No he vuelto a ver
la revista, no guardo ejemplares de ella, pero arriesgo algunas opiniones. No
creo que consiguiera (como tampoco lo consiguió el grupo) la proyección de la
revista de un grupo literario. Tal vez, leída ahora, pueda arrojar constantes y
obsesiones que abonen la teoría de varios escritores en conspiración, pero
entonces me parecía bastante improbable. Faltaban, a mi ver, manifiestos o
editoriales. Faltaban ataques sobre un mismo tema por varios miembros,
simultaneidad de ellos. Era, pues, la revista desasida de un grupo desasido. Y
creo que eso la limitó para imponerse.
(...)
Para ser un grupo
literario fueron demasiado poco dinamiteros. Tenían opiniones devastadoras
sobre la tradición literaria cubana, pero casi siempre acompañaban esas
opiniones con demasiada cortesía. No plantaron batalla. Ni Rolando Sánchez
Mejías ni Carlos A. Aguilera, que eran sus dos probables polemistas. Y les
faltó pelear contra alguna figura, donde pudieran lucirse. (Ya se sabe la
recomendación de Mérimée a Stendhal de que el mejor modo de entrar en sociedad
es a través de un duelo. Y él no hablaba, precisamente, de un duelo literario.)
Hablo, por supuesto, del proyecto, no de sus escritores en particular. Y una de
las debilidades del grupo es que poco puede hablarse de él, en comparación con
lo que podría hablarse de sus componentes.
Tuvieron (hablo al
menos de una antología y de su antologador, Rolando Sánchez Mejías) la creencia
de que solamente ellos “pensaban” la literatura, que solamente para ellos era
problemática la escritura, y el forcejeo con el idioma y el pensamiento sólo
les costaba a ellos. La pertenencia al grupo les garantizaba este particular
drama del cual quedaban exentos los demás contemporáneos. Diáspora(s) tenía el
monopolio de los dolores de parto, lo cual venía a significar que eran los
únicos que daban a luz criaturas. Los demás, no.
(Ratas, líquenes,
insectos, polímeros, espiroquetas. Grupo
Diáspora(s) 1993-2013)
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