Más allá de su
indiscutible labor de mérito cultural, las sucesivas versiones de Encuentro, incluyendo la actual (que
muestra síntomas evidentes de ruptura con varias de las personas que hasta el
otro día se rasgaban las vestiduras para defender al proyecto de cualquier
crítica) trazan la trayectoria de un proyecto que sólo se concebía a sí mismo
dentro del mundo de la subvención. “La revista Encuentro –dicen en su
despedida— ha sido muy afortunada al contar con medios procedentes de
instituciones políticas y culturales del más diverso signo, interesadas en
apoyar una iniciativa basada en el debate democrático y el respeto al otro y no
en la descalificación y el enfrentamiento sistemáticos. Si los patrocinadores
han persistido en su apoyo ha sido gracias, no sólo al empeño de sus fundadores
y del reducido grupo editorial, sino, y sobre todo, gracias a la maestría y la
generosidad de cientos de colaboradores que han alimentado el proyecto…”.
Elegante, pero inexacto. El proyecto Encuentro recibió millones, y nunca
explicó la manera en que se gastaba ese dinero, incluso cuando se hicieron
públicos varios reclamos en tal sentido y se difundieron algunos indicios de
malversación y nepotismo. Tal opacidad —que se mantiene hasta hoy— fue
acompañada por exclusiones, censuras y silencios editoriales de muy variado
signo. Lo de la “generosidad” de los colaboradores es una manera de decir que
costaba mucho cobrar lo poco que pagaban (a los que no estaban en plantilla).
Lo que ha quedado ahora es un panorama confuso de litigios, impugnaciones,
reclamos y nuevas búsquedas de subvenciones.
(“Encuentro” se despide. Blog Penúltimos
Días, junio 2010)
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