De Pedro
Pérez Rivero la Editorial Oriente publicó en 2004 un libro de ensayos que
pretende ser síntesis de la “literatura gay” cubana de todos los géneros. Me
refiero a De Sodoma vino un ángel. La empresa que el autor se propone es
un poco ambiciosa y arriesgada. Desde las primeras páginas dice que persigue
“desecha[r] a la vez lo superfluo y esquemático” (p. 17), pero Pérez Rivero no
logra escapar de ello en su discurso; él mismo reconoce que es un “itinerario
azaroso” (p. 54) el que propone, y en el azar, más de una vez, se pierde.
La postura
“antiacadémica” que intenta adoptar (“tampoco el puntilloso registro académico;
de ese prescindo habitualmente”, p. 51) lo conduce a veces a una falta de
sobriedad y de tacto traducidas en agresión y/o desmedido apasionamiento. Ir
contra el canon es otra forma de establecerlo; pero si negativo es para un
texto crítico la frialdad y neutralidad extremas, perjudicial será también
relajar el discurso a tal límite que confundamos el lenguaje pedestre con el
ensayístico; para comprobar lo antes dicho cito algunos ejemplos que me
absuelven de toda exageración: “…la con-sideración jodedora de que son
mariconerías mías…” (p.101); “…impone a todos el to be or not to be: ser
maricón, o más bien entrar en un esquema de la mariconería…” (p. 103); “[a]quí aplaudo
el que se sepa…” (p.66). La posición que asume el autor ante la que él presenta
como “literatura heterosexual” es arrogante, irónica, y de una visible
intolerancia: “[l]a cantata del idilio heterosexual por los siglos de los
siglos amén” (p. 76). Es muy reveladora la salvedad que Pérez Rivero hace al
comenzar el capítulo dedicado a la poesía:
Ni el respeto para que nos respeten, ni el reclamado
cobijo universal de la igualdad, ni siquiera el deseo de dejar constancia –y lo
deseo–, me animan a las reflexiones que siguen… Con servir la mesa me conformo,
prodigada con ese mar que nos rodea, por tanta isla que al fin somos. Probemos
entre sus aguas cálidas, insurgentes hasta hallar las deseadas… (p. 51)
Evidente es
en lo antes citado que a Pedro Pérez Rivero no le interesa en lo ab-soluto una
conciliación, no persigue un “respeto para que nos respeten”, ni reclama la
igualdad. Pero tampoco se conforma con “servir la mesa”. El uso de un plural
(in/ex)cluyente nos hace suponer una división entre la literatura hecha por
homo-sexuales y la hecha por heterosexuales. La confesión explícita que lo
ubica del lado del tipo de literatura que aborda podría verse como la contraria
asumida por Víctor Fowler al aclarar “por qué yo, sin ser homosexual yo mismo…
escribo todo un libro sobre un tema como este”. Fowler se ve necesitado de
hacer tal salvedad no sé por qué, pero aún así su posición queda más decorosa
frente a la usada en De Sodoma… donde es utilizado casi siempre un
plural que envuelve al que habla, requerido a gritos de encontrarse en esa
“diferencia” a la que alude: “¿Será por mi goce impertinente al marcar y
reconocerme en una diferencia?”, ahora viene el ataque al otro: “¿O acaso pido
cuentas a quienes prefieren ocultar o sustraerse de esa diferencia?” (p. 51).
Hay una
tendencia a ganar “confesos” para la que se enuncia en el libro “causa nuestra”
(p. 56). El autor tiene un acentuado propósito de inclusión en el tipo de
literatura a la que alude: “[a]ceptará, pues, que lo enrole en esta causa
nuestra” (p. 56), refiriéndose a Virgilio Piñera; “[l]o primero que he
reconocido en ese conjunto indicativo es a mí mismo. ¡Qué raro!” (p. 56); “[é]l
y yo cojeamos de la misma pierna cercenada” (p. 59), respecto al poema de
Virgilio “Cuando vengan a buscarme”. Se pue-de comprobar, además, el mal gusto
y ese innecesario y reiterativo modo de enrolar-se en un plural exaltado a
partir de un sentimiento que logra traducirse en frases de una cursilería casi
insuperable: “[s]í, cantaré con Virgilio, y en la comunión del dúo no sentiré
rubor de expresar lo que sintió (sentí) el poeta”. Estas afirmaciones exoneran
al autor de una posible praxis poética, aunque enfatice que “no sólo de poetas
es la poesía” (p. 51).
(…)
Hay dos
posturas en el discurso de De Sodoma... que me parecen desacertadas y
quisiera destacar. La primera es el modo irónico (totalmente innecesario) de
evocar a la crítica Cecilia Valdés Sague: “[p]or supuesto, amiga Cecilia, que
este poeta tiene con qué remitirse a otras zonas de la existencia, pero en este
libro no quiso... y al margen de cualquier paladar poético, tiene ese derecho,
¿o no?”. Me refiero aquí, so-bre todo, al modo de verbalizar su idea como
constante defensa y ataque al otro, con un resentimiento que no puede contener
y que le impide ser escuchado, como dije al generalizar el fenómeno en el
comienzo de mi artículo.
El otro tono
que me parece desacertado es la familiaridad al dirigirse en segunda persona a
Nelson Simón, a quien reprocha de forma edulcorada el tono pueril de “Líneas de
ceniza”: “[n]o voy a perdonarte nunca ese final, Nelsito, ni siquiera en el
último libro que tú escribas”. No hallo motivo para estas acotaciones.
Algunos
autores y estudiosos de la literatura de tema homosexual, de un modo más
coherente, desde el yo y su sensibilidad, defienden su espacio, su lugar, su
derecho a ser, sin que falte la ironía, el desajuste y la dinamitación de los
modelos sexuales heredados, la autoafirmación sin importar qué pueda pensar el
otro. Pero lamentablemente, este libro que nos ocupa, sobrepasa el desenfado y
la espontaneidad para perderse en la procacidad gratuita y en el ataque y la
confabulación poco viables contra los modelos heredados y hegemónicos. Sirvan
dos ejemplos mucho más coherentes y nada cómodos para la sociedad, pero ricos en
datos, herramientas hermenéuticas y en claridad (el primero principalmente) y
con una coherente y encomiable subjetividad de la mirada “homo” en el narrador
(el segundo).
El modo de
manejar la información de archivo, de analizar temas tan escabrosos e interesantes
como la posible homosexualidad en los campos mambises (a partir de testimonios
históricos y de un diario de campaña de la época), el tratamiento merecido y
necesario (con fuerza pero sin perder la compostura) sobre un artículo
contemporáneo en la prensa habanera que repite todas los preceptivos morales
del siglo XIX sobre el “hombre-mujer”, el análisis de los textos de Virgilio
Piñera sobre la homosexualidad de Emilio Ballagas reflejada en su obra, así
como la caracterización y el estudio de la transexualidad en la Cuba
contemporánea evidencian que el estu-dio de Abel Sierra Madero Del otro lado
del espejo. La sexualidad en la construcción de la nación cubana (Premio
Casa de las Américas 2006, Ensayo histórico-social) logra con-jugar literatura
y sexualidad, tradición artística y pensamiento social, desde una perspectiva
socio-histórica.
(…)
Se puede
ironizar, desarticular, cuestionar sin que se anule al otro. En el caso del
ensayo, dichos propósitos y procedimientos requieren habilidad y capacidad de
fusión y mezcla de géneros y estilos, por las mismas características que tiene
el texto ensayístico, lo cual no se consigue en el volumen de Pérez Rivero.
El autor de De
Sodoma... pretende erigirse como “mecenas” de la escritura gay en nuestro
país: “[y]a era hora de que algún texto respondiera a una vieja solicitud mía,
la de mostrar en el universo estudiantil a un homosexual que no es trajín de
na-die ni hay por qué tenerle lástima” (p. 31). A veces el discurso se
construye con una orientación tan sociológica que parece más bien un análisis
de la literatura a partir de la sociología. Sucede así en la referencia a los
estereotipos del personaje homosexual (p. 38) y también en el capítulo dedicado
al travestismo en la literatura. Se infiere, pues, una pretensión de subordinar
la obra escrita a los fenómenos sociales, cuando, si estamos ubicados en el
objeto de estudio –el texto– debería ser a la inversa. Creo que no es necesario
abordar la diferencia entre el “mundo del texto” y el “mundo re-al”, porque,
aunque el primero se base o parta del otro, terminado ya, es un universo
(relativamente) autónomo. Pedro Pérez tiende, más que a orientar, a imponer
modos de creación, los que él considera adecuados o más cercanos a la
“realidad”. La litera-tura es un mundo que dialoga con lo cotidiano y a la vez
permanece independiente. Negar los estereotipos es desconocer gran parte de la
obra que nos antecede. El anquilosamiento en la creación de algunos caracteres
permite luego romperlos, ser transgresores y originales.
También
suele el autor de De Sodoma... discutir con personajes de uno u otro
cuento por sus posiciones machistas, de una manera que parece sentirse agredido
en el momento del enunciado, podría decirse que se refiere a personas y no a
entes de ficción: “parece el precepto capital de un recluta, no tan acosado por
los maricones como por su propia mariconería” (p. 36). Nótese también el modo
tan procaz de materializar la idea. Además, un análisis detenido del fragmento
antes citado nos refiere una automarginación, pues el autor se instala dentro
de un plural que lo incluye durante todo su discurso. Lo mismo podemos entender
cuando habla de “tufillo homosexual” (p. 66), el sustantivo utilizado lleva en
sí una marca peyorativa que contradice el intento de legitimación del volumen
textual abordado.
Respecto al
análisis de las obras, llama la atención la “rosa náutica” de la novelística.
No sé qué criterios sigue el ensayista para colocar como norte de tal rosa Tuyo
es el reino de Abilio Estévez. Dicha novela trata el asunto homosexual como
uno más y no como hilo conductor. Esto contradice el modo de ver la poesía en
el capítulo que la ocupa dentro del volumen (a partir de la p. 51), que
mientras más evidente sea “el que se sepa” (p. 66), mayor será el lugar “merecido”
en la lírica de “motivo gay”, así sitúa como colofón del género A la sombra
de los muchachos en flor de Nelson Simón; considero que ese poemario tiene
otras líneas temáticas (como el éxodo, que abarca sus 16 primeros poemas) y
características formales que rebasan el lugar y la nominación que se le otorga.
Por otra parte, el análisis de los textos de Rolando Rigali parece una búsqueda
de confirmación homosexual, su lectura hermética impide otras posibles miradas
al poema (p. 65); lo mismo sucede con el poema de Virgilio Piñera antes
mencionado (“Cuando vengan a buscarme”, p. 59) donde la cojera como símbolo es
reducida a la filiación homosexual.
Respecto a
la lírica de Norge Espinosa, sostiene que este autor permanece “apeg[ad]o a
moldes clásicos” (p. 68). Sin embargo, una de las características a resal tar
en la obra de este poeta es su transgresión de temas y moldes clásicos de los
que parte. Si se lee más allá del título y comparándolo con la versión de
Catulo al “Phainetai moi” de Safo, “Ille mi par esse deo videtur” constituye un
quebrantamiento del referente: el poeta presenta a un personaje que se mueve
entre la belleza y la sordidez, donde el sujeto lírico no se detiene a exponer
lo que experimenta frente al ser amado (como sucede en Catulo y Safo) sino en
volcar la mirada hacia el otro, a sus complejidades, a su vida inmunda en
contraste con la belleza corporal que posee y mantiene. La muerte, que en Cayo
Valerio es un motivo lírico ligado a la pasión, en Norge Espinosa cobra un
realismo y una fatalidad inaplazable, la imagen del otro deseado se relaciona
más con la Lesbia posterior a la que detesta Catulo, la que se vende, la que
“se la pela a los descendientes del magnánimo Remo”; por tanto, el supuesto
apego al clasicismo no es tal, es más bien desajuste del referente,
reinterpretación, el poeta cubano encuentra belleza y carácter divino en lo que
el poeta latino de-testa y critica. Además, el crítico anula en su análisis
parte de las obras que abordan el tema por una cuestión de gusto personal, pues
mucha literatura de tema grecolatino se relaciona con el estudio que acomete;
pienso en la obra de Arlén Regueiro y de José Félix León. No tenerlas en cuenta
impide una mirada íntegra al fenómeno: este es otro modo de discriminación. Al
referirnos a la puesta de Fedra, ya teníamos un ejemplo de cómo
desajustar desde el respeto y la veneración incluso, los moldes y motivos
clásicos.
Otro ejemplo
respecto al apego o no al “clasicismo” podría ser una lectura simultánea de “Mi
vida con Antínoo” de José Félix León (donde el autor se siente li-gado a la
idea de perdurabilidad del “kalós kai agathós” de los griegos y persigue
eternizar al amante y/o su recuerdo a través del verso o el mármol, a la manera
grecolatina) y “Mi vida con Jeff Stryker”de Norge Espinosa (que propone un modo
más “práctico” de mirar al amante ausente, donde no interesa la eternidad del
otro, sino el hic et nunc del sujeto lírico). Por no gustar de lo que el
crítico llama “moldes clásicos”, o sea, por una cuestión de preferencia injustificada
dentro de la investigación, estos enfoques y comparaciones que enriquecerían y
darían solidez al estudio propuesto, se pierden y no son aprovechados.
Roland
Barthes puede ser considerado un extremista en su texto “La muerte del autor”,
pues la biografía puede iluminar una interpretación, la literatura confesional
y autobiográfica tiene sus valores desde este sentido. Pero otro punto de vista
límite sería depender del modo confesional de una obra, además de hacerlo
evidente una y otra vez: no creo necesarias las acotaciones respecto a la vida
de Juan Carlos Valls para el estudio de los poemas citados a partir de la p. 74
(“[l]as experiencias vi vidas en una adolescencia todavía cercana”, p. 74;
“también el estigma y exhibirlo tiene un precio, que Valls no ha vacilado en
pagar”, p. 75; “Valls prefirió, antes que nadar y guardar la ropa, la desnudez
para sus actos...”, p 76). Lo mismo sucede con el texto de Odette Alonso que
puede ser perfectamente analizado con un enfoque del tipo que se propone sin aludir
a datos de la autora. Creo que es menester recordar los heterónimos de Pessoa,
la existencia de un sujeto lírico como puente y separación entre el autor y la
obra, y la posibilidad de encontrar en la literatura un modo de ocultamiento,
válido también y no menos trascendente que la poesía en que ¿todo? se descubre.
Con estos procedimientos se debe ser cauteloso, pues las referencias a la vida
del escritor permiten entender el entorno de creación o el sentido de un texto,
y es válido su uso sin que se llegue al extremo de cerrar y cercenar otras
posibles y múltiples lecturas que un texto, independientemente de la intención
del autor, despierta y posibilita.
Daniel
Balderston opina que la literatura ha sido más abierta y arriesgada al tratar
el tema homosexual que la crítica (con una posición más conservadora siempre).
Algo que me parece cierto, pero considero que el libro que me ocupa sobrepasa
los límites de libertad y audacia mal resueltos en un discurso que llega a
parecer bufonesco y desmesurado. ¿No sería posible que el autor intente una
mezcla de géneros, un texto experimental al modo de Ella escribía poscrítica
o de la literatura confesional tan de moda? Si así es, no se logra el
empaste entre el discurso crítico y el discurso narrativo al modo del “realismo
sucio” (lenguaje popular y/o “marginal”) en este conjunto de ensayos. El
escritor carece de las suficientes herramientas técnicas para el estudio
analítico que persigue. La fusión de un personaje que encarne el tipo de
discurso marginal presente en la obra (si fue este el propósito) con un
investigador que propone un sistema para un tipo de literatura (en la que
entraría dicho personaje), no se alcanza. Además, nótese que el uso de la
“jerga homosexual” es mayor en el capítulo dedicado a la lírica, género menos
relacionado (al juzgar por los ejemplos que utiliza) con esa forma de hablar.
También destaco lo poco conveniente de incluir este modo de expresarse, pues se
logra menos eficacia y entendimiento con la otredad que puede sentirse
agredida.
Debo
destacar una virtud que presenta De Sodoma... El bosquejo bibliográfico
sobre el tema es muy amplio. Me parece, además, muy atinado el respeto del
autor y su acertada manera de “declarar(se) incompetente” ante la obra de
Lezama, pues en-tiende que “la perspectiva emitida por el Maestro, en toda su
obra, rebasa con creces la dicotomía sexual homo-hetero” (p. 63).
El libro de
Pérez Rivero evidencia una carencia de lecturas, actualizaciones bibliográficas
en el tema abordado, herramientas y habilidades para enfrentar este tipo de
estudios, y alerto, tal vez no es solo un problema del autor, creo que el texto
que nos ocupa refleja una limitación de nuestro entorno, de nuestra sociedad,
de la academia que no tiene los estudios queer entre los temas
priorizados y con mayor sistematización dentro de los estudios literarios. Todo
lo que se haga para que este tipo de investigaciones se lleven a cabo de modo
sistemático tributará a que estos temas sean más cotidianos y que se puedan
discutir cada vez con mayor profundidad, coherencia y precisión.
Por otra
parte y contradictoriamente, un texto con las características formales y de
contenido que presenta De Sodoma vino un ángel, nos hace dudar de lo
pertinente y positivo que podría ser un estudio de esta índole. Además, pone en
tela de juicio la calidad del trabajo editorial. Sin embargo, no dejo de
reconocer que algo se aprende en su lectura: los caminos equivocados al menos
son útiles para eso, para hacernos entender que no son los pertinentes. Dentro
del proceso de la creación de un sistema de análisis de la “literatura de tema
gay” en Cuba y precedido por los serios y más coherentes estudios de Fowler y
continuados por el texto de Abel Sierra Madero, este libro es un retroceso. En
mi opinión, el crítico modelo al que se debe aspirar, el arquetipo ciceroniano
al que se ha de tender (y otra vez son los clásicos los que dan la luz, aunque
Pérez Rivero no sea dado a los “moldes clásicos”), y más en temas tan complejos
a escalas sociales, es el que analice las obras con el menor grado de
subjetividad posible, inmerso más en el diálogo y en el contraste que en el
soliloquio obcecado. La diversidad ha de convertirse en un motivo de
entendimiento y no de separación.
No comments:
Post a Comment