Se ha convertido en un lugar común que algunos escritores y artistas cubanos recien llegados a Miami hagan declaraciones negativas sobre la vida cultural en Miami. Ellos no conciben la cultura sin el patrocinio estatal, sin instituciones gubernamentales que la subsidien, las cuales se caracterizan por ser creadoras de burocracias y prebendas a grupitos con ínfulas de élite, cuyos miembros, en muchos casos, carencen de una obra que los justifique. Cuando llegan a Miami, a pesar de que se enteran de la existencia de espacios culturales alternativos, tales como tertulias, revistas digitales, salas de teatro y conciertos, pequeñas editoriales, etc, esta ciudad, para ellos, no deja de ser un páramo cultural, pues no predominan las instituciones culturales de las que provienen. Sin embargo, en Miami -tolerante hasta con sus detractores más acerrimos-, se les permite enseñar sus credenciales de prosapia oficialista, para así ocupar puestos importantes en sus instituciones culturales. Luego, a la usanza de su ex afiliación, solo invitan a esos espacios del establishment cultural, del que gloriosamente ya forman parte, a los cuatro gatos de su preferencia (se sienten de nuevo en casa, por lo que ya no hay necesidad de criticar la vida cultural miamense). Iróniciamente, de aparentes defensores de la cultura pasan a ser cercenadores de la misma, porteros que les cierran las puertas arbitrariamente a todo creador de calidad que no forme parte de su círculo de intereses, a quienes les quitan toda posibilidad de representatividad en su entorno cultural; escritores y artistas que viven en esta ciudad y que contribuyen con sus impuestos a la sobrevivencia de esas instituciones. Esperemos ahora que, de la misma forma en que ellos con escaso basamento desacreditaron la vida cultural de Miami, sean capaz de aceptar el derecho a la crítica de todo aquel que disienta con su nuevo rol de funcionarios culturales. Esperemos que de cercenadores culturales no aspiren también a ser censores en un país democrático. Ya tienen el privilegio de detentar su antiguo poder mediático (única forma en que conciben la gestión cultural), pero no aspiren a que sea basado en las leyes de un régimen totalitario.
(Publicado en la red, noviembre 2014)
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