Los reconocimientos culturales
en Cuba –premios, homenajes, etcétera–, no lo olvidemos, se otorgan bajo
supervisión y con la autorización expresa de militares, y de militares con las
manos manchadas de sangre (sobre todo los reconocimientos “importantes”). Claro
que, paradójicamente, cuando un extremista de la moderación lee esto de “manos
manchadas de sangre” inmediatamente acusa a quien lo escribe de extremista. Tal
vez porque se trata de todo lo contrario: Extremismo es despreciar o
desconocer, en función de una construcción intelectual, el dolor y la situación
concreta de las víctimas. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Porque
los muertos, los encarcelados y los torturados por razones ideológicas en Cuba
en estos últimos 57 años suman cientos de miles. No fueron, o no son, de cartón
tabla, ni un “invento” de la CIA o del Departamento de Estado.
En este sentido, aceptar un premio
financiado y supervisado por una dictadura totalitaria como la castrista, con
millones de muertos, familias divididas y ciudadanos desterrados sobre su
conciencia –lo de conciencia es un decir–, y que sigue matando y provocando
miseria y sufrimiento, constituye también, entre otras cosas, un extremismo.
Extremista –-pongo otro ejemplo— es el académico Roberto González Echevarría,
que acaba de aceptar el Premio de la Crítica 2013 otorgado por el Instituto
Cubano del Libro, dependencia del Ministerio de Cultura, dependencia del
régimen de Raúl Castro, dependencia de la muerte y el terror. A fin de cuentas,
lo de menos es si Miguel Barnet, actual presidente de la Unión de Escritores y
Artistas de Cuba (UNEAC) y de la Fundación Fernando Ortiz, influyó para que le
fuera entregado el galardón a Echevarría a cambio de favores anteriores –basta
leer este artículo para que se entienda que no estoy lanzando pétalos de
adormidera al aire–, o si la obra del premiado es realmente de envergadura más
allá de los reconocimientos obtenidos fuera de Cuba (ya sabemos con qué
eficacia funciona el tráfico de influencias en el mundillo de estos supuestos
“pensadores”).
La moderación extremista, o enfermiza, que
caracteriza a un amplio sector de la mezquina “intelectualidad” cubana, tanto
de dentro como de afuera, es uno de los elementos fundamentales que explican la
permanencia en el poder, durante más de medio siglo, de un régimen genocida
como el vigente en Cuba. Esta moderación extremista constituye una de las
principales lanzas del llamado “intercambio cultural”, ese que le pone alfombra
roja al neocastrismo a las puertas. No nos engañemos más.
(Roberto González Echevarría y la moderación extremista. Neo Club Press,
septiembre 2014)
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