Los recursos acarreados por sus décimas vienen de la
tradición más próxima al creador, acaso de los impuestos por la irrupción de
los años ochenta en el campo dinámico de la escritura en décimas. Esta década
aprovechó el subjetivismo y la impronta asociativa de la mejor décima de los
setenta e incorporó procederes de larga data, pero reactualizados vivamente por
una generación de creadores que se percibieron a sí mismos como rebeldes y
fundadores de nuevas direcciones de expresión.
(…)
Dentro de esa herencia cercana, dos recursos son
dignos de mención, por la importancia general que tuvieron, y por el
tratamiento especial que les imprime el poeta. Uno es la densidad trópica, que
no teme al hermetismo sugeridor o a la intertextualidad más ecuestre, y el otro
es el encabalgamiento de múltiples funciones, que dinamiza la incorporación de
la décima a lo puramente poemático, al contrastar con positiva violencia lo
métrico y lo sintáctico.
(…)
Con sintética habilidad son manejadas las
operaciones artísticas que conducen a un resultado de apreciación anímica, o a
un estado sutil de pensamiento, o a una representación de carácter onírico que
no pierde jamás sus poderosos visos de realidad. Son las manipulaciones íntimas
de la imagen, en que se debe tener una singular capacidad de retención y
despliegue, pues las figuras movilizadas son ideales, y es como levantar
esculturas de niebla y empotrarlas silenciosamente en palabras.
(…)
Suponiendo que fuera posible desentenderse de los
mensajes, el acto de observar cómo el autor extiende, dentro del cerco de las
pautas y a través de los saltos de los encabalgamientos, el hilo de la
elaboración ideológica, sería ya un disfrute estético singular.
(…)
En ese trabajo singular hay algo, aunque sea por
sutil comparación, semejante al talento especial del urbanista. Las décimas de
Pedro Péglez no son casas aisladas, aunque cada una de ellas lleve un
alzamiento cuidadoso y estremecido, sino conjuntos arquitectónicos que tienen
sentido fino de la convivencia, y son como construcciones que se miran unas a
otras y se calculan las distancias y conjunciones que les están permitidas,
según leyes de gracia y comunicación, dentro del espacio total del poemario. El
lector entrenado disfruta también la energía especial que se ha impreso en la
concepción, distribución y ejecución de los conjuntos. El libro de poesía no es
un almacén azaroso de vivencias, sino un organismo de comunicación artística.
Pero de nada vale la habilidad que mira su propio
ombligo, y que tiene algo de circense: la habilidad ha de ser conseguida, y
convertida en segunda naturaleza, para expresar con eficacia nuestro
inalienable mensaje interior. En este sentido, las décimas de Pedro Péglez
saben sortear con elegancia los riesgos de la novedad a ultranza, de la
iconoclastia sin cauces, del estrépito vacío: una poderosa brújula interior le
salva de los probables desequilibrios. La autenticidad de lo experimentado y la
naturalidad de los sentimientos, dentro de un enunciado que se asienta sobre el
dolor ―cauce por donde transitan todas nuestras vidas―, da a sus versos una
rara capacidad de solidaridad y conmoción. Una fluencia elegíaca, leve, pero
orgánica, recorre hasta sus instantes más luminosos.
(El cántaro
profundo. Prólogo a “Cántaro inverso”, de Pedro Pérez González [Péglez],
2005)
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