Zoé Valdés llega a Lobas de mar tras un harto publicitado paseo por la «crónica del desastre». Desde la publicación de La nada cotidiana (1995), novela en muchos sentidos inaugural y pieza fundamental de la más importante narrativa cubana de la década de los 90, no ha dejado de prodigarse en libros dispares, sumando por igual aciertos y desaciertos, y debiendo a los lectores el favor que le ha ido negando progresivamente la crítica. (Esta misma revista, por ejemplo, no ha estimado pertinente reseñar ninguno de sus muchos libros de los últimos seis años, según compruebo ahora mismo en sus índices). Lobas de mar viene a cerrar ese ciclo. Se advierte una voluntad de Kehre desde el primer párrafo; se anuncia ya antes, con la elección de una historia tan ajena a las aguas en las que la prosa espontánea y desmañada de Valdés venía navegando con suerte cada vez más incierta. Cabe felicitarla por no haber tomado el camino más fácil para emprender esa conversión, por haber afrontado el reto de elegir una historia bien conocida y, en menor medida, que en ello el tino no pasa de una nota rasante, por haber hecho un importante esfuerzo para articular una lengua de época, que seguramente convencerá al lector no habituado a comprar libros antiguos —el lector medio al que aludíamos incluye entre las piezas de bouquiniste a todo libro publicado antes de, digamos, la primera guerra del Golfo.
(Nudos marineros. Encuentro de la cultura cubana, Nos. 30/31, otoño-invierno, 2003-2004)
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