Wednesday, July 20, 2016

Abel Germán Díaz Castro vs. Rafael E. Saumell reseñando una novela de Félix Luis Viera

Después de leer y releer la nota publicada por OtroLunes en octubre de 2015 escrita por Rafael E. Saumell, profesor de la Sam Houston State University, bajo el título “Buscando al rey David en Santa Clara —Sobre la novela El corazón del rey, de Félix Luis Viera”, me sobrevino esta duda: ¿Un texto semejante le hace justicia a la obra y, sobre todo, a los lectores? A la obra, porque un crítico debe tratarla, aun cuando considere que es un adefesio, sin descuidar ciertas reglas, digamos, éticas o, si se prefiere, “técnicas”, de modo que le dé una oportunidad respecto a los lectores; a los lectores, porque estos deben recibir esa opinión con los datos estrictamente necesarios para demostrarla, esto es, dejando un margen para que aquellos se sientan inclinados a verificar en la obra misma las tesis planteadas. En ambos casos hablo de “respeto” —respeto, aclaro, en el sentido de la objetividad y de los presupuestos de información que debe tener el público (puesto que algo debe leer cuando lee la reseña misma), en ningún caso de “condescendencia” o de “reverencia” hacia uno ni hacia otro—.
   Lo primero que resulta evidente es que a Saumell le pareció floja la novela, o la entendió de un modo muy peculiar. Lo que no es pecado. El pecado, digamos intelectual, está (porque está) si acaso en el cómo lo expresa. Ya lo digo al principio. Pero ya que estamos, aprovecho la ocasión para discrepar también en esto y, claro, explicar dicha discrepancia. Veamos.
   Comienza así su nota:

   “En medio de una borrachera, Robertón, personaje medular en la novela de Viera, le aconseja a su joven discípulo de dieciocho años de edad y a quien llama “numantino”: “dedica tu vida a buscar el corazón del rey, búscalo siempre…que ésa sea tu divisa: buscar y hallar el corazón del rey y tomarlo para ti…Si lo hallas habrás triunfado y triunfarás toda la vida…” (411). (…) En dicha exhortación hay dos referencias culturales de notable importancia para comprender cuáles son los temas filosófico-morales subyacentes en esta novela: la primera relacionada con La Numancia de Miguel de Cervantes, la segunda con el rey David del Antiguo Testamento.”

   He aquí lo primero de ese “cómo” que considero necesario matizar. De dónde saca el crítico que el autor utiliza dichas “referencias culturales”, en especial la “bíblica”: ¿Del simple hecho de que se refiera al corazón del rey, aunque no mencione a David ni a ningún otro rey en particular, un genérico que más bien parece aludir al poder, a la fuerza, a la densidad “del corazón”, léase de los “sentimientos”? Sin duda se trata de una aportación muy imaginativa del crítico. Lo que no está mal, es su derecho; pero advierto que partir de esa premisa, a mi juicio falsa (al menos en parte, si le concedemos que la palabra “numantino” tiene, en efecto, la raíz semántica que dice), lo único que logra es condicionar su propio criterio y limitar las posibilidades o, mejor, las connotaciones de los temas filosófico-morales de la novela. Y me niego a pensar que eso estaba entre las intenciones del profesor.
   Sin embargo, más adelante escribe: Está claro que Robertón no le ha pedido que se mate —aquí insiste en la referencia a Numancia que, por supuesto, no tiene por qué remitirnos al drama cervantino y no directamente al hecho histórico que inspiró a Cervantes— . Su única alternativa radica en hallar y forjarse un corazón conforme a los dictados de su conciencia, que sea leal a los principios que el primero le enseña durante sus conversaciones o mediante esporádicas notas donde aquel le transmite sus doctrinas sobre lo humano y lo divino. ¿No contradice esto la tesis de esas referencias? Dicho así, es más exacto: indica algo que va más allá de la simple “resistencia” y el “sacrificio”; algo que nos sugiere más bien la sobrevivencia, la victoria del sujeto sobre la circunstancia, la confirmación del tan denostado “yo” en un medio donde se le intenta manipular y anular. Dicho así estaría bien si de todos modos no mediase la paradoja que introduce la imposición de las “referencias” en cuestión.
   Pero eso no es todo. Hay otra apreciación que me parece como mínimo polémica. La copio:

 Ninguno de los personajes le da tregua al lector para que éste pueda apreciar otra cosa que no sea leer las andanadas interminables que ellos arrojan contra el régimen. Lo que se discute sin cansancio es el lado invariablemente feo del país. Con ese tipo de trama y de concepción de los personajes, cualquier obra literaria corre el alto riesgo de ser considerada una tarea narrativa de mucha habladuría y de escasas acciones dramáticas.

   ¿Es así? No voy a orientar al posible lector hacia las zonas de la novela que desmienten totalmente esto, algo que podría hacer sin ninguna dificultad pues la leí con la suficiente atención como para poder escribir el prólogo con que fue publicada por Innovación Editorial Lagares de México en 2010. Podría hacerlo, pero prefiero (al contrario de lo que hace el crítico) alentarlo para que explore en el texto y encuentre por sí mismo el humor, el amor, el sexo, las emociones y los sueños de los personajes que nada tienen que ver con esas supuestas “andanadas interminables (…) contra el régimen”. De hecho la novela comienza con algo muy distinto que termina siendo, eso sí, medular en todo el libro. Pero incluso si tuviese razón, si realmente los personajes no dieran “tregua al lector”, ¿por qué eso convertiría la novela en “una tarea narrativa de mucha habladuría y de escasas acciones dramáticas”? Es más, ¿por qué, si vamos a hablar de buena literatura, tenemos que darle importancia a las “escenas dramáticas”? ¿Y por qué debe preocuparse nadie por esas “treguas”? Ya sé que las comparaciones son odiosas, pero las siguientes preguntas no pretenden comparar, simplemente las hago para negar el aserto: ¿Las tiene (en abundancia, quiero decir, y me refiero a las “acciones dramáticas”) el “Ulises”? ¿Las tiene “La montaña mágica”? Y, ¿por qué, salvo que estemos pensando en el execrable patrón de un best seller, las escenas tienen que ser sólo “dramáticas”? Y una última pregunta al margen: ¿O es que al crítico le molesta especialmente que (y cito) “Lo que se discute sin cansancio es el lado invariablemente feo del país”?
   Algo así sucede con el sentido de la siguiente expresión, muy relacionada con lo anterior:

   El lector no va a encontrar ninguna paz ni ningún relato paralelo que lo desvíe de la obsesión por la política que caracteriza la vida y la literatura cubana.

   No es que yo vaya a negar esa obsesión, es que Saumell, por decirlo con una frase hecha, mata al mensajero. Lo expresa como si no entendiera esa “vida cubana actual” que la “literatura cubana actual” refleja o, por  lo menos, como si desdeñara el nexo ineludible que las articula y, lógicamente, condiciona, si no en todos, sí en la mayoría de los casos. ¿Es que debemos tomar como un defecto de la “literatura cubana actual” que “la vida cubana actual” sea como es?
   Pero tengo que repetir en parte lo que adelanto en el párrafo anterior: Esto no parece referirse a “El corazón del rey”; en la novela de Viera no sucede así. “El corazón del rey” tiene realmente varias acciones o, para decirlo con las palabras del crítico, varios relatos paralelos. Varios. Para desmentirlo bastaría con leer numerosos capítulos eróticos o de amor o de borracheras, capítulos de simple reflexión no sólo política, o de  humor (no sólo político), capítulos que aparecen desde las primeras páginas. Por ejemplo —y lo siento, pero cambio de idea: esta vez sí “voy a orientar al posible lector y al propio Saumell hacia algunas de las zonas de la novela que desmienten esto”—, les remito, entre otros, a “la cola de las batidoras” (a partir de la p. 69); al capítulo donde se describe la reparación del televisor de la mujer inválida (p.107); o al que cuenta las peripecias para comprar productos en una farmacia (p. 119); o ese inolvidable en el que la Sama y el narrador van a cortar caña (p. 125); o a los que transcurren en el estadio de béisbol (p. 337 y 377). Advierto que Saumell menciona al vuelo algunos de estos pasajes (al menos dos: el del corte de caña y los del estadio de béisbol), pero no para examinar sus valores literarios, sino para remarcar sus “aristas ideológicas”, como si la calidad literaria fuese algo secundario y no lo fundamental, ignorando que escribe sobre una obra literaria de ficción, una novela, y no sobre un libro de opinión, de periodismo de investigación, de Historia o de “filosofía y moral”. Pero volvamos a lo que decíamos. ¿Será que, al hablarnos de la falta de paz el profesor se refiere a la “intensidad”, en el sentido que uno lo hace al hablar, p. ej., de Kafka, y lo hace, sin querer, de un modo despectivo? Y otra cosa: ¿quién dice que la “paz” sea un valor importante en literatura?
   Algo similar hace con los personajes que cita. Básicamente hace eso: los cita. Y los esquematiza: Sama: homosexual; Mercedes: antigua prostituta; Benito y Maritza: los integrados, etc. En ningún momento se detiene a analizar su condición de personajes. Es decir, su psicología, su modo de expresarse, cómo reaccionan, qué tal se mueven, qué credibilidad tienen en el “mundo” donde Viera los hace “vivir”… en fin, no nos dice algo que el autor de una reseña, una nota, incluso un ensayo, debe decir (so pena de escribir sobre otra cosa) referente a una obra de ficción. No, Saumell parece interesado sólo en una cosa: juzgar el contenido “ideológico” o “filosófico-moral” de lo que dicen y en quejarse de la supuesta desmesura con que lo hacen. En pocas palabras: Parece querer transmitirnos únicamente que le incomoda lo que expresan respecto de una realidad que, en cualquier caso, es primero que todo la realidad de la novela, y no —por decir algo— qué piensa del manejo que Viera hace del diálogo como técnica o “tipología textual”, que vendría más a cuento.
   En cambio, creo que de todas, esta idea que cito a continuación es una de las más reveladoras, si no la más. Dice:

No obstante, a esta objeción —se refiere a la cita anterior— podría responderse que la vida en Santa Clara es así de aburrida, predecible y monótona.

   No hace falta ser demasiado perspicaz para comprender que el crítico por fin encontró un modo “atenuado” y bastante redundante de decir lo que tenía en mente desde la primera línea: la historia de la novela de Viera (la novela en su conjunto) le parece “aburrida, predecible y monótona”, al menos tanto como la vida en Santa Clara. Pero eso es sólo un criterio. Conozco a mucha gente que se aburre oyendo a Bach, y no por ello debemos suponer que Bach sea aburrido. Por poner un ejemplo. Y por otro lado creo que de ningún modo la vida en Santa Clara resulta “aburrida, predecible  y monótona”. Al menos no en la Santa Clara de la novela. Todo lo contrario.
   Sin embargo, lo que realmente me animó a escribir este comentario no es eso (o sea, el hecho de que Saumell haya escrito una crítica que, hasta donde sé, ninguno de los que hasta ahora nos hemos ocupado de la novela, y que somos varios, compartimos). Lo que me animó realmente tiene que ver —como expreso al principio— con el descuido o el quebrantamiento de reglas, digamos, éticas o, si se prefiere, “técnicas” que rigen de algún modo el ejercicio de reseñar, comentar o criticar una obra. Por lo menos de una de esas reglas. Me refiero a la meticulosidad con que, casi capítulo a capítulo, Saumell se aplica en “reventar” o “destripar” la novela. Por contar, cuenta hasta la frase con que Viera cierra el libro. Y como si no fuera bastante sugiere incluso las posibles derivas que se deben imaginar en el espacio en blanco que sigue a esa frase, que ya es mucho decir.
   Así que no hay otra: tengo que terminar este comentario en el que me he hecho tantas preguntas, con más preguntas: ¿Por qué el profesor Rafael E. Saumell hace esto? Es decir, ¿por qué “cuenta” la novela hasta su última línea? ¿Acaso supone que nadie la entendería? ¿O quiere que no la lean?
   Si bien presumir que una crítica como esta —por negativa que sea y por más que “cuente” el argumento— pueda influir en la decisión de lectura de alguien, supone dudar de su inteligencia. Quiero decir, de la inteligencia de ese alguien. Y que conste: Yo no lo hago. Sé que aquellos que aún no han leído esta novela (El corazón del rey) lo harán con el mismo interés que suele despertar el conjunto de la obra de Félix Luis Viera, uno de nuestros grandes escritores, y sé que como siempre no serán defraudados. Si acaso se preguntarán, curiosos como yo, qué pudo animar realmente al profesor a escribir esta reseña. Después se encogerán de hombros y, al igual que a mí, la novela les dirá el resto.

(Nadie busca al rey David en Santa Clara. Revista Otro Lunes # 39, enero 2016)

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