A Leonardo Padura lo volví a
ver en Francia. Lo había publicado Anne-Marie
Métaillié, prestigiosa editora de izquierdas, bajo la tutela aparente del
chileno Luis Sepúlveda. Nos
encontramos invitados ambos en un Panel dentro de un evento llamado La Plume Noire. Yo presentaba mi novela Café Nostalgia, y hablé de lo que fue mi
experiencia en el ICAIC (Instituto de Arte e Industria Cinematográficos) como
contratada, y de mi novela, exclusivamente, sobre todo, porque antes de subir
al escenario donde se hallaba la mesa, una de las organizadoras me advirtió que
estaba prohibido tocar el tema político de Cuba.
Padura, sin embargo, lo primero que hizo
cuando le tocó su turno fue hablar de política y de las ventajas de la
“revolución” castrista. Intenté contestarle, para precisar algunos errores en
su intervención sobre el ICAIC, una vez culminó la misma, y casi me saltó al
cuello. Su ataque fue virulento y bastante machista. No esperaba un ataque de
semejante bajeza. Sus hirientes palabras recibieron una resonancia de aplausos
proveniente desde una claque situada en el centro del lunetario, muy bien
ubicados y unidos entre ellos.
Otra escritora cubana se hallaba en el
Panel, Mayra Montero, a quien yo
había conocido en Cuba a inicios de los 80, en uno de sus viajes facilitados
por su ex novio Luis Rogelio Nogueras,
a través de Alfredo Guevara, el
presidente del ICAIC, siendo una exiliada en Puerto Rico. Mayra Montero optó
por callarse, no salió en mi defensa, más bien apuntó con sus palabras a una
velada alianza con Leonardo Padura.
Meses más tarde, Leonardo Padura reiteró el
ataque en mi contra, esta vez en la prensa española. Dijo exactamente: “Zoé
Valdés produce una literatura que no es literatura. Ella siempre fue una
funcionaria y se exiló en avión con su marido y su hija. Se ha inventado un
personaje de mártir que es falso. Ella miente mucho”. Nunca pude responder a
este ataque, ningún periódico aceptó mi derecho a respuesta.
Varios jurados de prestigio han premiado mi
obra en distintas partes del mundo. Nunca fui funcionaria como en cambio sí lo
fue él, sólo trabajé cuatro años contratada por el ICAIC, y como esposa
acompañante en la UNESCO, durante cinco años. Me exilié en avión como tantos
otros artistas e intelectuales cubanos. Nunca me he inventado ningún tipo de
personaje de mártir, ni me interesa para nada el martirio ni el martirologio en mi vida personal. No
miento, como sí ha mentido él en numerosas ocasiones. La prueba es que el
tiempo me ha dado la razón.
Es curioso que ese ataque de Padura en la
prensa española a mi persona saliera precisamente acoplado a otro ataque de su
cúmbila Abel Prieto, ya entonces ministro de Cultura, en que se refería a
Guillermo Cabrera Infante como un loco, y a mí como una pornógrafa. Pero más
curioso todavía es que esa agresión, volviera a relucir precisamente, años más
tarde, en la prensa comunista francesa, cuando la Universidad de Valenciennes
en Francia decidiera entregarme el doctor Honoris
Causa. Uno de los profesores me contó, por cierto, que la embajada
castrista en París insistía para que otorgaran ese honor a Leonardo Padura en
lugar de a mí, y cuando vieron que no podían conseguirlo llegaron inclusive a
amenazar verbalmente al profesor en cuestión.
Tras recibir en 1998 la Orden de Chévalier
de las Artes y las Letras otorgada por Francia de manos de la ministra de
Cultura Catherine Trautmann, Cuba se
dedicó con esmero a buscarle la misma condecoración o en mayor grado a Leonardo
Padura y a Wendy Guerra, esta última
llegó a declarar en la revista Paris
Match, que “Raúl Castro ha vuelto a poner a Cuba en el mapa universal”.
Ambos fueron condecorados, sin vivir en Francia y sin hablar francés.
(Esto no es una respuesta a Leonardo Padura. El Español, febrero
2018)
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