La expectativa de los poetas es siempre un poco
ilusoria: que alguien venga a escucharlos, aunque sea una sola persona. Porque
leerse los unos a los otros, si no son amigos, conocidos o admiradores mutuos,
no sirve.
Y efectivamente, aquello estuvo repleto. Al
principio no parecía que fuera a haber muchedumbre, pero de pronto empezó el
desfile, y ante las palabras de apertura del propio Portela el salón hizo
silencio y las cabezas, si alguien las hubiera contado, ascendían a un número
de tres dígitos.
Los poetas leían fuerte. El público escuchaba
fuerte. El público escuchaba absorto, correspondía a la poesía, aprehendía la
poesía de manera voluntaria, una manera sin duda en extinción.
Sin embargo, otra de las expectativas de cualquier
lectura de poesía, es que asistan el resto de los poetas que viven en la
ciudad. Al menos los más despiadados. Y los críticos, que también asistan los
críticos. Este detalle faltó.
Al final de la lectura, debió haber un conversatorio
sobre el estado (también ilusorio) de la poesía cubana actual. Pero lo que hubo
fue un trío de preguntas amorosas, y expresiones admirativas del público, y
catarsis.
Ya pasó un mes, pronto habrá pasado un año, un
quinquenio, los poetas se fueron por donde mismo vinieron y no hubo algarabía,
ni tira
y encoge, ni
escándalo.
La gente está busy, caballero.
Los poetas de Miami no tienen tiempo para la poesía. Los críticos de Miami
necesitan comida. O el asunto es otro, o la gente está profundamente busy.
Las gamas grises de la poesía se diseminan sobre la
atmósfera de una ciudad donde todos están busy y
frenéticos, donde hay que elegir un presidente demócrata o un presidente
republicano en menos de medio año, donde hay que comer, matar y salar,donde
los libros de poesía solo constituyen adornos en los living
rooms.
¿A qué vienen los poetas a Miami? ¿A qué regresan a
Cuba? En ese ir y venir, ¿qué pierden?
Yo no creo en el pudor de la poesía. No hay moral en
la poesía, por suerte, para reconstruir el hecho de venir a Miami a leer
poemas.
¿Dónde están los poetas que viven en Miami? ¿Qué
comen los poetas? ¿A quiénes matan? ¿Cómo se llama el festival?
Desde mi posición de participante, solo puedo hacer
el cuento tal y como lo vi, con Soleida Ríos a mi derecha y Joaquín Badajoz a
mi izquierda, todo un pri-vi-le-gio.
Al fondo del templo, como cualquier garaje que se
respete, la editorial Hypermedia y Jai Alai Books vendieron sus libros y se
vendieron otros libros que los autores llevaron para vender, pero la venta fue
exigua y afuera llovía y el público aplaudía y todos estábamos excitados,
emocionados, ebrios, y no nos dimos cuenta o no nos quisimos dar cuenta del
halo extraño que envolvía al templo, amenazando con disuadir.
(Poetry garaje.
Hypermedia Magazine, junio 2016)
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