Como aterrados copistas medievales, han saltado en
defensa de la identidad cultural y de una confusa cubanidad, distinguidos
amanuenses oficiales como Graziella Pogolotti, Ambrosio Fornet, Aurelio Alonso
y Abel Prieto, entre otros pesos completos de la burocracia cultural. Son los
que más destaca la prensa de allá y la de acá, sin embargo, me resultó de gran
interés un reciente artículo del profesor Guillermo Rodríguez Rivera, aparecido
en el blog Segunda Cita, del cantante Silvio Rodríguez, del cual es colaborador
habitual el docente, titulado La cultura en los tiempos que corren,
en el cual va más allá de defender la cultura con definiciones abstractas y
términos grandiosos, como hacen los anteriormente mencionados, aquí se dedica a
redefinir el papel del censor y de la censura en esta batalla.
Es un artículo que no puede pasarse por alto por varias
razones. En primer lugar por aparecer en el blog de Silvio, lo cual le da un
carácter de siniestro prestigio y autoridad crítica, ya que se sabe que este es
un blog maquillado de aperturista, pero siempre dispuesto a la defensa frontal
e inequívoca del sistema, y porque además es probablemente el blog más leído,
de todos los blogs apoyados y permitidos por la nomenclatura, dada la
inconcebible y persistente popularidad del cantante.
En segundo lugar porque Rodríguez Rivera, aunque muy
olvidado en el parque Jurásico de la isla, es todavía un dinosaurio que ruge
con utilidad y que se ha vuelto una especie de ortodoxo racional. Además, el
profesor es mucho mejor escritor que Fornet y Prieto, aunque injustamente no
goce del mismo prestigio. Fundador de El Caimán Barbudo, fue por un tiempo un
buen poeta y un hombre lúcido por cuyas gracias sufrió censura. Fue también,
mucho antes que Padura, un exitoso escritor de novelas policiales.
Después de tener que abandonar la nave caimanera, se
sabía en La Habana que tanto él como Luis Rogelio Nogueras, Raúl Rivero y
otros, eran los autores de unos epitafios apócrifos de los escritores cubanos.
Muy bien escritos y muy mordaces. Pero parece que para poder salir del fango ha
tenido (o ha optado), que vender su alma al diablo y enmascararse con las
ajenas convicciones del poder.
En el artículo que me ocupa, comienza recordando el
período heroico de la fundación de El Caimán Barbudo, elogia la figura de
Haydée Santamaría y obvia mencionar muchos de los fatales episodios represivos
del período para saltar al llamado “quinquenio gris” (que ahora tiene la culpa
de todo y lo quieren presentar como un traspiés histórico ya superado).
Tras mencionar la censura sufrida por él y otros
caimaneros, durante ese período, pasa a rescatar el “carácter inclusivo de la
orientación cultural de 1961”, o sea del famoso discurso de Fidel Castro,
conocido como Palabras a los intelectuales. Culpa el “caso Padilla” a la
funesta ejecutoria del teniente Luis Pavón como presidente del Consejo Nacional
de Cultura, sin mencionar que Pavón no solamente fue nombrado a ese puesto por
las máximas autoridades del gobierno, sino que era un hombre de confianza y un
favorito de Raúl Castro. Convenientemente olvida mencionar que el caso Padilla
había empezado mucho antes de la confesión, en realidad en 1968, cuando fue
premiado. Eso sucedió a raíz de la Ofensiva Revolucionaria de ese año, cuando
Castro y su pandilla se habían consolidado en el poder, un poco después de los
juicios de la Microfracción, sucedido en el otoño de los comunistas viejos, en
1967. Además, el presidente del Consejo Nacional de Cultura en ese momento era
Eduardo Muzio, afectuosamente conocido como Muzziolini.
En su diatriba, culpa a la confesión de Heberto Padilla
por el destino sufrido por Lezama Lima, aunque menciona lo injusto de ello, que
por supuesto fue culpa del ambiente cultural del “quinquenio gris”. Por cierto,
que entre los epitafios cuya posible autoría puede atribuirse al profesor, hubo
uno sobre Lezama que decía: “Jamás viajó ni a Nueva York ni a Roma/ José Lezama
Lima, vida vana,/entre nosotros, en su vieja Habana/se dedicó a escribir, mató
el idioma”. No tiene por qué abochornarse de ello, pero no hay dudas que fue
una pequeña contribución a la penosa situación del poeta.
Luego salta a los problemas creados durante el concierto
reclamando la liberación de los Cinco, en el Protestódromo del malecón,
causados por las alocuciones “fuera de lugar” de Robertico Carcassés. Tras lo
cual salta al más reciente caso del cineasta Juan Carlos Cremata, censurado con
motivo de la puesta en escena que dirigió de la adaptación de la obra “El rey
se muere”. Una obra de Eugene Ionesco, escrita y representada por primera vez
en 1962, pero en la cual los gobernantes cubanos se sintieron aludidos. Comenta
incluso el “inaceptable exilio” de Cremata, como si este no tuviera derecho a
hacer con su vida lo que le venga en gana. Claro, allá ese derecho no existe
todavía.
La receta del profesor Rodríguez Rivera no es la
flexibilización ni la eliminación de la censura, sino su refinamiento. Ofrece
el consejo de que todo eso (lo de Carcassés y lo de Cremata) se pudo haber
evitado con medidas de censura profiláctica. Se pregunta la razón por la cual
se dejó participar a Carcassés en el evento y por qué nadie se dio cuenta del
problema de la obra teatral antes de que se estrenara.
Culpa de lo anterior a la incultura de los encargados de
la censura, a quienes llama “funcionarios encargados de aprobar el hecho
cultural”. O sea, propone la formación de censores cultos y políticamente
probados que puedan utilizar los bozales con eficiencia.
Tras cincuenta y siete años de castrismo, y ya todo un
decenio de raulismo, lo que propone la intelectualidad oficial cubana es un
“quinquenio gris” refinado, la censura con efectividad, la censura
profiláctica. Es lógico, cuando los represores de ese ayer siguen siendo los
gobernantes de hoy. Esos parecen ser los cambios que se piden en el campo
cultural.
(Redefiniendo al
censor. Blog Diletante Sin Causa, mayo 2016)
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