La chealdad del oficialismo
cubano no tiene parangón en la historia contemporánea.
En efecto,
el castrismo, hoy acorralado contra la pared del Cementerio Castro, tiene que
echar mano a los “cheos” para que lo defiendan en su fase final: la fase
funeraria (la más feliz para el pueblo cubano).
Dicho
proceso de despotismo decadente empieza, por supuesto, por la llamada “estética
de la guajirá”. Es decir, por el pánico provinciano a todo lo que sea urbano,
libre-pensador, cosmopolita, democrático, diverso y, en resumen, occidental.
Y allá fueron
los Tres Reyes Magos de Las Villas a despotricar, como caballitos estatales de
una feria fiel, en contra de la celebración espontánea del Día de Halloween en
la Isla. O sea, en contra de toda nueva ilusión juvenil. Y en contra de todo lo
que apunte a un futuro sin las efemérides fósiles de la Revolución.
Son estos
tres guajiros cubanos: Antonio Rodríguez Salvador, Ricardo Riverón Rojas,
y Jorge Ángel Hernández Pérez.
Los tres obsoletos al punto de lo obsceno,
en tanto intelectuales de tercera categoría en Cuba (esos son los más
peligrosos). Los tres a sueldo del periódico oficial La Jiribilla (que
reparte computadoras baratas y una cuenta de internet a los escritores para
comprarlos). Y los tres caballeros andantes de la Mesa Redonda, en contra de
los molinos mercadotécnicos de ese rey malo en cuya corona se lee en
mayúsculas: CAPITALISMO.
Antonio
Rodríguez Salvador, obsesionado con la tara de su natal Taguasco, en los
remates de Sancti Spiritus, retoma su teoría de que “hay algo en las grandes
ciudades que difumina al individuo; lo empaña y lo hermetiza; lo torna extraño
para el semejante”. Mientras que “los pueblos pequeños, entretanto, son
sustancia del mito, guardianes y carácter de la tradición; suerte de
‘anticuerpos’ para prevenir invasiones culturales incompatibles”.
De ahí que,
para él, la noche de Halloween, al ser una “fiesta esencialmente norteamericana
[…] resultado del sincretismo de tradiciones cristianas y celtas”, no merezca
celebrarse en la Cuba del Cuartel Moncada, pues para este campesino ilustrado
no tiene sentido “celebrar el arribo al equinoccio de otoño, en un país donde
ni siquiera hay otoños”. Y esto sin descontar el gasto que le traería al
régimen tener que “importar o fabricar de plástico” las calabazas “emblemas del
Halloween, esas grandes, redondeadas, color naranja”.
En resumen, que el Halloween “a imagen y
semejanza de Hollywood […] en esencia significa un ‘más acá’ diseñado para
divorciar a los pueblos de sus culturas y tradiciones, de modo que sus pautas
de conducta y escalas de valores terminen coincidiendo con los intereses del
mercado”, ese ogro del “más allá”, donde “tan solo reina la ‘santa’
rentabilidad de unas ‘sacrosantas’ trasnacionales”.
Por su
parte, el olvidado poeta villaclareño Ricardo Riverón Rojas, de versos tan
pasados de época como el yate Granma o el Maine, se lamenta en La Jiribilla de que “un grupo relativamente
numeroso de jóvenes de los llamados ‘mikis’ han comenzado a reproducir, con
lamentable matiz imitativo, los rituales de la que también se conoce como Noche de brujas”.
Y de ahí,
entonces el propio Riverón se disfraza de fiscal ofuscado de banderas rojas, y
acusa a nuestra muchachada capitalina (¿capitalista?) de “una mimesis
exacerbada por la desinformación, junto a unos consumos culturales centrados en
el despliegue audiovisual donde lo light de
los parlamentos, el culto a lo fastuoso y el desborde lumínico protagonizan
casi todo”. Incluido aquí el mayor pecado capital (¡capitalista!) que pueda
concebirse en cualquier comunismo: “la exaltación a ultranza de la
individualidad”, en lugar de la masa amorfa que tanto le gustaba amasar al
Cadáver en Jefe Fidel.
Por último,
la víctima vejada por la Seguridad del Estado (y, en consecuencia, el después
devenido agente delator del G2) Jorge Ángel Hernández Pérez, quien tanto
hizo en Cuba en entre el 2008 y el 2013 para que yo fuera arrestado por
antipatriótico, plantea la tesis más interesante de todas, por ser la de una
idiotez más insulsa: 1) “Son
los jóvenes consumidores de series de TV sus practicantes principales”. 2) “¿Hay un deseo de convertirse en
personaje de la industria audiovisual cuando convocan a Halloween en La Habana
del siglo XXI?” 3) “Tampoco
es barato el alquiler del disfraz, por lo que es de suponer que no son de
escaso poder adquisitivo quienes se han embullado con la idea”.
En resumen, que todo “intento de trasplantar
Halloween a Cuba”, “algo insulso y efímero”, es típico sólo de “imitadores
incultos que no sabían qué hacer con la información que recibían”, por lo cual
“plagian, sencillamente, la costumbre anglosajona que la industria cultural ha
conseguido descafeinar”. O sea, que si no tenemos un doctorado en Mitología
Medieval o Estudios Culturales Comparados (que, por cierto, no se enseñan en
las universidades cubanas), nunca podremos divertirnos ni siquiera durante una
noche loca, en esa Cuba gris y grosera de una gerontocracia tan castrista como
castrense: una dinastía en decadencia que no sobrevivirá a sus delfines descendientes.
A estas
alturas, no vale la pena añadir mucho a esta ristra represiva de propaganda y
fobia a una vida en libertad: miedo a una existencia ligera, lúdica, y hasta
lúbrica (¿por qué no?), que se burle y se oponga a la anorgasmia textual de
tres machos cabríos cubanos, los tres sin ninguna experiencia internacional,
aunque ya casi los tres estén en su tristísima tercera edad.
A estas
alturas, por suerte, sólo nos queda regocijarnos de que las nuevas generaciones
de cubanos no sean tan cheas, ni lean a columnistas tan caudillistamente
rancios, tan retrógrados y, lo peor, tan baratijamente cobardes como para
venderse al Estado totalitario por una computadora conectada a un servidor
servil.
(La guajirá castrista en contra de Halloween. Cibercuba, noviembre
2017)
No comments:
Post a Comment