He sabido de buena
tinta —más bien de buena saliva, pues la confidencia fue oral— que Nicolás
Guillén es un serio candidato al Premio Nobel, y estoy animado a apoyar su
candidatura.
Como ya he dicho,
el Premio Nobel para los indígenas hispanoparlantes lo otorga Arthur Lundkvist,
uno de los pocos suecos que ha padecido la curiosa manía de aprender español.
Lundkvist, además de hablar tan extraña lengua, es un buen poeta en la suya
propia, y resulta que preside la Academia de Ciencias y Letras de su país. Y a
Lundkvist, como si fuera el espejo de la madrastra de Blancanieves, pero a lo
culto, cada cierto número de años le preguntan que quién es el plumífero que
mejor escribe en español. Y Lundkvist dice que Asturias, o que Neruda, y es
probable que alguna vez diga que Guillén.
Para el Nobel hay
una larga lista de espera que incluye, entre los españoles, a Cela y a Delibes,
y entre los latinoamericanos a Borges, a Sábato, a Vargas LLosa, a Paz y a
García Márquez. Había tres candidatos cubanos: Alejo Carpentier, Nicolás
Guillén y Lezama Lima. Muertos Lezama y Carpentier, sólo Guillén compite por la
bolsa y el prestigio del premio. Mi aporte a la candidatura de Guillén
consistirá en lo que los “relacionadores públicos” —esos vendedores de seres
humanos— llaman “perfilar el sujeto”. Hacer nítida su imagen y evitar que los
enemigos emboscados confundan al siempre incauto lector.
Nicolás Guillén es
Batista por parte de madre. Doy mi palabra que es así y que yo no tengo la
culpa. Se llama Nicolás Guillén Batista. Hago la aclaración para que no se le
confunda con el cineasta cubano, preso en el Castillo del Morro, llamado
Nicolás Guillén Landrián. Nicolás Guillén Landrián no es un impostor sino un
sobrino. A Guillén le molesta que el muchacho, que está preso por sus ideas
liberales, le usurpe el nombre y su apellido, pero todavía no ha habido una revolución
tan radical como para quitarles los nombres a las gentes. Las fábricas, sí, y
la casa, y hasta las camisas. Pero el nombre es demasiado. Acabaría armándose
una confusión tremenda.
Así que Don Nicolás
tiene que conformarse a la idea de que su sobrino también lleve a cuestas las
catorce letras famosas. Las catorce letras y los dos acentos en las últimas
sílabas. (Algo había que tener agudo, ¿no?)
-¿Nicolás Guillén?
-El mismo.
-¿Pero no estaba
preso?
-(Con gesto hosco)
Es mi sobrino.
-¿Y por qué está en
la cárcel?
-Es que ahora la
cárcel es para todos, como las playas.
Aclarada esta
confusión, pasemos a la otra. A Nicolás a veces se le confunde con Jorge, el
fino poeta español de la generación del 27. De acuerdo con todos los síntomas
el equívoco surge, no porque sea español, ni poeta fino ni de la generación del
27.
-Debe ser que los
dos llaman Guillén.
-Exacto.
Nicolás es cubano
por dos costados y africano por los otros dos. Nada de español. Tampoco es un
poeta fino, sino facilón y jacarandoso. Es muy bonito eso de “Sensemayá que le
doy con un palo”, pero no es fino. Guillén —Nicolás— más que un poeta es un
guarachero que no sabe música. Es como Machín, o como Rolando Laserie, pero sin
corcheas.
-Efectivamente, no
se parece a Jorge Guillén.
Ni tampoco a la
generación del 27. En 1927 Guillén no pertenecía a ninguna generación, sino al
cuerpo de censores del dictador Machado. Cuando cayó la dictadura tuvo que
salir escondido del periódico El Heraldo. Las turbas le buscaban para
arrastrarle.
-A lo mejor allí se
inspiró para aquello de “Sensemayá que se arrastra”.
-A lo mejor. Lo
cierto es que si no se esconde le dan con un palo.
Bien: dejo en claro
que Guillén no es su sobrino ni es el poeta español. Ahora la confusión que
pudiera presentarse es por lo de Nicolás. Hay gente tan despistada que pueden
llegar a creer que el candidato al Nobel es Papá Nicolás.
-Claro, como
Guillén escribió aquello de Papá Montero.
-Es usted
listísimo. Según el materialismo dialéctico Papá Nicolás es un canalla rumbero,
pero de la burguesía.
No debe equivocarse
el lector. Guillén no es Papá Nicolás, el personaje que regala juguetes en
Navidades. Bien es verdad que el Nicolás cubano es gordo y anda en una
limousine que parece un trineo, pero hay una diferencia esencial. Nicolás nunca
ha regalado nada. A nadie. Jamás. Pedir, sí. Siempre y a todo el mundo,
incluyendo al Partido Comunista, al que tenía seco con sus viajes a París y sus
comilonas.
Después de su
experiencia de censor no volvió a trabajar. Blas Roca solía decir que Guillén
era el único comunista que había manteniodo toda su vida la consigna de huelga
general. Un caso monstruoso de disciplina. No rompió la huelga nunca. Ni una
hora. Ni un minuto. Ni siquiera hacía sonetos voluntarios.
Desbaratada la
tercera confusión queda una cuarta leyenda, más o menos malévola, que afirma
que Guillén es un buen poeta, pero una mala persona. Eso es un infundio de la
CIA. Es al revés. Como poeta es malo, pero como persona excelente.
No obstante lo
anterior, yo pido el Nobel para Guillén. No es que lo merezca, sino que va a
ser muy divertido contemplar cómo los rubios —porque serán rubios, ¿no? — y
altos, y serios, y circunspectos, académicos suecos se aprenden el
Songorocosongo en su idioma de palo y premian a mi compatriota prieto,
chiquitín y zalamero. Esa ceremonia no me la pierdo yo.
(De la literatura como una forma de urticaria.
Madrid, 1980)
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