Tú, sin embargo, me dijiste que
viajas con frecuencia. Has estado muchas veces en Poitiers, me confesaste. Con
orgullo hablaste de una hija, no para decirme que trabajaba en un pueblo
perdido de Moa o de Nicaro, sino en Suecia o Suiza, no recuerdo bien. Además,
mencionaste que tenías familia en Miami, aunque usaste palabras muy duras para
referirte al exilio. Como si no fueran cubanos como tú, de todas las esferas,
tus hermanos, el pueblo sufrido de Cuba que vive y trabaja en el extranjero y
mantiene a la mayoría de los cubanos en la Isla: los calza, los viste, les
envía medicinas, espejuelos y, además, les ofrece la esperanza de una
reunificación en un país democrático, el nuestro, sin Castro ni comunismo. En
fin, los provee de todo lo que el gobierno que defiendes es incapaz de
procurarles. Y tú, sin embargo, tuviste palabras ofensivas para ese exilio y me
llamaste a mí «fundamentalista». ¿Cuál es mi pecado? ¿Que me negué a ser una
oveja que cumple lo que se le antoje al dictador? ¿Que, por amar la libertad,
me decidiera a buscarla en otro país, como aprendí desde mi infancia de ese
Martí que me enseñó a hablar sin hipocresía. Hipocresía que constantemente
tienen que utilizar nuestros compatriotas en Cuba so pena de ir a la cárcel o
de ser calificados de traidores a la patria? ¿Es pecado que en vez de revalidar
mi título de médico, y convertirme en millonario ¿y por qué no? prefiriera
dedicarme a la literatura y hacer un doctorado en letras, gracias a lo cual
ahora soy profesor en una prestigiosa universidad norteamericana? Yo les echo
abajo la propaganda de que salimos a explotar y a volvernos ricos. Soy hijo de
una familia humilde, me he pasado la vida estudiando y me he hecho a mí mismo.
Un profesional que en vez de andar detrás del «poderoso caballero», decidió
dedicarse a las letras y seguir una vida simple de escritor. ¿O es mi pecado
haber publicado cinco libros y tener ya, al fin, una editorial que me paga las
regalías de derecho de autor, que no pertenecen a estado alguno, sino al
individuo? ¿O que viajo a Francia, no enviado por gobierno alguno, sino porque
escogí ir como académico, a presentar un trabajo sobre un cubano célebre a
pesar de Castro, Reinaldo Arenas? Soy un escritor cubano, un coterráneo
proveniente de una familia de campesinos pobres. Cualquier país se sentiría
orgulloso de un hijo así. Ustedes no, porque tienen que seguir el férreo lema
de «con la revolución todo». Es decir, no disidencia. Como si todo el mundo
pensara igual, como modelos sacados de una fábrica, como autómatas. Nunca olvidaré
en mis años en la escuela de medicina de la universidad de Oriente, en Santiago
de Cuba, la expulsión de dos excelentes alumnas porque se comentaba que eran
homosexuales, tampoco olvido la soledad de una muchacha y de un muchacho a
quienes nadie se acercaba en la misma escuela por la homofobia reinante. Al
muchacho lo conozco muy bien. Nada ha cambiado. En estos días han vuelto a
llevar a la cárcel a los homosexuales. La UMAP no quedó atrás. Tú que eres
médico ¿desconoces la encarcelación de los pacientes que poseían el síndrome de
inmunodeficiencia en las clínicas de Cuba? ¿Desconoces que se culpó a los
homosexuales y jamás se habló de las cepas del virus traídas desde África por
los soldados cubanos? Eso se llama mentir, ocultar, tergiversar. Y qué de la
situación de vida o muerte a que han llevado a nuestros ciudadanos, que
prefieren morir una y otra vez en el Estrecho de la Florida, que continuar
haciéndolo por inanición y falta de libertades en Cuba. Es muy triste todo
esto. Confieso que me dolió el epíteto que me endilgaste en Francia, a mí que
soy el más pacífico de los hombres, cuando te pregunté por la suerte de Raúl
Rivero. A mí me da pena que ustedes digan una cosa y hagan otra. No sé si pena,
o vergüenza, de que haya cubanos como tú, tan inmersos en la única voz del
régimen, que no ven o no hayan querido ver (por no sé qué oscuros intereses) el
derrumbe total y definitivo del comunismo mundial y el fracaso del castrismo en
Cuba. ¿O es que les molestan nuestros triunfos? ¿Les molesta que nosotros, a
pesar de ser exiliados, ganemos un prestigio fuera de la tierra que amamos y
por la que sufrimos? José Martí, Gertrudis Gómez de Avellaneda, José María
Heredia, entre nuestras más grandes figuras, sufrieron del exilio, escribieron
las más famosas y reconocidas de sus obras en el exilio, y ahora son parte
indisoluble de la cultura de la Isla. También pasará con nosotros si nuestra
obra es de valor y así lo amerita. En el fondo, son ustedes lo que tienen
miedo. En Poitiers me sugeriste que no tuviera miedo de hablar. También
recuerdo que te comenté que yo era un hombre libre, que no sentía miedo ni
tenía por qué experimentarlo. Eras tú César López, el que sentías pánico de
hablar con un cubano como tú, con un médico como tú, con un oriental como tú,
con un escritor como tú, con la única diferencia de que yo soy un hombre libre
y tú no, y de seguro te han prohibido, como nos lo prohibían a quienes
marchábamos al extranjero, hablar con los ciudadanos de los países donde
trabajábamos. Y ya se sabe lo que el opresor dice de nosotros. Me imagino que
te molestó mi presencia, la cual hizo que te percataras de lo abominable de tu
condición: un hombre que encubre a un déspota y que lo defiende, como tú
aquella tarde, cuando te negaste a hablar mal de él ante mis preguntas.
Seguramente te sentiste muy mal al verme por los pasillos de la Universidad de
Poitiers representando a una institución cultural estadounidense cuando pudiera
estar poniendo en alto la bandera de Cuba. Ese momento llegará. Nadie, ni la
UNEAC completa, podrá evitar que nos lean en Cuba, ni que, en su momento,
regresemos, porque eso es negar la historia. ¡Qué triste que sigas apoyando los
métodos carcelarios de tortura, de represión y apartheid que ha impuesto el
sistema fascisto-comunista y su máximo títere! ¿Cómo es posible que aplaudan
las ideas de un ególatra tirano? ¿Pero es que no pueden pensar por cuenta
propia? ¿O es que no poseen la valentía de seres como el poeta Raúl Rivero o el
médico Oscar Elías Biscet o de mujeres como Martha Beatriz Roque, por sólo
mencionar tres héroes de un bloque cada vez más enorme de dignos ciudadanos
cubanos que perdieron el miedo? ¡Qué triste! Por fortuna queda poco. Todo se
derrumba. Sí, César López, todo se derrumba, y el desgobierno comunista de
Castro también. El castrismo ocupará su lugar (como el fascismo) en la
inmundicia de la historia. Y un futuro de amor, de justicia y de esperanza nos
unirá a todos. Atrás quedará esta política de ustedes de querer separar a los
miembros de un mismo cuerpo, porque en esta anatomía que es Cuba, todos somos
parte de ella: somos sus ojos, su corazón roto, sus manos, sus dedos. Sus
hijos, César López. Cuba es de todos. Y todos, tenemos el mismo derecho. Mi
aspiración como psiquiatra, como escritor cubano, como el más simple de los
seres humanos, como exiliado, es que mañana podamos abrazarnos y que tu
literatura, si vale, la mía, si vale, y las de otros, si conforman una obra de
arte, se lean para el bienestar y el desarrollo de nuestra nación. Entonces,
sólo entonces, se le podrá llamar culta a Cuba, cuando sea ella quien escoja
qué quiere leer y cuando no les impongan a nuestros compatriotas qué leer y qué
no, como hace en estos momentos un déspota. Mientras, no será un pueblo culto.
No puede serlo. ¿Cómo llamarlo ahora, cuando desconocen la mitad de la cultura
no sólo cubana, que somos nosotros, sino también la universal? Eso sólo cabe en
los delirios del autócrata a quien, por desgracia, o ceguera, o pánico, ustedes
siguen aplaudiendo.
(Carta abierta al escritor cubano César López. Publicado en la red,
agosto 2004)
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