Hace un tiempo escribí una reseña muy crítica de La vanguardia peregrina; tres meses después su autor sacó una breve nota donde la tachaba de “diatriba”. En principio pensé no responder, pero al ver cómo Rojas insistía en defender, a golpe de falacia, su libro indefendible, le repliqué largamente, con argumentos razonados y abundantes citas. Sólo unos días después Rojas ha sacado una reseña –aunque más bien se trata de una nota- sobre mi último libro, recién publicado por Verbum. La consecuencia entre esta nota y la crítica aparecida en este blog es evidente. Rojas ya no intentará más defender La vanguardia peregrina; ahora va a por La revolución congelada. Su corneta ha tocado a degüello…
Hacia el final de la nota, Rojas dice que no va a imitarme, pero su discurso en algo recuerda al mío. Yo digo que su libro no es en realidad orgánico; él dice que el mío no es orgánico. Yo digo que la idea central de la “vanguardia peregrina” es espuria; él dice que mi idea de “revolución congelada” es fundamentalmente errada y muy cuestionable. Yo digo que le falta rigor en el trabajo con el archivo y con la teoría; él dice que en mi libro, más que imprecisión, hay “amalgama conceptual”. Yo digo que a prosa le falta sorpresa, fuerza y gracia; él dice que no tengo “voz ensayística”. Yo digo que “La prole de Virgilio” es un ensayo superficial, él dice que la crítica que hay en La revolución congelada es “en extremo superficial”. Yo afirmo que sus últimos libros (de tema cubano) son peores que los primeros; él no dice, pero sugiere que mi ultimo libro es el peor de los que he escrito, pues los anteriores no le merecieron una opinión tan desfavorable. Puesto así, parceríamos dos niños mentándonos nuestras respectivas madres durante el recreo, o dos políticos españoles echándonos en cara la corrupción: “-¿Qué me dices de los millones de Bárcenas en Suiza?, -Acuérdate de los EREs de Andalucía…”
Pero hay una diferencia; en el discurso de Rojas faltan, una vez más, citas del libro criticado, argumentos, demostraciones. Rojas me imita en la forma, pero no en el contenido. De ahí ese regusto a cascarón vacío que deja su nota; falto de cimientos, todo el discurso está a punto de venirse abajo; quitando la intención de citicar lo más posible mi libro, poco queda. La crítica de Rojas es, para decirlo en términos que recuerdan a nuestros años sesenta, puro voluntarismo. Él, que me reprocha usar un lenguaje violento, recurre ahora a la ultima ratio regum, pero se nota su falta de convicción. ¿De veras cree que “el aporte de este libro, junto a otros que están renovando las visiones sobre la realidad insular, en los años 60 y 70, es menor”? Con su nota sobre La revolución congelada Rojas sólo ha demostrado dos cosas; que no tiene cómo refutar mis críticas a La vanguardia peregrina, y que no es capaz de articular una crítica coherente de La revolución congelada.
Una vez más, los argumentos eran necesarios, porque hay que respetar un poco a los lectores, a los de hoy y a los de mañana. Lo escrito, escrito está: ambos libros están ahí, cualquiera puede y podrá leerlos y cotejarlos con las respectivas reseñas, juzgar donde hay razón y donde no. No obstante, me toca una vez más refutar a Rojas, y lo haré con detenimiento, flema incluso. Porque sé que La revolución congelada no es ese amasijo de citas incoherentes e ideas anticuadas que dice él, su crítica no me ha sacado del paso. Si Rojas ha subido el tono de su discurso; yo rebajaré el mío. La nota de Rojas tiene que ser breve, no porque su autor carezca de energía (sabemos que ha escrito no pocas páginas sobre libros insignificantes) sino porque sólo se fundamenta en la autoridad; quien está autorizado no tiene que dar explicaciones. La mía tiene que ser larga; todo lo favorece a él: curriculum, nombre, poder…
Si mi idea de la crítica es, como afirma Rojas, “agonística”, su idea de la crítica es diplomática, yo diría que política, en el sentido populista del término. “Todo el mundo tendrá televisores”. Rojas ha mencionado y reseñado en buenos términos a cuánto escritor o crítico cubano hay –con algunas excepciones, claro. Que sale un libro en Cuba, él lo mencionará muy pronto. Que en el exilio, también será comentado, siempre con generosidad; cuando haya una crítica, vendrá la palmadita en el hombro. El tono es por lo general de bonhomía. ¿Quién dijo que la cubanidad no es amor? Rojas reparte a manos llenas capital simbólico bajo la especie de reseñas, notas y menciones de todo tipo. No importa que la lectura sea superficial, que la mención sobre; lo que importa es marcar el terreno, agrimensar. Ese capital simbólico crecerá, conformando una especie de blindaje de su obra, una predisposición positiva. ¿Cómo enfrentarse a la Bondad? ¿Cómo decir que aquel que quiere incluirnos a todos y para el bien de todos no escribe tan bien, no es tan riguroso con el archivo cubano, no es tan sagaz en su “uso” de la teoría?
Si lo ponemos en términos duelísticos, él es caballero con armadura y todo; yo voy a pie y descalzo. Por eso tengo que esforzarme más, no me queda otra que convencer a los lectores, esa única opción de la que él prescinde una y otra vez. Mi crítica ha de legitimarse en sí misma, lo cual está, por cierto, en plena concordancia con el linaje moderno, ilustrado, de esta actividad intelectual; porque la crítica no se legitima en “estudios de filosofía e historia” ni de ninguna otra clase, ella misma debe probarse una y otra vez. Nunca le he reprochado a Rojas, como alguna vez han hecho otros, que se meta en la crítica literaria en vez de quedarse en su terreno, que sería la historia y la filosofía; ahora él me reprocha querer “importar” para la crítica literaria “grandes temas de la filosofía y la historia”, como este si fuera un coto vedado, exclusivo. Quien reclama ser, no ya moderno, sino muy actualizado, debería abandonar esa idea patrimonial del saber; tener claro que el conocimiento no está dividido en finquitas que cada cual cultiva sin saltarse la cerca vecina, y que cuando nos sentamos a escribir, somos absolutamente iguales, no importa que uno haya estudiado “filosofía” y el otro “filología”; ni el uno es filósofo ni el otro filólogo. Lo que importa es lo que salga de ahí, el resultado, lo escrito.
(¿Qué ha tocado ese? Nueva refutación de Rojas. Blog Cuba: la memoria inconsolable, septiembre 2014)
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