Padura acaba
de recibir el premio Princesa de Asturias de las Letras. Este es un premio que
se concede desde 1981 y que tiene pretensiones de competir con el Nobel, porque
no se limita a escritores de habla hispana (y se da en una gran diversidad de
categorías además de la literatura). Es probablemente uno de los premios más
importantes que se conceden en el mundo desde el punto de vista del prestigio. Viene
además acompañado de unos saludables 50,000 euros.
Juan Rulfo,
Mario Vargas Llosa, Camilo José Cela, Carlos Fuentes, Gunther Grass, Claudio
Magris, Paul Auster, Margaret Atwood, Leonard Cohen y Phillip Roth son algunos
de los escritores que se lo han ganado. ¿Está Padura en esa liga? Por supuesto
que no. Pero también se lo han dado a algunas mediocridades como Carlos
Bousoño, Francisco Ayala, Claudio Rodríguez y Antonio Muñoz Molina entre otros.
Los premios son así. Por otra parte dicen que Padura se lo ganó al japonés
Murakami y al sirio Adonis. Personalmente, prefiero leerme las aventuras de
Mario Conde o las vicisitudes del asesino de Trotski que una página de Kafka en la orilla o un poema de Adonis.
Pero ese soy yo.
El premio se
concede en base a que la “labor creadora…represente una contribución relevante
a la cultura universal” en el campo de la literatura. Es obvio que Padura
tampoco ha logrado eso. En su decisión, el jurado lo premió porque su obra
constituye “una soberbia aventura del diálogo y la libertad…es un intelectual
independiente de firme temperamento ético…desde la ficción, Padura muestra los
desafíos y los límites en la búsqueda de la verdad”. Eso tampoco lo son ni Padura ni su obra.
No sé cómo
funciona el jurado en cuanto a la selección del ganador y no soy proclive a las
teorías de la conspiración, pero entre los miembros del jurado, en su mayoría
oscuros académicos, destacan el excelente periodista y narrador mejicano Juan
Villoro, un bolchevique de salón que compara la obra periodística de Padura con
la de Martí y que recientemente declaró que lo “peor que puede suceder es que
Cuba se convierta en una sucursal de Miami”, y Carme Riera, una académica y
novelista catalana que quiere descastellinizar a Cataluña, que escribió una
novela que tiene lugar en Cuba a mediados del siglo XIX y que para horror de
los horrores, es bisnieta de Valeriano Weyler.
Padura es un
oportunista habilidoso que se mueve con destreza sobre la cuerda floja de la
cultura cubana, bordeando las fronteras de lo permitido. Tiene una obra sólida,
por algo su nombre se considera, pero es la elección perfecta, pues representa
la supuesta conciencia crítica que el castrismo puede soportar y exhibir ante
el mundo como muestra de su tolerancia. Tiene enemigos en Cuba, no puede olvidarse
que cuando hace un par de años ganó el Premio Nacional de Literatura le
saltaron arriba los perros de presa de la ortodoxia, encabezados por el poeta y
profesor Guillermo Rodríguez Rivera con el aval de Silvio Rodríguez. Esto
engalana sus vestiduras y son riesgos que Padura ha apostado a correr.
Hace tiempo
decidió escribir “siempre desde Mantilla” porque sabe muy bien que si el
detective Mario Conde investigara crímenes en la calle Flagler, nadie lo
leería. Con el dinero ganado con su obra puede vivir muy bien en Cuba, pero
fuera, tuviera que ejercer otra profesión y no parece estar para eso.
Más allá de
todo lo anterior, ya pertenece y pertenecerá al Olimpo del canon de la
literatura cubana. Pero los premios conllevan responsabilidades y uno termina definiéndose
según como se comporte públicamente.
Esto no tiene nada que ver con la calidad de su obra, pues si se
enjuiciara a los escritores canónicos en base a la moral con la cual conducen
sus vidas habría que eliminar casi el 90% de la literatura universal. Para no
ir muy lejos, hoy en día jamás se publicarían ni “Alicia en el país de las
maravillas” ni “Lolita”, y qué nos haríamos hoy sin ellas.
Padura, como
figura pública (y no me refiero al Padura privado, con quien probablemente
pudiera compartir cerveza y conversación ya que, que yo sepa, tenemos en común
la afición por el béisbol y por Credence Clearwater Revival), no ha sido más
que un sumiso, incapaz de levantar su voz para algo que valga la pena. Es un
sobreviviente cultural.
Ahora mismo
otra artista, Tania Bruguera, cuya reputación internacional en las artes está
casi a la par que la de Padura, se encuentra acosada por el gobierno debido a
su actitud desafiante y a la politización de su obra en un sentido que no
conviene a la clase dirigente. No es cómoda. No ha recibido la solidaridad de
ningún escritor o artista importante en la isla, ni de muchos artistas cubanos
en el exterior. Ha sido mayormente ninguneada o atacada por los medios
artísticos y literarios oficiales. Además, se está jugando el pellejo
literalmente. ¿Será capaz Padura, con el estatus y el prestigio que le conceden
los dos galardones que ha ganado recientemente, de levantar su voz en defensa
de la artista? Lo dudo.
(Padura, los premios y Tania. Blog
Diletante sin causa, junio 2015)
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