Tuesday, May 17, 2016

Guillermo Rodríguez Rivera vs. Haroldo Dilla

El señor Alfonso Dilla increpa la factura de cartas abiertas, dirigiéndome lo que parece ser una.
   Yo no escribí una carta abierta a Rubén Blades sino apenas un artículo sobre lo que considero una desafortunada intervención del cantautor en la pelea que Venezuela libra por mantener una revolución pacífica que representa a la mayoría de su pueblo, y a la que sus enemigos satanizan, y acusan diariamente, en la televisión y en los periódicos, de secuestrar la libertad de expresión. Dilla exalta la Mesa Democrática que combate la Revolución Bolivariana, pero su jefe, Henrique Capriles fue de los que, con impulso ateniense, intentó asaltar la embajada de Cuba en Caracas, en los días del fallido golpe de abril de 2002.  Publiqué el artículo en el blog de mi amigo Silvio Rodríguez y algunos le atribuyeron la autoría, tal vez para así tener un motivo para atacarlo. Parece no haber nada peor que la ira autoritaria de un “enemigo” del autoritarismo.
   Dilla se revuelve airado contra mi artículo  y, en unas pocas cuartillas, me llama autoritario, sin veracidad en lo que afirmo ni coherencia en lo que argumento, autor de un “ verdadero monstruo de esos que genera la razón autoritaria” y que será un escollo para la república democrática que Dilla augura que aparecerá en Cuba.
   Claro, que en ese paraíso libre e idíllico, no tendrá espacio “una franja de la intelectualidad cubana que ha decidido chapotear en la pobreza de la pobreza”. Además de señalar la hemorragia de adjetivos y descalificaciones que Dilla acumula en unas pocas páginas sin argumentos, no me parece que esta carta electrónica merezca mucha más impugnación.
   En los últimos párrafos, Dilla habla más claro y muestra su voluntad de desacreditar a la Revolución Cubana, en la que sus más cincuenta años han evidenciado los defectos, las carencias. Tanto,  que está revisando a fondo su modelo económico y muchos criterios políticos. Pero esa revolución de los humildes fue el único proceso político latinoamericano que, en los sesenta, contra viento y marea, cuando la República Dominicana fue “democráticamente” ocupada por los marines, resistió el ataque de los patrocinadores de Dilla. Salvador Allende fue derrocado en los setenta por una jefatura del ejército chileno que respondió a las órdenes del ideólogo Kissinger, gran patrocinador del fascismo.
   La izquierda, señor Dilla, no es esa entelequia que usted proclama demagógicamente para enseguida hacerle el trabajo a la derecha, como los carteristas que gritan “al ladrón” mientras ponen el botín a buen recaudo. La izquierda latinoamericana son esos gobiernos democráticamente electos –de Venezuela, de Bolivia, de Ecuador, de Brasil, de Argentina, de Uruguay, de Nicaragua, como lo fueron los derrocados Mel Zelaya y Fernando Lugo, en Honduras y Paraguay–, que saben que la Cuba revolucionaria fue el punto de partida para este cambio de época, la de la segunda independencia. 
   Dilla, arúspice de nuestra futura democracia, afirma que “toda propuesta política –revolucionaria, reformista o conservadora, es susceptible de ser impugnada”. Me imagino que, entre esas impugnaciones Dilla reconoce que, cuando no se pueda ganar en unas elecciones transparentes, se salga a la calle a incendiar y matar. Eso se llama, señor Dilla, “fascio di combatimento”, puesto en acción hace casi un siglo por un viejo demócrata italiano llamado Benito Mussolini y más recientemente por sus alumnos de este lado del mundo. Apoyar eso, así sea lateralmente, es lo que le impugnaba a Blades, que se dirigía a las autoridades venezolanas como si ese no fuera un país en el que esos violentos aspiran  a un poder que no consiguen ganar en elecciones.
   A usted, no cometeré la tontería de impugnárselo: siga tranquilo en su guarimba ideológica. Acaso lo haría si hubiese usted compuesto unas salsas como “Plástico” y “Pedro Navaja”, pero sin tener swing… ¿para qué?
   Hay muchos “demócratas” que lo son hasta que pierden con la democracia. No creo que su libelo abierto merezca mucho más: solo terminar diciéndole que creo que en Cuba, y  también en Venezuela, el pasado  lo van siendo usted y sus poderosos patrocinadores.

(Sobre un libelo abierto. Blog Segunda Cita, marzo 2014)

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