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Monday, July 13, 2015

Ramón Fernández-Larrea sobre “Mi bandera”, de Bonifacio Byrne

Yo siempre quise convertirme en poeta civil, pero nunca supe en qué oficina había que inscribirse. Teniendo el Comité Militar tan cerca de mi casa y tan pendiente de mi busto, cambiaba de semblante al pasar con mis secretas intenciones poéticas de civilidad. No sé si con el soneto construyó usted una balsa, pero sí que tuvo que salir como un siquitraque sobre las olas, echando un pie, y no paró hasta Tampa, que cuando un poeta le cae gordo a las autoridades, le quieren hacer tampas diversas, ponerle un tampón en la boca y amarrarle las manos. Allí se hizo usted lector de tabaquería, que es uno de los oficios cubanos más loables y llenos de humo que existen.
   Para terminar el semblanteo, dicen en esa semblanza citada que cuando usted regresó al finalizar la guerra, venía con un pitirre patriótico en el corazón, y que por poco le da un terepe al ver ondear sobre el Morro un par de banderolas: la de USA y la nuestra. Una de ellas ya no se USA. Ya eso sí se lo sabe la gente. Textúo y cito: "Le hubiera bastado este poema para quedar definitivamente consagrado en la lírica de Cuba junto al nombre de José María Heredia". Vamos por partes, fuera casacas, y metamos el codo y el guante. Porque en esto de las banderas hay como un olor a trauma en el ambiente. Ya nuestro pensador mayor se acoquinaba y engurruñaba el hombro para no entrar a un tablao donde bailaba una tremenda hembra española, dignísima de entablillar, sólo porque el trapito enemigo estaba afuera.
   Y usted va a rajatabla, a por todas, diciendo de nuestra insignia que: "¡Al cubano que en ella no crea/ Se le debe azotar por cobarde!". No es para tanto, Bonifacio, ya sé que encabrona esperar una cosa y ver otra. Duele, mucho, como decía Elena Burke, pero hay que ser un poco flexible. En mi tiempo, por ejemplo, la bonita del rubí, las tres franjas y una estrella ondeaba de lo más solita y danzarina ella, pero luego te metías en los lugares y qué encontrabas: pollo a la jardinera búlgaro, compotas rusas de tanquista, mermelada de arándanos de Volokolams, jugos de manzana de los Urales (muy bueno para la urea), salianka en sobre. Al líder lo escuchabas por un VEF y lo veías en un Electrón. Y te podías retratar con una Smena mirando el Vostock, con la banderita detrás y todo. Era para estar boquiabierto, Bony, bonificado en uzbeco. Hay algo en ese nacionalismo textil que no me encaja del todo. En mi caso personal, que ya sé que es un poco monstruoso, pero es personal, civil y poético, a esta altura del mundo sobran los trapos. O que se los dejen a los equipos de fútbol y de pelota. O en los desfiles de las Olimpíadas, para saber que el prieto ése es de otro continente y el chino judoka es de nosotros. Digo yo.
   Ya sé que usted se berreó con razón, y que quería esto tan lindo: "Aunque lánguida y triste tremola,/ Mi ambición es que el sol con su lumbre/ La ilumine a ella sola —¡a ella sola!—/ En el llano, en el mar y en la cumbre". Y mire qué casualidad, que tremola y el sol la alumbra a ella solana. Pero por abajo pasan las verdes pelucas del enemigo. Nuestro pensador mayor no entra ya ni a ver una bailarina malaya, y no porque seamos enemigos de Sandokán. La bandera allá arriba y la gritería es en otro idioma, aunque el idiomador sigue hablando en un lenguaje parecido al suyo, que ya no convence.
   Entonces, que me azoten, si alguien quiere seguir su tremebundo consejo. Porque no me conmueven la tela ni otras cosas banales. Y que, cuando me parta un rayo, no se les ocurra envolverme inmolado en ella, que es gastar material por gusto. Que me quemen y me esparzan calpes, allí donde me toque. O que sigan el consejo de otro poeta, un poco menos civil que usted, pero más marxista. Se llamó Chicco Marx y le escribió esta nota a su hermana: "No olvides lo que te he dicho, cielo. Pon en mi ataúd una baraja de cartas, un palo de golf y a una bonita rubia".

(Carta a Bonifacio Byrne. Cubaencuentro, enero 2002)

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