Hay maldiciones que vuelan y
vuelven sobre la literatura cubana. La mierda, por ejemplo, aunque aún no ha
sido narrada con la intensidad que le corresponde, es una de esas obsesiones
fatídicas que surge entre nosotros como un mojón cometario de hielo sucio.
Hace veinte años un joven Ángel (Delgado)
Exterminador defecó en público en una de las salas de la muestra El objeto esculturado (Centro de
Desarrollo de las Artes Visuales). Lo hizo limpiamente en una Habana a punto de
Período Especial. Y cagó, para mayor simbolismo y tragedia, sobre un periódico Granma de la época (que es como decir
sobre el mismo órgano oficial del mismo PCC de todas las épocas).
El gesto terminó siendo narrado por las
agencias noticiosas del mundo y Ángel Delgado terminó en una prisión provincial.
Sus heces esculturadas sobre la tinta fresca del periódico del día cumplían, al
parecer, los requisitos para una sentencia de seis meses por el delito de
“escándalo público”.
En una de las 21 RefleXXIones publicadas en
los años cero en nuestro e-zine de escritura irregular The Revolution Evening Post (episodio 4), se regurgita esa perversa
pulsión de “narrar la mierda mierderamente. Narrar el metamojón flotante en la
charca caribe con todas sus hediondeces estéticas, tan estáticas. Narrar sin
kitsch. Sin complejo de culpa. Sin compromisos ni comentarios. Sin seguridad
(del Estado o de Dios). Sin quijotismo ni quórum. Sin columnas ni refleXXIones.
Sin halar la cadenita del water-closet. Narrar sin narrar las inodoras heces
del siglo XX: comemierdurías idiotópicas y demás solidaridades obligatorias.
Narrar mierderamente la mierda como tarea de choque para inaugurar el panteón
pétreo-pútreo-patrio de nuestro XXI”.
Usando el papel periódico como espejo, unos
versos de Bladimir Zamora resuelven (y revuelven) bukowskianamente los detritos
de este tópico. En efecto, en el poemario Los
olores del cuerpo (Ediciones Abril 2009), donde se resume su obra poética
de las últimas dos décadas, en la penúltima página (como si en silencio hubiera
tenido que ser), el autor ha “cerrado la puerta / del balcón / para cagar / en
la estrecha / intimidad / sobre / el periódico de ayer”. Y aún más político,
mientras lo hace (técnicamente, mientras lo escribe), le “caen / como auras /
tiñosas / las dudas / en la cabeza”.
A inicios de 1990 yo acaba de cumplir 18 y
estudiaba gratuitamente el primer año de Bioquímica en la universidad (me
decían El Flaco y tenía el pelo muy corto: era un sub-Charligarcía loquito y
locuaz). El otro Ángel (Delgado) se hacía arrestar ante el pánico de su público
y de todo nuestro camping cultural, incluidos Bladimir Zamora y un staff de El Caimán Barbudo en peligro de
extinción por falta (decían) de papel. Ángel de la Infame Ignorancia, yo por
entonces ni siquiera me enteré del affaire
fecalGranma (de hecho, lo leí en el
libro-bomba apocalíptica de Andrés Oppenheimer).
Luego sí pude asistir a la expo personal
“1242900”, en el Espacio Aglutinador independiente de Sandra Ceballos, donde el
performer de la cagada incivil mostraba sus útiles y manías de presidiario
cubano. Eran cositas (literalmente) de mierda, según recuerdo no sin tristeza:
una hamaca o un mosquitero, jarros y pomitos, ropa ripiada de becario en la
escuela al campo (incluidas medias y calzoncillos), un sombrero de yarey,
jabucos y un bombillo incandescente cuya luz ilegal hoy volvería a sancionar a
su propietario.
No sé por qué aquella instalación o lo que
fuera no me gustó: tal vez salí sobrecogido por la miseria del autor y/o la
mezquindad de la autoridad. Tampoco me gustó para nada el poema de Bladimir
Zamora, me dejó con ganas de un remate con menos “martes / –cualquiera– / ni
siquiera 13” y más muerte marcial; un final de menos esperanza enferma de ética
y más esquirlas excéntricas en eyaculación.
Un detalle sí conecta estas no tan cínicas
como cíclicas maldiciones de mojón: El
objeto esculturado y “1242900”, el “Blues de Bukowski” del Blado y mis
“RefleXXIones” en The Revolution Evening
Post. Y ese detalle es el olor (coincidiendo con el título del más reciente
poemario de Ediciones Abril 2009).
Son los olores del cuerpo de un ángel que
caga teatralmente libre sólo para cagar después tétricamente en prisión (la
ropa interior expuesta luego por él también incluía el hedor). Son los olores
de la tinta sin acting de un poeta “cagando / trabajosamente / en el periódico
de ayer”, que no tendría por qué ser el Granma
sino acaso su doble oficial, El Nuevo
Herald. Y son los olores, también, de mi volátil voluntad de asociación,
esa tara libérrima que me hace proponer este cortocircuito climático como
primera piedra de toda una fecaliteratura para nuestro siglo XXI posnacional:
¿cómo narrar un apócrifo donde Ángel Delgado sea cogido cagando in fraganti a
la vuelta de veinte años, esta vez sobre el poemario fragante de Bladimir
Zamora?
(Fecaliteratura. Blog Penúltimos Días, marzo 2009)
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