Nunca he
tenido en mis manos un libro (cuidadosamente editado por el poeta Germán
Guerra, vale señalar) cuyo título haga mayor honor a su contenido. La autora,
según se afirma en el prólogo (del poeta Félix Lizárraga) “parece no tener ese
miedo”, refiriéndose al recurrente “terror vertiginoso de(ante) la página en
blanco”. El desconocimiento de las consecuencias hace al ser humano muy avezado.
Y, como he sentido en estas páginas demasiada arena, demasiado desierto,
agradezco sin dudas el blanco, de tinta libre. Termino acá porque “un poema
puede ser una palabra”, y me quedan algunos, muchos, libros por leer, donde
confío poder encontrarla.
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