Podría decirse que el comisario
a cargo de aquel caso seguía al pie de la letra varios de los poemas del libro
perseguido. Delante de una asamblea de escritores, Padilla no hacía más que
imitar el protocolo de los juicios que Stalin orquestara treinta y tantos años
antes. Al menos así lo explicó el poeta al llegar al exilio: que no fue el
miedo quien lo hiciera denunciar a otros, sino la necesidad de alertar al mundo
mediante un acto fácilmente reconocible, imputable a un nuevo estalinismo. A
fuerza de sobreactuar el guión que sus interrogadores le impusieran había
conseguido subvertir ese guión, llevarlo al paroxismo, transformarlo en una
sirena de alarma.
Muchas veces me he preguntado hasta qué
punto resulta plausible una coartada así. De ahí mi curiosidad por esa
filmación, mi interés por calibrar al histrión Heberto Padilla. He leído su
discurso de autoinculpación (se publicó enseguida), pero quisiera verlo y
escuchárselo de viva voz. Hace dos años, un documental reveló un minúsculo
fragmento de él, apenas dos minutos. En nítido blanco y negro, con el sonido en
perfectas condiciones. "Compañeros", empieza Padilla, "desde
anoche, a las doce y media más o menos, la dirección de la Revolución me puso
en libertad, me ha dado la oportunidad de dirigirme a mis amigos y compañeros
escritores sobre una serie de aspectos a los que seguidamente yo me voy a
referir…"
Luneta
1, escrito y dirigido por Rebeca Chávez, fue producido por el instituto
cubano de cine. Alfredo Guevara ocupa la primera mitad del documental y durante
media hora brinda su versión de esa y otras historias, rememora su carrera de
appáratchik. Como en sus décadas de mandato sobre todo el cine, desde la
producción hasta las salas, nadie lo contradice o lo cuestiona. Luego aparecen
varios artistas e investigadores jóvenes, uno de ellos se refiere a Heberto
Padilla y viene a propósito la cita de archivo. Según alcanza a verse, en
aquella asamblea hubo al menos tres cámaras de cine. ¿Significa esto que
pudiera conservarse más de un registro? Entre los escritores reunidos son
reconocibles los jóvenes poetas Miguel Barnet y Nancy Morejón. Ella bosteza.
La brevedad de ese fragmento no deja margen
para hipótesis acerca de las intenciones de Padilla, de modo que me fijo en el
bostezo de Nancy Morejón. ¿Cómo pudo alguien, en un momento así, apelar al
sueño o al hambre? Supongo que bostezaría por mimetismo, igual a tantos
animales que se camuflan para no ser cazados. Con ese bostezo desalentaba a
Padilla, en caso de que él se dispusiera a mencionarla entre sus cómplices.
Puesto que el último lugar donde bostezaríamos es en medio de un sueño, Nancy
Morejón bostezaba para mantenerse fuera de aquella pesadilla.
Cuatro o cinco años antes la policía
política había dispersado el grupo de escritores al que perteneciera. Clausuró
la pequeña editorial fundada por ellos y envió a su director a un campo de
trabajos forzados. Ella consiguió salvarse, pero incluso décadas después no
había perdido el miedo a hablar en las asambleas, miedo a que la mandaran a
callar recordándole su pertenencia al grupo El Puente: así lo reconoció en una
entrevista.
Barnet y Morejón, jóvenes en esas imágenes
de archivo, ascendieron luego hasta ser los actuales presidente de la UNEAC y
presidenta de la sección de escritores de dicha institución. (Otro modo de
bostezar, aduciría ella, un seguro contra el antiguo miedo.)
(Padilla se autoinculpa y Nancy Morejón bosteza. Revista de Cultura
Ñ. Buenos Aires, julio 2014)
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