Después de leer y releer la
nota publicada por OtroLunes en
octubre de 2015 escrita por Rafael E. Saumell, profesor de la Sam Houston State
University, bajo el título “Buscando al
rey David en Santa Clara —Sobre la novela El corazón del rey, de Félix Luis
Viera”, me sobrevino esta duda: ¿Un texto semejante le hace justicia a la
obra y, sobre todo, a los lectores? A la obra, porque un crítico debe tratarla,
aun cuando considere que es un adefesio, sin descuidar ciertas reglas, digamos,
éticas o, si se prefiere, “técnicas”, de modo que le dé una oportunidad
respecto a los lectores; a los lectores, porque estos deben recibir esa opinión
con los datos estrictamente necesarios para demostrarla, esto es, dejando un
margen para que aquellos se sientan inclinados a verificar en la obra misma las
tesis planteadas. En ambos casos hablo de “respeto” —respeto, aclaro, en el
sentido de la objetividad y de los presupuestos de información que debe tener
el público (puesto que algo debe leer cuando lee la reseña misma), en ningún
caso de “condescendencia” o de “reverencia” hacia uno ni hacia otro—.
Lo primero que resulta evidente es que a
Saumell le pareció floja la novela, o la entendió de un modo muy peculiar. Lo
que no es pecado. El pecado, digamos intelectual, está (porque está) si acaso
en el cómo lo expresa. Ya lo digo al principio. Pero ya que estamos, aprovecho
la ocasión para discrepar también en esto y, claro, explicar dicha
discrepancia. Veamos.
Comienza así su nota:
“En medio de una borrachera,
Robertón, personaje medular en la novela de Viera, le aconseja a su joven
discípulo de dieciocho años de edad y a quien llama “numantino”: “dedica tu
vida a buscar el corazón del rey, búscalo siempre…que ésa sea tu divisa: buscar
y hallar el corazón del rey y tomarlo para ti…Si lo hallas habrás triunfado y
triunfarás toda la vida…” (411). (…) En dicha exhortación hay dos referencias culturales
de notable importancia para comprender cuáles son los temas filosófico-morales
subyacentes en esta novela: la primera relacionada con La Numancia de Miguel de
Cervantes, la segunda con el rey David del Antiguo Testamento.”
He aquí lo primero de ese “cómo” que
considero necesario matizar. De dónde saca el crítico que el autor utiliza
dichas “referencias culturales”, en especial la “bíblica”: ¿Del simple hecho de
que se refiera al corazón del rey, aunque no mencione a David ni a ningún otro
rey en particular, un genérico que más bien parece aludir al poder, a la
fuerza, a la densidad “del corazón”, léase de los “sentimientos”? Sin duda se
trata de una aportación muy imaginativa del crítico. Lo que no está mal, es su
derecho; pero advierto que partir de esa premisa, a mi juicio falsa (al menos
en parte, si le concedemos que la palabra “numantino” tiene, en efecto, la raíz
semántica que dice), lo único que logra es condicionar su propio criterio y
limitar las posibilidades o, mejor, las connotaciones de los temas
filosófico-morales de la novela. Y me niego a pensar que eso estaba entre las
intenciones del profesor.
Sin embargo, más adelante escribe: Está claro que Robertón no le ha pedido que
se mate —aquí insiste en la referencia a Numancia que, por supuesto, no
tiene por qué remitirnos al drama cervantino y no directamente al hecho
histórico que inspiró a Cervantes— . Su
única alternativa radica en hallar y forjarse un corazón conforme a los
dictados de su conciencia, que sea leal a los principios que el primero le
enseña durante sus conversaciones o mediante esporádicas notas donde aquel le
transmite sus doctrinas sobre lo humano y lo divino. ¿No contradice esto la
tesis de esas referencias? Dicho así, es más exacto: indica algo que va más
allá de la simple “resistencia” y el “sacrificio”; algo que nos sugiere más
bien la sobrevivencia, la victoria del sujeto sobre la circunstancia, la
confirmación del tan denostado “yo” en un medio donde se le intenta manipular y
anular. Dicho así estaría bien si de todos modos no mediase la paradoja que
introduce la imposición de las “referencias” en cuestión.
Pero eso no es todo. Hay otra apreciación
que me parece como mínimo polémica. La copio:
Ninguno de los personajes le da
tregua al lector para que éste pueda apreciar otra cosa que no sea leer las
andanadas interminables que ellos arrojan contra el régimen. Lo que se discute
sin cansancio es el lado invariablemente feo del país. Con ese tipo de trama y
de concepción de los personajes, cualquier obra literaria corre el alto riesgo
de ser considerada una tarea narrativa de mucha habladuría y de escasas
acciones dramáticas.
¿Es así? No voy a orientar al posible lector
hacia las zonas de la novela que desmienten totalmente esto, algo que podría
hacer sin ninguna dificultad pues la leí con la suficiente atención como para
poder escribir el prólogo con que fue publicada por Innovación Editorial
Lagares de México en 2010. Podría hacerlo, pero prefiero (al contrario de lo
que hace el crítico) alentarlo para que explore en el texto y encuentre por sí
mismo el humor, el amor, el sexo, las emociones y los sueños de los personajes
que nada tienen que ver con esas supuestas “andanadas interminables (…) contra
el régimen”. De hecho la novela comienza con algo muy distinto que termina
siendo, eso sí, medular en todo el libro. Pero incluso si tuviese razón, si
realmente los personajes no dieran “tregua al lector”, ¿por qué eso convertiría
la novela en “una tarea narrativa de mucha habladuría y de escasas acciones
dramáticas”? Es más, ¿por qué, si vamos a hablar de buena literatura, tenemos
que darle importancia a las “escenas dramáticas”? ¿Y por qué debe preocuparse
nadie por esas “treguas”? Ya sé que las comparaciones son odiosas, pero las
siguientes preguntas no pretenden comparar, simplemente las hago para negar el
aserto: ¿Las tiene (en abundancia, quiero decir, y me refiero a las “acciones
dramáticas”) el “Ulises”? ¿Las tiene “La montaña mágica”? Y, ¿por qué, salvo
que estemos pensando en el execrable patrón de un best seller, las escenas
tienen que ser sólo “dramáticas”? Y una última pregunta al margen: ¿O es que al
crítico le molesta especialmente que (y cito) “Lo que se discute sin cansancio es el lado invariablemente feo del
país”?
Algo así sucede con el sentido de la
siguiente expresión, muy relacionada con lo anterior:
El lector no va a encontrar
ninguna paz ni ningún relato paralelo que lo desvíe de la obsesión por la
política que caracteriza la vida y la literatura cubana.
No es que yo vaya a negar esa obsesión, es
que Saumell, por decirlo con una frase hecha, mata al mensajero. Lo expresa
como si no entendiera esa “vida cubana actual” que la “literatura cubana
actual” refleja o, por lo menos, como si
desdeñara el nexo ineludible que las articula y, lógicamente, condiciona, si no
en todos, sí en la mayoría de los casos. ¿Es que debemos tomar como un defecto
de la “literatura cubana actual” que “la vida cubana actual” sea como es?
Pero tengo que repetir en parte lo que
adelanto en el párrafo anterior: Esto no parece referirse a “El corazón del
rey”; en la novela de Viera no sucede así. “El corazón del rey” tiene realmente
varias acciones o, para decirlo con las palabras del crítico, varios relatos
paralelos. Varios. Para desmentirlo bastaría con leer numerosos capítulos eróticos
o de amor o de borracheras, capítulos de simple reflexión no sólo política, o
de humor (no sólo político), capítulos
que aparecen desde las primeras páginas. Por ejemplo —y lo siento, pero cambio
de idea: esta vez sí “voy a orientar al posible lector y al propio Saumell
hacia algunas de las zonas de la novela que desmienten esto”—, les remito,
entre otros, a “la cola de las batidoras” (a partir de la p. 69); al capítulo
donde se describe la reparación del televisor de la mujer inválida (p.107); o
al que cuenta las peripecias para comprar productos en una farmacia (p. 119); o
ese inolvidable en el que la Sama y el narrador van a cortar caña (p. 125); o a
los que transcurren en el estadio de béisbol (p. 337 y 377). Advierto que
Saumell menciona al vuelo algunos de estos pasajes (al menos dos: el del corte
de caña y los del estadio de béisbol), pero no para examinar sus valores
literarios, sino para remarcar sus “aristas ideológicas”, como si la calidad
literaria fuese algo secundario y no lo fundamental, ignorando que escribe
sobre una obra literaria de ficción, una novela, y no sobre un libro de
opinión, de periodismo de investigación, de Historia o de “filosofía y moral”.
Pero volvamos a lo que decíamos. ¿Será que, al hablarnos de la falta de paz el
profesor se refiere a la “intensidad”, en el sentido que uno lo hace al hablar,
p. ej., de Kafka, y lo hace, sin querer, de un modo despectivo? Y otra cosa:
¿quién dice que la “paz” sea un valor importante en literatura?
Algo similar hace con los personajes que
cita. Básicamente hace eso: los cita. Y los esquematiza: Sama: homosexual;
Mercedes: antigua prostituta; Benito y Maritza: los integrados, etc. En ningún
momento se detiene a analizar su condición de personajes. Es decir, su
psicología, su modo de expresarse, cómo reaccionan, qué tal se mueven, qué
credibilidad tienen en el “mundo” donde Viera los hace “vivir”… en fin, no nos
dice algo que el autor de una reseña, una nota, incluso un ensayo, debe decir
(so pena de escribir sobre otra cosa) referente a una obra de ficción. No,
Saumell parece interesado sólo en una cosa: juzgar el contenido “ideológico” o
“filosófico-moral” de lo que dicen y en quejarse de la supuesta desmesura con
que lo hacen. En pocas palabras: Parece querer transmitirnos únicamente que le
incomoda lo que expresan respecto de una realidad que, en cualquier caso, es
primero que todo la realidad de la novela, y no —por decir algo— qué piensa del
manejo que Viera hace del diálogo como técnica o “tipología textual”, que
vendría más a cuento.
En cambio, creo que de todas, esta idea que
cito a continuación es una de las más reveladoras, si no la más. Dice:
No obstante, a esta objeción —se refiere a la cita anterior— podría
responderse que la vida en Santa Clara es así de aburrida, predecible y
monótona.
No hace falta ser demasiado perspicaz para
comprender que el crítico por fin encontró un modo “atenuado” y bastante
redundante de decir lo que tenía en mente desde la primera línea: la historia
de la novela de Viera (la novela en su conjunto) le parece “aburrida,
predecible y monótona”, al menos tanto como la vida en Santa Clara. Pero eso es
sólo un criterio. Conozco a mucha gente que se aburre oyendo a Bach, y no por
ello debemos suponer que Bach sea aburrido. Por poner un ejemplo. Y por otro
lado creo que de ningún modo la vida en Santa Clara resulta “aburrida,
predecible y monótona”. Al menos no en
la Santa Clara de la novela. Todo lo contrario.
Sin embargo, lo que realmente me animó a
escribir este comentario no es eso (o sea, el hecho de que Saumell haya escrito
una crítica que, hasta donde sé, ninguno de los que hasta ahora nos hemos
ocupado de la novela, y que somos varios, compartimos). Lo que me animó
realmente tiene que ver —como expreso al principio— con el descuido o el
quebrantamiento de reglas, digamos, éticas o, si se prefiere, “técnicas” que
rigen de algún modo el ejercicio de reseñar, comentar o criticar una obra. Por
lo menos de una de esas reglas. Me refiero a la meticulosidad con que, casi
capítulo a capítulo, Saumell se aplica en “reventar” o “destripar” la novela.
Por contar, cuenta hasta la frase con que Viera cierra el libro. Y como si no
fuera bastante sugiere incluso las posibles derivas que se deben imaginar en el
espacio en blanco que sigue a esa frase, que ya es mucho decir.
Así que no hay otra: tengo que terminar este
comentario en el que me he hecho tantas preguntas, con más preguntas: ¿Por qué
el profesor Rafael E. Saumell hace esto? Es decir, ¿por qué “cuenta” la novela
hasta su última línea? ¿Acaso supone que nadie la entendería? ¿O quiere que no
la lean?
Si bien presumir que una crítica como esta
—por negativa que sea y por más que “cuente” el argumento— pueda influir en la
decisión de lectura de alguien, supone dudar de su inteligencia. Quiero decir,
de la inteligencia de ese alguien. Y que conste: Yo no lo hago. Sé que aquellos
que aún no han leído esta novela (El
corazón del rey) lo harán con el mismo interés que suele despertar el
conjunto de la obra de Félix Luis Viera, uno de nuestros grandes escritores, y
sé que como siempre no serán defraudados. Si acaso se preguntarán, curiosos
como yo, qué pudo animar realmente al profesor a escribir esta reseña. Después
se encogerán de hombros y, al igual que a mí, la novela les dirá el resto.
(Nadie busca al rey David en Santa Clara. Revista Otro Lunes #
39, enero 2016)
No comments:
Post a Comment