Monday, August 1, 2016

Haroldo Dilla vs. “Antología del pensamiento crítico cubano contemporáneo”, coordinada por Jorge Hernández Martínez

Su introducción, no por equívoca, deja de ser sincera: una antología de lo que denomina “pensamiento contemporáneo crítico cubano” pero limitado a lo que JH llama “…un grupo de figuras cuya producción intelectual se define por el compromiso consecuente con la reflexión sistemática sobre las problemáticas de ese país y del entorno latinoamericano.” Lo que implica —desde su no explicada óptica— descartar a autores que (cito) “…han abrazado un proyecto de vida que les ha apartado de dicho compromiso (¿?), y se han colocado en posiciones de confrontación con el pensamiento crítico” a los que en algún momento llama neoliberales, en otro derechistas y luego antipopulares. De manera que JH, de un golpe censura toda una vastedad de posicionamientos con un par de etiquetas sonoras y ubica en la parcela de los “enemigos” a todos los que disienten de alguna manera de las estructuras de poder que rigen en Cuba, pues al disentir, dejan de ser pensamiento crítico y además cubano. Lo crítico aquí es justamente lo que no es crítico, es decir un espacio quejoso consentido que adorna al poder establecido y opera, para el exterior, como el típico florero en la ventana en las viejas tretas de espionaje.
   Obviamente esto no es culpa de los autores beneficiados por la selección de JH. Entre ellos hay clásicos del pensamiento radical cubano al estilo de Ernesto Guevara, Carlos Rafael Rodríguez y Raúl Roa. Y ensayistas que ciertamente han acompañado decorosamente algunos momentos de inflexión en el pensamiento social cubano, como son los casos de Fernando Martínez, Aurelio Alonso, Carolina de la Torre, Fernández Retamar y Ambrosio Fornet. Todos ellos constituyen lecturas interesantes y fundamentales para entender la evolución postrevolucionaria cubana, no importa si estamos o no de acuerdo con ellos. Pero sus valores no justifican el criterio sectario y anti-intelectual que identifica al pensamiento crítico cubano con su avenencia fundamental con el sistema político insular. Fuera de ellos hay mucho pensamiento, muy crítico, y obviamente muy cubano. Reconocer esto es muy saludable para una sociedad donde sobran los clivajes y escasean los puentes.
   En realidad la poda desprolija decretada por JH es tan excluyente que no sólo deja fuera a quienes antagonizan al sistema desde el mundo de las ideas —lo cual ya es en sí lamentable— sino también a pensadores y académicos —con obras calificadas y respetables— que solo han aspirado a reformas de un socialismo que han considerado perfectible, pero desde decibeles críticos que seguramente molestan los tímpanos de los oficiales de la ideología. ¿Es posible, me pregunto, hablar de pensamiento social en Cuba sin tomar en cuenta lo producido desde Pensamiento Crítico en los 60, desde el Centro de Estudios sobre América en los 90 y desde Espacio Laical en el presente siglo? Obviamente es posible pero a un alto costo, y JH lo acaba de demostrar regalándonos una verdadera amputación ideológica propia de los tiempos grises.
   Hay finalmente un aspecto que me parece particularmente bochornoso. En un momento en que la intelectualidad cubana comienza a identificarse con la naturaleza transnacional de su sociedad, lo que significa echar a un lado los espantajos de quien-se-fue y quien-se-quedó, la antología se aboca a una visión insularista. Que omite una realidad palpable en los documentos online de cualquier biblioteca importante: fuera de los límites territoriales insulares, los intelectuales cubanos han generado un universo de ideas de altísima calidad, y sin el cual no se completa el pensamiento social crítico nacional.
   Lo curioso es que se trata de un libro que prescinde absolutamente de estos autores, sino que los autores invitados omiten —salvo unos pocos casos en que Jorge Domínguez es citado— todo tipo de referencias a pensadores ultramarinos en el tema tratado, a pesar de que lo que escriben estuvo precedido por obras monumentales de estas personas. Manuel Moreno Fraginals, Carmelo Mesa Lago, Eusebio Mujal, Marifeli Pérez Stable, Levi Marrero, Lidya Cabrera, Velia Cecilia Bobes, Rafael Rojas, Carlos Moore, Alejandro de la Fuente, entre otros muchos, jóvenes y menos jóvenes, vivos y fallecidos, son parte de este pensamiento y obviarlo solo conduce a la mezquindad y al empobrecimiento.
   Y por eso, la antología resulta una obra empobrecida. No quiero dejar de reiterar la riqueza de algunos ensayos que marcaron una época en el pensamiento social. Sin mencionar a los clásicos, ensayos como el de Carolina de la Torre o Ambrosio Fornet tienen todas las credenciales para aparecer en una antología del pensamiento social cubano. Aunque más escrupulosamente académico, creo que el artículo de Mayra Espino es una muestra decorosa. Y con seguridad hay otros de alta calidad que no he podido leer. Pero llamar pensamiento social a las construcciones anecdóticas ideologizadas y los diletantismos de buena parte de los autores me parece deplorable. El libro no trascenderá sencillamente porque es fundamentalmente malo, muy por debajo de otras colecciones similares que ya aparecen en la página de CLACSO. Muy por debajo de lo que es el pensamiento social cubano.

(¿Pensamiento crítico cubano?: una antología deplorable. Cubaencuentro, febrero 2016)

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