A Lisandro Otero se le desbordaba un resentimiento enfermizo cuando se refería a Cabrera Infante. Burgués de Miramar, reprochaba a Cabrera Infante, llegado a La Habana procedente de Gibara, “el síndrome del salto de clase” y hasta su descapotable de segunda mano.
Otero no se cansó de acusar a Cabrera Infante de atragantarse de William Faulkner y “plagiarlo desembozadamente”. Algo digno de analizar si se tiene en cuenta que a inicios de los años 80, luego del esfuerzo por imitar a Alejo Carpentier para escribir “Temporada de ángeles”, Otero se convirtió en un experto en plagios y atragantamientos.
En su libro “Disidencias y coincidencias en Cuba” (Editorial José Martí, La Habana, 1984) Otero describía la obra de Cabrera Infante como “trozos de historietas, narraciones truncas, prosa inconclusa sazonada con ejercicios de pastiche, parodias acrobáticas, laberintos gratuitos, pésima y oscura sintaxis, supercherías gratuitas, alguna que otra agudeza, comadreos de aldea, bromas demasiado escuchadas”.
Lisandro Otero, en plan de Sumo Literato, reprochaba a Cabrera Infante “una acumulación verbosa y deshumanizada”, que según concluía, no era verdadera literatura, sino “fuegos de artificio”.
¿Quién lo diría luego de las viñetas que tanto recuerdan las de Cabrera Infante que empleó profusamente Lisandro Otero en su trilogía “La situación”, “En ciudad semejante” y “El árbol de la vida”?
En definitiva, los resabios, pedanterías y prejuicios elitistas de Lisandro Otero siempre influyeron en sus peculiares criterios. Llamó “apóstata aborrecido” al Premio Nóbel de Literatura Vidia Naipaul, calificó al rock como “aberrante deformación de las formas musicales” y a Elvis Presley como “rey de la payasada para rústicos”.
Qué no diría Lisandro Otero de Cabrera Infante, a quien no podía ocultar que detestaba, si en favor de Vladimir Nabokov sólo pudo atribuir su destreza con las palabras “a sus muchas patrias y su pertenencia a ninguna”.
Pero era tanto su encono contra Cabrera Infante, que ni siquiera admitía que el mismo desarraigo del exilio que decía enriqueció literariamente a Nabokov pudiera beneficiar en algo al autor de “La Habana para un infante difunto”. Todo lo contrario. “Cabrera Infante no escapará a la anulación por el desarraigo, ese será el final de su aventura”, auguró Otero.
Hasta su muerte, Lisandro Otero aseguró que “la obra de Cabrera Infante se extinguiría con los años”. Me temo que luego de tanto resentimiento, su alma no pueda alcanzar la paz al comprobar que la aventura literaria de Guillermo Cabrera Infante, tras su muerte en 2005 en su exilio londinense, apenas se inicia.
(El alma sin paz de Lisandro Otero. Cubanet, octubre 2011)
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