Andrés
Reynaldo, que ha puesto una orden de restricción contra José Varela, se une
aquí al caricaturista en la condena de mi nota necrológica, extraños consortes
de causa a los que se suma, además, la redacción del Nuevo en pleno.
Y
todo porque “revelé” que Carlos era demasiado triste, o demasiado desajustado,
o que tenía una madre loca, o que se quedó corto, o que lo volvieron loco los
20 años que pasó encerrado entre las cuatro paredes del Nuevo (sí, frente a la
estúpida bahía), o que tomó ron y tenía la nariz colorada, o que lo encontré un
par de veces en Trece Botones. ¡Tamaños insultos!
El
peor insulto a la memoria de Carlos es precisamente el homenaje de los que lo
normalizan para poder llorarlo a gusto, porque cualquier inconveniencia,
cualquier “defecto” podría convertirlo en un “maricón”, o lo que es peor, en un
escritor “común” y esas faltas ellos no se las perdonarían nunca. Mientras
fuera el editor taciturno de cuyas contradicciones no había necesidad de
enterarse, lo celebraron con el entusiasmo típico de los hipócritas: dijeron,
como ha dicho Benigno Dou sin pestañear, ¡que era el mejor novelista cubano
vivo! Y ahora, claro, el mejor muerto…
Si
Carlitos me admiraba, como me echa en cara Reynaldo, era precisamente por ser
yo el redactor de una nota a su muerte capaz de escandalizar a los filisteos
del Nuevo; y el escándalo que ha ocasionado entre los que manejan una versión
expurgada de su vida tal vez me hubiese granjeado otra vez su admiración.
Su
consejo, por otra parte, y su crítica a mi poesía partían siempre de una
sinceridad que no se transaba por la prudencia. Compartimos libros, y quien
haya leído uno de sus favoritos The solid mandala, de Patrick White, encontrará
allí al misógino, al amargado, que Reynaldo y el Nuevo se esfuerzan en
convertir en Empleado del Mes.
Da
pena que sus defensores ni siquiera sepan que “el hombre sin cualidades”, es el
título de otro de sus libros predilectos y no una frase endilgada por mí.
Repugnancia le produciría, sin dudas, a ese admirador de mis grandes defectos
verme convertido en el objeto de un acto de repudio por quienes han tomado su
muerte de banderón.
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