Hay una serie de líneas temáticas, poéticas,
escriturales vivas hoy mismo en Cuba que no aparecen en las muestras o en
lo que supuestamente el concepto “generación cero” abarca. Esa parcialidad
apunta más a grupo e impide que podamos hablar de generación, pues, como
argumenta el poeta Michael H. Miranda, en “la antología Distintos modos de evitar a un poeta, preparada por
Lizabel Mónica […] lo que leemos creo todavía no alcanza para definirlo como
generación”.
En el prólogo de Lizabel Mónica a su propuesta de
antología (titulada Distintos modos de evitar a un
poeta), la propia autora afirma que dicha “antología recoge piezas de los exponentes más
notables de entre los poetas jóvenes que comenzaron a publicar a partir del año
2000” (Mónica 6), exponentes más notables entre los que la propia
autora se incluye. Semejante afirmación tan rotunda no cuenta con la
justificación analítica necesaria en el difuso texto de Mónica. La
yuxtaposición de autores en un volumen que no llega a justificarse crítica ni
conceptualmente es el resultado de una ya larga tradición en el ámbito insular
de acumular textos y nombres sin exponer o justificar consecuente y
coherentemente la muestra.
Falta ese grupo de estudiosos que vaya más allá de
lo que repiten dos o tres autores y encuentren, dentro del cúmulo de
publicaciones del momento, las líneas temáticas y formales que caracterizan a
la lírica cubana escrita entre 1990 y el presente, y que no se conformen con
los catálogos casi interminables que desde hace lustros las editoriales cubanas
suelen presentar.
(…)
Las antologías que recogen a los poetas nacidos en
la isla a partir de 1970 son más bien catálogos interminables donde no se
persigue en absoluto la emisión de un criterio, de una línea temática o
investigativa, sino más bien incluir indiscriminadamente a todo aquel que
escriba versos y haya nacido en cualquier rincón de la isla. Ha faltado la
selección representativa, el análisis, la decantación y en general sigue siendo
esta una carencia.
(…)
El volumen Distintos modos… (que
no llega a ser siquiera una antología orgánica ni una propuesta funcional en
tanto libro) pudo haber sido “ese gesto”, pero no lo fue. No es cierto que
estos autores “permanecen al margen de revistas oficiales y medios de prensa”
(según Mónica en la entrevista de Enrisco) ni que los
narradores antologados por Orlando Luis Pardo Lazo en Nuevarrativa de la literatura cubana e-mergente sean
unos “expulsados o auto-excluidos de algunas instituciones cubanas según sus
bizarras biografías”, como asegura Pardo Lazo en su prólogo; todo lo contrario,
muchos de ellos aparecen de forma continua y
reiterada en las publicaciones periódicas cubanas, que además se hacen eco de
sus premios y sus presentaciones. Que sea esta una muestra de “los que han
escrito algo en la última pena que valga la pena recordar” no se demuestra con
los argumentos contradictorios de Lizabel Mónica. Una afirmación como esta
parece más bien apresurada, pueril e imprudente. En realidad, al leer el texto
que debió funcionar como prólogo, uno tiene la impresión de que, en lugar de
los autores de la muestra, Mónica se refiere a la “generación” que ella
desearía o que imagina para el futuro.
(…)
Aunque algunos estudiosos como Walfrido Dorta
declaran que no les interesa el aparataje crítico que se mueve alrededor de
estas antologías, a mí sí me preocupa, sin embargo, el modo en que las
selecciones son presentadas y explicadas. No por saber quiénes o por qué
aparecen o no, algo que a estas alturas considero secundario; sino para
constatar hasta qué punto el criterio del antologador se relaciona con su
selección. Sigo creyendo que la principal limitación de estas antologías
y muestrarios es querer hacer creer que es una generación lo que es o persigue
ser un grupo, o que estos autores son los más representativos de los últimos
veinte años (Mónica 6). Esas no me parecen estrategias de promoción válidas ni
dignas de tomar en cuenta, en tanto faltan a la verdad y desvirtúan una
realidad poética que desborda los gustos y los intereses de unos cuantos.
Generalizar toda una promoción en dos o tres características de unos cuantos y
reducirlas a “una literatura que se acerca a los nuevos medios” (Mónica 8) sin
tener en cuenta la amplísima variedad de intereses formales y conceptuales en
el ámbito escritural cubano no me parece un procedimiento analítico atendible,
más bien es ese un gesto totalitarista que refleja el mismo totalitarismo que
combate.
(…)
Por otra parte, aglutinar “a los autores, a sus
miembros no por edad sino por el año en que estos empiezan a publicar: el 2000”
(Mónica en entrevista de Enrisco) es una
justificación poco convincente, pues sin duda puede haber y hay autores que
comenzaron a publicar en los años noventa y que se relacionan con los que
publican a partir del año 2000 tanto formal como temáticamente y de ese modo quedan
fuera. Un ejemplo más que ilustrativo de exclusión por haber publicado su
primer poemario en los noventa y no después de 2000 es Javier Marimón, con una
fuerte presencia lírica en medios digitales como Facebook, en donde ha publicado directamente muchos de
los textos de dos de sus libros en proceso de creación (uno de pequeñas prosas
llamadas sinalectas y otro de poemas breves). Marimón
explica que “absolutamente todo lo que he escrito en más de un año ha sido
escrito directamente en Facebook, a veces
los guardo en drafts y los termino luego”.
El escritor cubano radicado en Puerto Rico confiesa que “en su casi totalidad
los poemas se escriben en el momento” y, gracias a la posibilidad de edición de
los post y comentarios en Facebook, “siempre edito los textos una vez publicados,
varias veces incluso”. Al pasar unos meses, “recopilo entonces desde Facebook
todos los textos y los pego en un documento de word,
y a veces los edito de nuevo un poco si es necesario. Así que el proceso es
como al revés”. No tener en cuenta a un poeta como Marimón en un análisis
poético que priorice lo visual y los mass media dentro
del ámbito cubano actual por haber publicado su primer libro antes de 2000 no
es nada producente.
La otra contradicción sustancial que encuentro al
confundirse generación con grupo es que se pueda interpretar que dentro de toda
una generación “en algún punto de sus meteóricas carreras se han llamado a sí
mismos así: Generación Año Cero. Siendo un fenómeno ante todo urbano” (Pardo
Lazo en su “Prólogo”). Esta confusión se aclara (o continúa) cuando Jamila
Medina se distancia de las posturas que hemos señalado y se refiere a los “años
cero” (y no a generación o a grupo) diciendo que no cree “en r/de-generaciones
sino en estados poéticos” (Medina 12), además de considerar el fenómeno
literario desde los noventa hasta el presente de alcance nacional, diaspórico,
sin límites geográficos tampoco (Encinosa) y no “ante todo urbano”, como afirma
Pardo Lazo.
Lizabel Mónica insiste una y otra vez en la
importancia de los mass media y su
influencia en la literatura cubana actual, y llega a decir que “en los últimos
diez años [2002-2012] los jóvenes cubanos han estado expuestos a las mismas
referencias globales a que han estado expuestos los jóvenes en otros lugares del
planeta” (Mónica 9), a lo que un autor que se encuentra dentro de
los antologados como Michael H. Miranda acota: “¿cómo hablar de lo
post-mediático en los casos de poetas que viven en el oriente de la Isla en una
condición pre-mediática? ¿Y de lo digital, si no se tiene acceso a una
computadora o un teléfono celular todavía, no digo ya a un kindle?” Este es un ejemplo del divorcio que evidencio
entre algunos de los propósitos programáticos de Lizabel Mónica para hablar del
“cansancio de la poesía” y tender a una supuesta hibridez performática entre
las distintas artes, que para nada es hoy mismo generalizada en Cuba.
Michael H. Miranda, además, menciona (con respecto
al grupo que pretende englobar el término “generación cero”) que “en cuanto a
los peligros, el principal es lo que deja fuera, lo que no se acomoda a los
presupuestos fijados y queda en un no-lugar cuando esa propuesta de generación
intenta ser canónica. Y el otro es las generalizaciones que terminan entrando
en contradicción con los rasgos de esa generación.”
Las posturas generales de la crítica ante la
nomenclatura que debatimos son esencialmente (1) asumir el término “generación
cero” sin cuestionarlo o definirlo previamente y, por tanto, sin saber a
ciencia cierta a qué se refieren (pues ni los antologadores ni los autores lo
tienen claro); o (2) desestimar toda taxonomía y dedicarse a analizar a los
autores jóvenes cuyas obras recientes les parecen valederas por sus
planteamientos y sus contenidos.
Pero en cuanto a la taxonomía, creo que los textos
de Jamila Medina y Yanelys Encinosa (ya citados) son capitales. En el primer
caso, por hacer un amplio y a la vez rápido repaso a las diferentes líneas
temáticas y formales de la poesía cubana de los últimos años, y en el segundo
por cuestionar la existencia de una “generación cero” con argumentos
detenidamente razonados y por dedicarse más bien, no a limitar sectariamente un
amplísimo panorama, sino a tratar de establecer un diálogo intergeneracional y
a detectar los grandes núcleos de interés de los autores que han comenzado a
publicar en las últimas décadas en Cuba.
La conclusión a la que personalmente he podido
llegar al entrevistar a algunos de los autores que suelen ser englobados en
este rubro y al leer los prólogos y paratextos más o menos programáticos que
abordan el término “generación cero”, es que no se trata de una generación (si
somos rigurosos al utilizar los términos) sino más bien de un grupo hecho a
partir de afinidades formales, temáticas o arbitrarias a partir de los propios
gustos de los antologadores o con el propósito de dar a conocer fuera de Cuba a
una serie de autores que consideran merecen reconocimiento y lectura. Un grupo,
eso sí, cuyos integrantes a veces no se identifican como parte del mismo, o les
da igual pertenecer o no a él, o consideran los asuntos generacionales
“bobadas” y “tonterías”. Quizá, como ha sucedido con el grupo Orígenes, dentro
de algunas décadas se utilice el término para hablar de una supuesta y hoy
cuestionable “generación cero”, pero actualmente, a partir de lo que piensan
los autores y lo que argumentan los prologuistas, el uso del término es ambiguo
y difuso, se refiere tanto a un supuesto grupo de autores y amigos (según Pardo
Lazo, Amhel Echevarría, entre otros) como a una serie amplísima de “estados
poéticos” en época de descentralización y desclasificaciones (según Encinosa y
Medina). Estas últimas autoras, cuando quieren dar una mirada panorámica,
inclusiva y más amplia de la literatura cubana escrita en las dos últimas
décadas se alejan y evitan el término “generación cero”, prefieren hablar de
“naturaleza inasible: una fractura que rechaza ser mirada como composición”
(Medina 13) o de “multiplicidad” en “sus atmósferas y ambientes, que [de] las
definiciones claras de sus actores” (Encinosa).
La amplia comunidad de autores cubanos pretende
indagar, buscar caminos, transitar viejas y nuevas vías, expresarse de
distintos modos. No dan nada por encontrado, por absoluto, por verdadero. La
propia historia como constructo, su canto mítico, las supuestas “verdades” que
en los sesenta parecían incuestionables han caído solas, una a una. Y entre los
escombros se mueven, nos movemos, revisamos, cada uno de forma individual
muchas veces, dentro y fuera del país. Pues, como asegura el poeta Michael H.
Miranda, “la dispersión es completa e in crescendo”.
(Sobre
exégesis y “años cero”: distintos modos de evitar el rigor. Blog El Jardín
de Academos, febrero 2016)
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