Zapeo entre 50 libros y 200 ensayos —la patética cifra es
cortesía de Trabajadores— de Luis Álvarez. (Qué jodida y
extravagante es la realidad nacional: resulta que Álvarez ha escrito más que
David Foster Wallace, Denis Johnson y David Markson juntos. ¡El “hijo ilustre
de la ciudad de Camagüey” ha escrito más que Harold Bloom! Eso pasa con los
datos: están por todas partes pero horrorizan al crear estadística. Ejemplo al
azar: A Kurt Vonnegut le negaron la beca Guggenheim el mismo año que se la
concedieron a Miguel Barnet; de ahí salió aquella pésima novela titulada La
vida real). Uno sobre la oratoria martiana. Zap. Un manualito sobre el
Caribe en su discurso literario, en coautoría con Margarita Mateo (que
casualmente también presidió el jurado del premio). Zap. Una compilación de
título grandilocuente: Pensar la cultura en cubano. Zap. Otro sobre
Guillén. Zap. Algo llamado Circunvalar el arte. Métodos cualitativos de
investigación de la cultura y el arte. Zap.
Bruce
Springsteen tuvo razón al cantar: “Cincuenta y siete canales y nada que ver”.
Ayer mismo les
preguntaba de sopetón a unos amigos bastante cultos si podían recomendar un
libro de Luis Álvarez, cualquiera; y no. Al parecer, la literatura cubana ha
avanzado a niveles casi esotéricos.
Miren mi drama:
deberían abundar las citas de Álvarez que mostraran su talento como ensayista.
¿Ustedes han encontrado por ahí a alguien que cite a Luis Álvarez? ¿Algo como
“En el Caribe, dentro de su turbulencia historiográfica y su miedo etnológico y
lingüístico, dentro de su generalizada inestabilidad de vértigo y huracán,
pueden percibirse los contornos de una isla que se “repite” a sí misma,
desplegándose y bifurcándose hasta alcanzar todos los mares y tierras del
globo” (Antonio Benítez Rojo) o “La literatura es […] un arte del tatuaje:
inscribe, cifra en la masa amorfa del lenguaje informativo los verdaderos
signos de la significación” (Severo Sarduy)?
¿Cuál es la gran
frase que ha escrito Álvarez entre las más de 1000 páginas que ha escrito?
¿Cuál es su gran libro? ¿Cuál la gran idea? Yo quiero leerla y necesito que los
clones del camagüeyano me ayuden, porque soy tan tonto que solo leo “En
verdad, Crónicas de lo ajeno y lo lejano, de Rinaldo Acosta —libro
inusitado en el magro panorama de la reflexión cubana sobre las corrientes de
la literatura más allá de la Isla—, me ha resultado por completo impactante
desde que lo leí” o “En los estudios sobre el Caribe, se ha tenido en cuenta la
magna obra de Ferdinand Braudel El Mediterráneo, en la que este
investigador […] traza un panorama orgánico y sumamente convincente de la
unidad cultural que, por encima de todas las divergencias —lingüísticas,
religiosas, culturológicas, económicas, etc.—, constituye el Mediterráneo”.
Otra cosa que
leo es que, al parecer, Luis Álvarez no dejaría Camagüey ni para casarse con
Kate Moss.
“Cuando
necesito, no inspiración, sino vitaminas, energía, ganas de trabajar”, anota
Ignacio Echevarría en “Monólogo del pistolero”, “leo una o dos horas de Conrad
y me dan ganas de seguir siendo escritor. Cuando estoy desmoralizado leo el
suicidio de Madame Bovary. Shakespeare me resulta realmente fértil: abres algo
al azar y encuentras frases enigmáticas […] Hay autores que te dejan puertas
entornadas que tú tienes que abrir”.
Es duro. Es
cruel. Es políticamente incorrecto decirlo, pero yo creo que Luis Álvarez es un
ensayista sin estilo. Una puerta cerrada. Para aquellos mentalistas que pierden
el sueño tratando de sexuar la escritura —que si literatura femenina, que si
literatura gay, que si el falocentrismo—, la prosa del camagüeyano es como los
caracoles: hermafrodita.
Se sabe: esto
del Premio Nacional es casi una cuestión de feromonas: elegir provoca en los
jurados un subidón de dopamina. Pero, ya que estamos, ¿cómo se elige un Premio
Nacional? Una persona X, perteneciente a una institución Y —uso variables para
transmitir sensación de rigor— se pasa una semana enviando emails a varias
decenas de personas e instituciones (la UNEAC, la Fundación Alejo Carpentier,
la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, el Instituto de
Literatura y Lingüística, la Casa de las Américas, la Academia Cubana de la
Lengua, entre otras) para que postulen a su escritor favorito o pongan puntos a
tres que les gustaron mucho. Luego se suma todo eso, se divide, se hace una
derivada, se da un salto mortal y se saca una tabla en Excel con cinco o seis
autores que todos sabíamos que iban a acabar en esa tablita. (A veces, todo hay
que decirlo, llegan a la tablita nombres insólitos como Lina de Feria o Waldo
Leyva).
Es indudable
que, cuando la gente vota, se hace democracia; sin embargo, el sufragio no
tiene nada que ver con la literatura cubana. La literatura cubana no es lugar
para saldar las deudas.
Da la impresión
de que nuestro honorable jurado del Premio Nacional (Margarita Mateo, Marta
Lesmes, Marilyn Bobes, Arturo Arango y Enrique Pérez Díaz) no reconoce la
literatura nacional, sino que la inventa con un entusiasmo similar al de Phil
Collins cantando “El ciclo vital” en El Rey León.
(Luis Álvarez gana
el Premio Nacional de Literatura por error. Hypermedia Magazine, enero
2018)
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