Debo, por último, referirme a
una distorsión puntual que leo en los comentarios, por demás, agudos, de
Ernesto Hernández Busto y Pablo de Cuba Soria, y que aparece también en un
texto de Duanel Díaz, en Potemkin,
sobre La vanguardia peregrina, que
dejo para el final, por tratarse, no de una reseña, sino de una
descalificación. Ambos reseñistas reprochan que en el libro sea “incluido”
Antón Arrufat como escritor de aquella vanguardia exiliada, sin ser un autor
vanguardista ni exiliado. Pero es que Antón Arrufat no aparece nunca como autor
vanguardista o exiliado en La vanguardia
peregrina. Varias veces en el libro e, incluso, en el texto de
contraportada, se dice que los seis autores estudiados son los aquí mencionados
y en un momento se habla de un séptimo, Octavio Armand, que inicialmente pensé
analizar, pero que por haber producido su obra más experimental, en los 80 en
Nueva York, quedaba fuera del periodo que intentaba reconstruir.
Antón Arrufat y su obra son comentados como
piezas clave de la recepción de Virgilio Piñera en Cuba, un fenómeno que, a mi
juicio, es buena muestra de la “diálectica de la tradición” en la cultura
cubana contemporánea. El ensayo “La prole de Virgilio”, así como el excurso
final, “El mar de los desterrados”, son los que desarrollan más plenamente los
otros dos conceptos del libro -tradición y exilio-, por lo que me pareció
conveniente incluirlos. Cuando se habla de Arrufat en el prólogo de La vanguardia peregrina es para señalar
que en él encuentro una lectura de la tradición literaria nacional, con
fricciones y armonías, semejantes a las que experimentaron algunos de los
escritores exiliados en los 60. Hernández Busto y Cuba Soria tuercen el
argumento, atribuyéndome presentar a Arrufat como un vanguardista más, en un
plano de equivalencia estética con los otros escritores estudiados, lo cual
nunca se sostiene o sugiere en el libro. Cuba Soria llega, incluso, a
preguntarse, “si está Arrufat”, por qué no incluir también a otros poetas de la
isla –algunos posteriores a aquella generación-, como César López, Rafael
Alcides, Reynaldo González y Lina de Feria.
Esas injustificadas demandas de inclusión o
exclusión demuestran, una vez más, la ansiedad del canon que invade la crítica
literaria cubana. Hay algo arcaico y tradicionalista en esa manera de pensar la
literatura, aunque se exprese a través de la disputa por establecer quién es el
escritor “más” o “verdaderamente” vanguardista. Es tal la ansiedad por canonizar
que los temas específicos de un libro de ensayo sobre seis escritores cubanos
–la errancia o el nomadismo en Tejera, el “mariposeo” post-estructuralista en
Sarduy, la muerte y el sexo en Casey, Orígenes
y lo "siniestro cubano" en García Vega, las meta-ficciones de Campos
o el mecanismo poético de la lectura en Kozer- no se discuten. Lo que se
discute, en resumidas cuentas, es quiénes, entre esos escritores, valen o no la
pena según la soberana estimativa literaria del crítico.
La misma distorsión, en relación con Antón
Arrufat, aunque expuesta en un lenguaje
descalificador, cercano al libelo colegial, aparece en el texto de Duanel Díaz.
Si dejamos a un lado el insulso reproche de “name dropping”, por parte de un
académico que también cita y recita, se atiene a rígidos marcos teóricos y
tampoco hace crítica literaria, ni historia intelectual sino interpretación
ideológica de la literatura, aunque con frecuentes apelaciones neopositivistas
al "error" o a la "equivocación" en el saber cultural. Si
obviamos, agrego, la abierta tergiversación –como cuando afirma que en el
ensayo “Mariposeo sarduyano” se identifica el “barroco de la Revolución” de
Sarduy con la ideología oficial cubana- , o el deliberado equívoco –decir que
confundo “modernism” y “vanguardia”, siendo todos los escritores cubanos que
estudio posteriores y críticos del “modernism”- el principal reproche de Díaz
sería que La vanguardia peregrina y,
de paso, otras dos obras anteriores, El
estante vacío y La máquina del olvido,
son libros desechables porque no son “orgánicos” y aparentan serlo.
El lector interesado puede ir a la nota de
presentación de La máquina del olvido, donde se especifica que los ensayos ahí
reunidos fueron publicados en distintas revistas iberoamericanas, o a la
Introducción de El estante vacío,
para comprobar que esos volúmenes se presentan como lo que son: libros de
ensayos. La vanguardia peregrina, en
cambio, fue pensada como un volumen orgánico –aunque no formalmente académico-
y debo su idea, en buena medida, a Pío Serrano, quien en 2010 me invitó a
escribir el prólogo de Huir de la espiral
de Nivaria Tejera en la editorial Verbum, donde se expone el proyecto del
libro, y a Jorge Herralde, que inicialmente pensó publicarlo en Anagrama. En
todo caso, la historia del ensayo occidental está llena de maravillosos libros
inorgánicos, que no cito por aquello del “name dropping”…. Por ahora.
(La vanguardia peregrina y sus críticos. Blog Libros del crepúsculo,
agosto 2014)
No comments:
Post a Comment