Este año, para el Premio
Nacional de Literatura estaba nominado el poeta Delfín Prats, pero se lo
concedieron a Eduardo Heras León.
Ambos fueron víctimas de los inquisidores
durante el Decenio Gris: Delfín Prats por el poemario Lenguaje de mudos, y
Heras León por Pasos en la hierba.
El Premio Nacional de Literatura se ha
convertido en una especie de demorado desagravio oficial para algunos de los
represaliados y condenados al ostracismo de ayer. Solo que los comisarios
tienen sus preferidos a la hora de las rehabilitaciones. Heras León es uno de
ellos, y ahora le tocó su turno. De algo le valió no haberse cansado de
proclamar que es un escritor revolucionario.
Heras pertenece a la “generación de la
lealtad”, categoría cuasi filosófica inventada por Aurelio Alonso para intentar
embellecer el sacrificio de las ilusiones de intelectuales atenazados entre el
espanto y la obediencia.
En mayo de 1971, en el número 46 de El Caimán Barbudo, una nota de
resonancias inquisitoriales anunciaba la expulsión de Heras León del consejo de
redacción de la revista debido a “las connotaciones de criticismo tendencioso
que, amparado en pretendidas posiciones revolucionarias, se evidencian en su
libro”.
El libro en cuestión era “Pasos en la
hierba”, hoy considerado junto a “Condenados de Condado” de Norberto Fuentes, y
“Los años duros” de Jesús Díaz, clásicos de la llamada “narrativa de la
violencia revolucionaria”.
La edición que hizo Casa de las Américas de
“Pasos en la hierba” fue recogida con premura por los comisarios y sus
secuaces, y convertida en pulpa.
Heras León, un idealista ex artillero con
buenas dotes de narrador, fue otro más de los que no atinó a distinguir los
tenues y volátiles límites del arte dentro de la revolución.
Sus crudos relatos de la guerra en el
Escambray le costaron a Heras ir a parar a una fábrica metalúrgica. Allí
tendría que demostrar proletariamente su fidelidad a la revolución. Y entrarle
de lleno al más puro realismo socialista con bodrios como Acero.
“Pasos en la hierba” no se volvió a editar
hasta el año 2006. La imagen de la
portada evocaba a otro represaliado, el pintor Servando Cabrera. En la
presentación del libro, Heras León sólo atinó a alzar un ejemplar y gritar
“gané”.
Casi nueve años después, confiados de su
prudencia y lealtad, los comisarios le han concedido el más importante premio
literario de la cultura oficial. Sin exigirle los mea culpas que entonó durante
demasiado tiempo. Ya no necesitan flagelaciones ni penitencias. Ahora que “los
errores” ya están superados y perdonados -sin que los victimarios pidieran
perdón- se puede hablar de incomprensiones, y sin precisar nombres, culpar a
extremistas, burócratas y perseguidores de la cultura…Después de todo, según
ellos, ya muchos de los inquisidores no están aquí, porque están muertos o
fueron a buscar refugio en los acogedores brazos del enemigo. Y de quienes
daban las órdenes, ni pío.
Víctimas ha habido muchas, pero no todas
tienen la fidelidad masoquista del Chino Heras y otros similares que afirman
que fueron y son revolucionarios. De ahí el premio, que viene a ser la
consagración de su rehabilitación.
(La consagración de un rehabilitado. Cubanet, enero 2015)
De tan acostumbrado a
resignarse, a Delfín Prats no debe haberle molestado más de la cuenta que
desecharan su nominación para el Premio Nacional de Literatura y se lo
concedieran a Eduardo Heras León.
De algún modo tenían que compensar a Heras
por la homérica y gástrica tarea de antologar las decimas que escribió Antonio
Guerrero en la cárcel, algo que vale mucho más para los comisarios que su buen
desempeño al frente del Taller de Narrativa “Onelio Jorge Cardoso”, y ni hablar
de “Pasos en la hierba”, que todavía debe causar ronchas a algunos chapeadores
anticulturales.
(Delfín Prats: el silencio corrosivo. Cubanet, enero 2015)
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