Por mi parte, creo que nunca he conocido personalmente a Dilla y no tengo criterio sobre su persona. He leído algunos artículos suyos que me han gustado y otros que me han parecido parcialmente equivocados o disparatados.
Me han dicho que fue miembro de la juventud o del partido comunista cubanos, algo que no me consta, pero ese dato, de ser cierto, no lo hace mejor ni peor. Lo mismo sucede con los exnazis, los exfascistas y los expinochetistas. La militancia es cuestión de ideas. Lo que importan son las acciones.
Siempre hay tiempo y espacio para rectificar los errores juveniles, mientras no se tengan las manos manchadas de sangre, y no hay ninguna evidencia ni sospecha de que Dilla haya participado directamente en la represión y la violación de los Derechos Humanos de nadie cuando formaba parte de esa lamentable dictadura, aunque fuera lateralmente y en los estribos del poco influyente aparato académico cubano.
Supongo, por el tono de sus escritos, y porque, finalmente, acabó exiliado, que le parecía repugnante la atmósfera de terror que se vivió en la universidad cuando él estudiaba, o cuando era profesor y veía cómo expulsaban y perseguían a algunos de sus compañeros por ser homosexuales o creyentes, y hasta convocaban a actos de repudio para ofenderlos y humillarlos antes de echarlos a la calle condenados a una especie de cruel ostracismo moral.
Alguien, como él, que cree que la universidad debe tener las puertas abiertas, debió sufrir como una gran afrenta la política excluyente por razones ideológicas de esa institución ("la universidad es para los revolucionarios"), aunque no tengo información de que haya manifestado públicamente su descontento por estos atropellos cuando era estudiante, o luego cuando le tocó participar del claustro de profesores.
Si defendió a las víctimas, debe aplaudírsele. Si calló y otorgó, le cabe algún grado de responsabilidad moral en toda esa barbarie, aunque no seré yo quien se lo eche en cara. No es ese mi papel. Creo que dio un buen paso cuando abandonó al régimen, y ya se sabe que las dictaduras totalitarias contienen este deprimente factor de contaminación general que las hace especialmente repulsivas.
Más que regímenes distintos, las revoluciones totalitarias son un gran charco de inmundicias en el que deben chapotear los partidarios para poder sobrevivir, ascender y mantenerse. Romper con ese lodazal es siempre meritorio y merece aplauso, aunque algunas personas queden parcialmente percudidas y psicológicamente afectadas, especialmente si tienen conciencia crítica.
Más curioso me resulta, en cambio, que siga siendo marxista, pero ni siquiera eso, a mi juicio, lo descalifica en el orden personal, pese a lo que implica de terquedad intelectual frente a la experiencia de sus propias vivencias en la marxista "dictadura del proletariado" del manicomio cubano, a lo que se agrega un siglo de barbarie, cien millones de muertos a lo largo del siglo pasado, veinte fracasos en todas las culturas y situaciones y bajo toda clase de líderes. Sencillamente, como dicen en España los más barrocos, hay "personas inasequibles al desaliento", o, como ratificaba el torero, "hay gente pa' to".
(La arrogancia y el error. Diario de Cuba, julio 2013)
No comments:
Post a Comment