Ya en una ocasión me referí a Kozer como un mito urbano. Su insistencia indecente de andar abofeteándonos con la minuciosa contabilidad de su productividad poética (un poema cada 3.11 días, si aceptamos que sus chillidos al nacer fueron su primera manifestación lírica) impone que se le haga una auditoría seria. Su intolerancia, manifiesta en este artículo falaz y disparatado, nos concede al menos el derecho de mostrarnos incrédulos y exigirle que publique los facsimilares de sus libros de asiento. Hablamos, claro, de cantidad. De calidad no es tiempo aún, tratándose de una obra sujeta a cambios, “unos 8235 poemas” susceptibles de ser corregidos “a carta cabal", de ser mirados y remirados “desde una pugna acérrima con su ser y su imposición, sin ceder jamás un ápice a la facilidad, ni a la solución expedita y trillada”.
¡Menudo trabajo ha dejado —casi en su totalidad— para los años finales de su vida!
(Work in progress, Blog La Primera Palabra, diciembre 2010)
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