La novela está construida según
el método de la variación sobre un tema: las tres narraciones mayores que
componen Herejes tienen
el mismo punto de partida, la idea de que el impulso primordial del hombre es
hacia la libertad y, por tanto, este hará todo por conseguirla. Pero el montaje
de la novela es, finalmente, redundante. El propósito de una variación es
transformar el tema, presentarlo desde una perspectiva distinta, iluminarlo con
una nueva luz; los tres libros que conforman Herejes no logran establecer
un diálogo fecundo entre ellos porque se trata sencillamente de tres ejemplos de
la misma tesis. Padura amplía el tema –lo amplía hasta más allá de las
quinientas páginas–, pero nunca ahonda en él. El entramado de la novela –los
puntos de contacto entre sus tres historias– es, además, torpe. En múltiples
ocasiones a lo largo de la obra, Mario Conde y Elías Kaminsky, los encargados
de descubrir al lector las tres historias a través de sus investigaciones, se
maravillan de las coincidencias cósmicas a las que no dejan de enfrentarse.
Pero está claro que, dentro de una novela supuestamente fruto de la voluntad y
la deliberación, las coincidencias cósmicas no provienen de ningún plan divino
sino únicamente de la impericia del autor.
El compromiso de Padura con el lenguaje resulta nulo. La prosa de Herejes es
floja, vaga, llena de adjetivos genéricos e innecesarios; la novela abunda
además en ingenio fácil, chistes malos, reflexiones trilladas y momentos
terriblemente cursis. Primer ejemplo: “Como si todo lo que representaban uno
para el otro estuviera en los ojos. Dejando a un lado las montañas de las
frustraciones, los mares de los desengaños, los desiertos de los abandonos,
Conde encontró detrás de aquellos ojos el oasis amable y protector de un amor
que se le había ofrecido sin exigencias ni compromisos.” Habría que preguntar
al autor cuánto tiempo le tomó dar con las insólitas metáforas de las “montañas
de las frustraciones” y los “desiertos de los abandonos”. Segundo ejemplo:
“Pero la mayoría de las referencias se habían esfumado, algunas sin dejar el
menor indicio capaz de evocarlas, como si la vieja judería y la zona donde se
había establecido hubiesen sido trituradas sin piedad en la máquina de moler
accionada por un tiempo universal catalizado por la historia y la desidia
nacionales.” Aquí debemos preguntar: ¿dónde estaba el editor de este libro? La
oración es un ejemplo de ausencia total de sensibilidad lingüística: está llena
de modificaciones superfluas (“trituradas sin piedad”), es redundante
(“accionada” y “catalizado” son utilizados burdamente como sinónimos uno junto
al otro) y carece de cualquier noción de estructura (ocho sustantivos en una
oración no es barroco cubano, es mala escritura). Señalo estos dos ejemplos,
pero no hay página en Herejes que no abunde en ellos.
Y hablando de lo cursi: Mario Conde. Personaje recurrente en las novelas
de Padura, expolicía convertido en investigador, a Mario Conde le gusta
escuchar Creedence Clearwater Revival, tomar ron barato y recordar los buenos
viejos tiempos con sus amigos de toda la vida, quitarse la ropa y meterse
desnudo a nadar en el mar. En pocas palabras: un adolescente. Y lo peor de todo
es su evidente incompetencia como investigador: no habrá lector que no adivine
al asesino de Román Mejías en la primera parte del libro, al menos ochenta
páginas antes de que Mario Conde lo haga. Aunado a esto, el desarrollo de su
historia personal no hace sino entorpecer aún más las otras narraciones. Esto
es especialmente cierto en la tercera parte de la novela, el “Libro de Judith”.
Además de contar la historia de Judith, joven emo, esta parte de la novela se
concentra en el desarrollo de la relación de Mario Conde con su novia, Tamara.
El desarrollo es como sigue: Conde se toma treinta páginas en decidir si debe
pedirle matrimonio a Tamara, después de veinte años de noviazgo; treinta
páginas más en pedirlo; veinte en pensar que no hizo lo correcto, que todo
estaba bien como estaba; y veinte más en discutir el asunto con Tamara y
decidir que lo mejor es no casarse y seguir como antes. Cien páginas en las que
finalmente pasó... nada. Agreguemos a esto las múltiples e interminables
escenas de Mario Conde comiendo, tomando y platicando con sus amigos y el
resultado son no menos de doscientas páginas de absoluta banalidad.
Herejes es una novela genérica: genérica en su concepción y genérica en
su lenguaje. Y no es, siquiera, entretenida. En la “Nota del autor” que precede
a la novela, Padura revela que su libro parte de una exhaustiva investigación
histórica para después señalar que algunos hechos han sido modificados en
interés de la narración. Se trata de la hoy tan recurrente distinción entre la
historia y la literatura, convertida por Padura en lugar común. La advertencia,
sin embargo, es innecesaria: Padura no debe preocuparse porque su novela
produzca una indeseada confusión entre la historia y la literatura,
sencillamente porque no es relevante para ninguna de ellas.
(Historia, literatura y banalidad. Letras Libres, enero de 2014)
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