Su
introducción, no por equívoca, deja de ser sincera: una antología de lo que
denomina “pensamiento contemporáneo crítico cubano” pero limitado a lo que JH
llama “…un grupo de figuras cuya producción intelectual se define por el
compromiso consecuente con la reflexión sistemática sobre las problemáticas de
ese país y del entorno latinoamericano.” Lo que implica —desde su no explicada
óptica— descartar a autores que (cito) “…han abrazado un proyecto de vida que
les ha apartado de dicho compromiso (¿?), y se han colocado en posiciones de
confrontación con el pensamiento crítico” a los que en algún momento llama
neoliberales, en otro derechistas y luego antipopulares. De manera que JH, de
un golpe censura toda una vastedad de posicionamientos con un par de etiquetas
sonoras y ubica en la parcela de los “enemigos” a todos los que disienten de
alguna manera de las estructuras de poder que rigen en Cuba, pues al disentir,
dejan de ser pensamiento crítico y además cubano. Lo crítico aquí es justamente
lo que no es crítico, es decir un espacio quejoso consentido que adorna al
poder establecido y opera, para el exterior, como el típico florero en la
ventana en las viejas tretas de espionaje.
Obviamente
esto no es culpa de los autores beneficiados por la selección de JH. Entre
ellos hay clásicos del pensamiento radical cubano al estilo de Ernesto Guevara,
Carlos Rafael Rodríguez y Raúl Roa. Y ensayistas que ciertamente han acompañado
decorosamente algunos momentos de inflexión en el pensamiento social cubano,
como son los casos de Fernando Martínez, Aurelio Alonso, Carolina de la Torre,
Fernández Retamar y Ambrosio Fornet. Todos ellos constituyen lecturas
interesantes y fundamentales para entender la evolución postrevolucionaria
cubana, no importa si estamos o no de acuerdo con ellos. Pero sus valores no
justifican el criterio sectario y anti-intelectual que identifica al
pensamiento crítico cubano con su avenencia fundamental con el sistema político
insular. Fuera de ellos hay mucho pensamiento, muy crítico, y obviamente muy
cubano. Reconocer esto es muy saludable para una sociedad donde sobran los
clivajes y escasean los puentes.
En
realidad la poda desprolija decretada por JH es tan excluyente que no sólo deja
fuera a quienes antagonizan al sistema desde el mundo de las ideas —lo cual ya
es en sí lamentable— sino también a pensadores y académicos —con obras
calificadas y respetables— que solo han aspirado a reformas de un socialismo
que han considerado perfectible, pero desde decibeles críticos que seguramente
molestan los tímpanos de los oficiales de la ideología. ¿Es posible, me
pregunto, hablar de pensamiento social en Cuba sin tomar en cuenta lo producido
desde Pensamiento Crítico en los 60, desde el Centro de Estudios
sobre América en los 90 y desde Espacio Laical en el presente siglo? Obviamente es
posible pero a un alto costo, y JH lo acaba de demostrar regalándonos una
verdadera amputación ideológica propia de los tiempos grises.
Hay
finalmente un aspecto que me parece particularmente bochornoso. En un momento
en que la intelectualidad cubana comienza a identificarse con la naturaleza
transnacional de su sociedad, lo que significa echar a un lado los espantajos
de quien-se-fue y quien-se-quedó, la antología se aboca a una visión insularista.
Que omite una realidad palpable en los documentos online de cualquier
biblioteca importante: fuera de los límites territoriales insulares, los
intelectuales cubanos han generado un universo de ideas de altísima calidad, y
sin el cual no se completa el pensamiento social crítico nacional.
Lo
curioso es que se trata de un libro que prescinde absolutamente de estos
autores, sino que los autores invitados omiten —salvo unos pocos casos en que
Jorge Domínguez es citado— todo tipo de referencias a pensadores ultramarinos
en el tema tratado, a pesar de que lo que escriben estuvo precedido por obras
monumentales de estas personas. Manuel Moreno Fraginals, Carmelo Mesa Lago,
Eusebio Mujal, Marifeli Pérez Stable, Levi Marrero, Lidya Cabrera, Velia
Cecilia Bobes, Rafael Rojas, Carlos Moore, Alejandro de la Fuente, entre otros
muchos, jóvenes y menos jóvenes, vivos y fallecidos, son parte de este
pensamiento y obviarlo solo conduce a la mezquindad y al empobrecimiento.
Y
por eso, la antología resulta una obra empobrecida. No quiero dejar de reiterar
la riqueza de algunos ensayos que marcaron una época en el pensamiento social.
Sin mencionar a los clásicos, ensayos como el de Carolina de la Torre o
Ambrosio Fornet tienen todas las credenciales para aparecer en una antología
del pensamiento social cubano. Aunque más escrupulosamente académico, creo que
el artículo de Mayra Espino es una muestra decorosa. Y con seguridad hay otros
de alta calidad que no he podido leer. Pero llamar pensamiento social a las
construcciones anecdóticas ideologizadas y los diletantismos de buena parte de
los autores me parece deplorable. El libro no trascenderá sencillamente porque
es fundamentalmente malo, muy por debajo de otras colecciones similares que ya
aparecen en la página de CLACSO. Muy por debajo de lo que es el pensamiento
social cubano.
(¿Pensamiento
crítico cubano?: una antología deplorable. Cubaencuentro, febrero 2016)
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