A ver, ¿qué dice ese niño? ¿Qué es lo
que dice?
¿Cómo que cuál niño? ¡El niño aquél!
Se-nel-el-ni-ño-aquél.
¿Qué dice Nené Senel? Repite conmigo, nené: ce-re-bro, ce-re-bro.
¿Qué dice Nené Senel? Repite conmigo, nené: ce-re-bro, ce-re-bro.
Estaba en Roma el niño aquél, hablaba
de su novela, de su novela, no con título de Amaury Pérez, no con título de
Silvio Rodríguez, sino con título de Lenin y Marc Anthony. Hablaba C’est ne Pas de En el cielo con
diamantes. Que era hablar del bloqueo provocado por su obra anterior.
¡La culpa de todo la tiene el bloqueo!
Muy capaz se mostraba Senel de saltar
de su bloqueo narrativo al criminal bloqueo que mantienen los Estados Unidos
sobre el heroico pueblo cubano. Y no dio ese salto de puro milagro. Pero la
amenaza imperialista no dejó de merodearlo, así que, refiriéndose a esta nueva
obra suya, notificó a la prensa italiana que la había sentido en peligro. Pues
muchas veces estuvo a punto de escribir el libro que querían sus lectores, y no
el que guardaba él en su corazón.
¡Ay, Edmundo de Amicis! ¡Ay, Sánchez
de Fuentes! ¡Ay, Instituto Nacional de Cardiología!
La importancia del más reciente libro
de Senel Paz puede medirse por la atención que ha recibido de parte de Norberto
Fuentes. Fuentes, que no ha leído nada desde que en sus manos cayera Isaak
Bábel, no tuvo más remedio que sentarse a recorrer En el cielo con diamantes. Encontró la novela bien escrita, incluso
muy bien escrita (considérense, empero, sus pobres exigencias: “construir con
firmeza tus párrafos e hilvanar las palabras sin ruidos”). La descubrió
graciosa y, alguna vez, le arrancó carcajadas. Pero al final tuvo que reconocer
que constituía “un objetivo literario mal construido” (ah, dialecto de los
talleres literarios del Minín), y que escondía adentro, ahogado de tan
escondido, “un excelente libro de memorias”.
Muy ridícula es la noveluca de Senel
Paz, ni graciosa ni bien escrita. Pero aún más ridícula resulta la impostura
con que la lee Fuentes, como si él hubiera sido líder de alguna campaña
militar. Considerándose a sí mismo protagonista épico, Eneas y Virgilio a un
mismo tiempo (Virgilio no es Piñera, Eneas no es el talludo amigo de Benitín),
Norberto Fuentes suena más falso que ese falso a quien critica.
“Eran los niños a cuidar”, escribe de la generación de Senel Paz y de sus personajes. Y agrega: “Ellos retozaban alegremente con sus culitos y nosotros teníamos que estar dispuestos a dar la vida por defenderlos”. Pero, ¿cómo? ¿Arriesgó alguna vez su vida Norberto Fuentes? Y, si lo hizo, ¿fue por defender a otros, o por aventurerismo, narcisismo o carrera propia? Ahora resulta que el General Fuentes arriesgaba su vida por defender a jóvenes cubanos a los cuales ni siquiera conocía. (¿Atacaba alguien a esos jóvenes? El imperialismo yanqui, lobo feroz que bloquea a Cuba y bloquea las posibles novelas de Senel Paz, ¿sitiaba también las bequitas kubanisches?)
“Eran los niños a cuidar”, escribe de la generación de Senel Paz y de sus personajes. Y agrega: “Ellos retozaban alegremente con sus culitos y nosotros teníamos que estar dispuestos a dar la vida por defenderlos”. Pero, ¿cómo? ¿Arriesgó alguna vez su vida Norberto Fuentes? Y, si lo hizo, ¿fue por defender a otros, o por aventurerismo, narcisismo o carrera propia? Ahora resulta que el General Fuentes arriesgaba su vida por defender a jóvenes cubanos a los cuales ni siquiera conocía. (¿Atacaba alguien a esos jóvenes? El imperialismo yanqui, lobo feroz que bloquea a Cuba y bloquea las posibles novelas de Senel Paz, ¿sitiaba también las bequitas kubanisches?)
La historia parece haber sido muy
distinta a como la cuenta el falso militar a cargo de un kindergarten, el
General Nana Fuentes. Pues mientras Senel y sus amiguitos retozaban alegremente
con sus culitos, nada hacía él sino retozar alegremente en compañía de sus
amiguitos militares de alta graduación. E importa poco si el culo (u otra zona
erógena) iba incluido en tales retozos, pues no faltó en ellos la delectación
en la machanguería de uniforme, y sale de aquellos goces una prosa que suspira
por muñecas masculinas con Rolex. Existe pues un patético Paz (no Octavio) que
necesita justificar revolucionariamente la mariconería, así como existe un
patético Fuentes (no Carlos) que justifica con razones altruistas el
alargamiento a placer de su Servicio Militar.
Claro que, como el segundo afirmara,
es imposible componer una épica con las boberías que repuja el niño aquél. Pero
tampoco la alternativa de Norberto Fuentes da para mucho: cuatro o cinco
antenas en un Lada. Y tan pobre como su imaginación es la disyuntiva que le
impone al tainaje: “O eres la contrarrevolución, que en Cuba nunca ha logrado
ningún producto literario, o te exaltas y asumes el proceso, la Revolución, con
todos los hierros”.
A estas alturas no vale la pena
discutir su ecuación entre Revolu y “producto literario” (ah, dialecto de
agromercado). Norberto Fuentes parece ser un ejemplar escapado del gabinete del
doctor Mabuse Fornet. “La miríada de blindados y transportadores avanza hacia
el combate”, metaforiza, “y las comadres, en la cuneta, ruborizadas y apenas
contemplando”.
Entre esas comadres apostadas a la
orilla del camino, incluye él a Senel Paz.
En uno de los primeros blindados y
transportadores viaja, de uniforme militar, Norberto Fuentes. Es duro el
hombre, es épico, es con todos los hierros.
¡A Norberto Fuentes hay que tocarle
los cojones!
Lástima que, de vez en cuando, lo
delate la comadre que lleva adentro y elija, por ejemplo, un vocablo tan
camafeado como “miríada”.
(La Lengua suelta # 45. La
Habana Elegante, segunda época)
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