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Friday, February 19, 2016

Carlos Alberto Montaner vs. Nicolás Guillén

He sabido de buena tinta —más bien de buena saliva, pues la confidencia fue oral— que Nicolás Guillén es un serio candidato al Premio Nobel, y estoy animado a apoyar su candidatura.
   Como ya he dicho, el Premio Nobel para los indígenas hispanoparlantes lo otorga Arthur Lundkvist, uno de los pocos suecos que ha padecido la curiosa manía de aprender español. Lundkvist, además de hablar tan extraña lengua, es un buen poeta en la suya propia, y resulta que preside la Academia de Ciencias y Letras de su país. Y a Lundkvist, como si fuera el espejo de la madrastra de Blancanieves, pero a lo culto, cada cierto número de años le preguntan que quién es el plumífero que mejor escribe en español. Y Lundkvist dice que Asturias, o que Neruda, y es probable que alguna vez diga que Guillén.
   Para el Nobel hay una larga lista de espera que incluye, entre los españoles, a Cela y a Delibes, y entre los latinoamericanos a Borges, a Sábato, a Vargas LLosa, a Paz y a García Márquez. Había tres candidatos cubanos: Alejo Carpentier, Nicolás Guillén y Lezama Lima. Muertos Lezama y Carpentier, sólo Guillén compite por la bolsa y el prestigio del premio. Mi aporte a la candidatura de Guillén consistirá en lo que los “relacionadores públicos” —esos vendedores de seres humanos— llaman “perfilar el sujeto”. Hacer nítida su imagen y evitar que los enemigos emboscados confundan al siempre incauto lector.
   Nicolás Guillén es Batista por parte de madre. Doy mi palabra que es así y que yo no tengo la culpa. Se llama Nicolás Guillén Batista. Hago la aclaración para que no se le confunda con el cineasta cubano, preso en el Castillo del Morro, llamado Nicolás Guillén Landrián. Nicolás Guillén Landrián no es un impostor sino un sobrino. A Guillén le molesta que el muchacho, que está preso por sus ideas liberales, le usurpe el nombre y su apellido, pero todavía no ha habido una revolución tan radical como para quitarles los nombres a las gentes. Las fábricas, sí, y la casa, y hasta las camisas. Pero el nombre es demasiado. Acabaría armándose una confusión tremenda.
   Así que Don Nicolás tiene que conformarse a la idea de que su sobrino también lleve a cuestas las catorce letras famosas. Las catorce letras y los dos acentos en las últimas sílabas. (Algo había que tener agudo, ¿no?)
   -¿Nicolás Guillén?
   -El mismo.
   -¿Pero no estaba preso?
   -(Con gesto hosco) Es mi sobrino.
   -¿Y por qué está en la cárcel?
   -Es que ahora la cárcel es para todos, como las playas.
   Aclarada esta confusión, pasemos a la otra. A Nicolás a veces se le confunde con Jorge, el fino poeta español de la generación del 27. De acuerdo con todos los síntomas el equívoco surge, no porque sea español, ni poeta fino ni de la generación del 27.
   -Debe ser que los dos llaman Guillén.
   -Exacto.
   Nicolás es cubano por dos costados y africano por los otros dos. Nada de español. Tampoco es un poeta fino, sino facilón y jacarandoso. Es muy bonito eso de “Sensemayá que le doy con un palo”, pero no es fino. Guillén —Nicolás— más que un poeta es un guarachero que no sabe música. Es como Machín, o como Rolando Laserie, pero sin corcheas.
   -Efectivamente, no se parece a Jorge Guillén.
   Ni tampoco a la generación del 27. En 1927 Guillén no pertenecía a ninguna generación, sino al cuerpo de censores del dictador Machado. Cuando cayó la dictadura tuvo que salir escondido del periódico El Heraldo. Las turbas le buscaban para arrastrarle.
   -A lo mejor allí se inspiró para aquello de “Sensemayá que se arrastra”.
   -A lo mejor. Lo cierto es que si no se esconde le dan con un palo.
   Bien: dejo en claro que Guillén no es su sobrino ni es el poeta español. Ahora la confusión que pudiera presentarse es por lo de Nicolás. Hay gente tan despistada que pueden llegar a creer que el candidato al Nobel es Papá Nicolás.
   -Claro, como Guillén escribió aquello de Papá Montero.
   -Es usted listísimo. Según el materialismo dialéctico Papá Nicolás es un canalla rumbero, pero de la burguesía.
   No debe equivocarse el lector. Guillén no es Papá Nicolás, el personaje que regala juguetes en Navidades. Bien es verdad que el Nicolás cubano es gordo y anda en una limousine que parece un trineo, pero hay una diferencia esencial. Nicolás nunca ha regalado nada. A nadie. Jamás. Pedir, sí. Siempre y a todo el mundo, incluyendo al Partido Comunista, al que tenía seco con sus viajes a París y sus comilonas.
   Después de su experiencia de censor no volvió a trabajar. Blas Roca solía decir que Guillén era el único comunista que había manteniodo toda su vida la consigna de huelga general. Un caso monstruoso de disciplina. No rompió la huelga nunca. Ni una hora. Ni un minuto. Ni siquiera hacía sonetos voluntarios.
   Desbaratada la tercera confusión queda una cuarta leyenda, más o menos malévola, que afirma que Guillén es un buen poeta, pero una mala persona. Eso es un infundio de la CIA. Es al revés. Como poeta es malo, pero como persona excelente.
   No obstante lo anterior, yo pido el Nobel para Guillén. No es que lo merezca, sino que va a ser muy divertido contemplar cómo los rubios —porque serán rubios, ¿no? — y altos, y serios, y circunspectos, académicos suecos se aprenden el Songorocosongo en su idioma de palo y premian a mi compatriota prieto, chiquitín y zalamero. Esa ceremonia no me la pierdo yo.

(De la literatura como una forma de urticaria. Madrid, 1980)

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