado con bachata, trova, salsa y olor a frito impide el intercambio coherente en las áreas exteriores.
   Afuera se discute, ron mediante, de todo menos de literatura, mientras dentro, algunos padres intentan comprar en pesos cubanos un libro para colorear la realidad de sus hijos.

(La Feria Literal del Libro de La Habana. El Nuevo Herald, febrero 2016)

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