Lo realmente interesante en la carta del compañero
Padura es su mención a un incidente ocurrido hace casi dos siglos entre el
crítico y promotor cultural Domingo del Monte y el poeta José María Heredia.
Heredia, “desterrado en México por sus ideas independentistas, pidió un permiso
a las autoridades coloniales para realizar la que sería su última visita a
Cuba, deseoso de ver a su madre antes de morir” y del Monte, residente en la
isla, le afeó la conducta por haber escrito una carta que le pareció servil.
Padura insinúa que él es algo así como un Heredia policiaco aferrado al
carapacho de la Mantilla de sus amores mientras que los que han rechazado la
invitación serían del Montes que por vueltas que da la historia se han quedado
en la parte de afuera de la isla. La insinuación llega un tilín más lejos y tal
parece que sus contradictores se las han arreglado para delatar la conspiración
de la Escalera hacia 1844. La maldad no conoce límites, ni siquiera los que
impone la irreversibilidad del tiempo.
Pero si se quiere que el ejemplo que propone el compañero
Padura tenga validez en estos días debería hacérsele ciertos ajustes. Primero,
por muchos esfuerzos que haga nuestro querido Padura no hay manera que le sirva
el traje de Heredia: ni por su empeño en aferrarse a su residencia en Mantilla
(un detalle que en mi opinión lo enaltece, al menos en su capacidad de
encontrar alquileres bajos) ni por un éxito editorial que supera en mucho al
que tuvo en vida el autor de la “Oda al Niágara”. Padura, compañero o escritor,
deberá reconocer que en sus circunstancias geográficas y políticas anda más
cerca del Domingo del Monte de 1836 que de Heredia. Es sin embargo un del Monte
que ha optado por no recriminar a los desterrados de este mundo que visiten su
país ya sea para ver a su madre moribunda o presentar una edición de su último
libro sino que en cambio los insta a hacerlo. (Si cursa la invitación a nombre
propio o en el del capitán general de la isla ya es otra discusión).
Si adoptamos una visión circular y budista de la vida y
no toscamente anclada en la Historia y la Política, entenderemos que esa
actitud indulgente en verdad honra al autor de la “Oda a Párraga”, nuestro
estimado Padura. Pero también habrá que aceptar que si los tristes colegas de
Heredia que andan regados por medio mundo se niegan a transformar el “Himno
del Desterrado” en el “Himno del Poeta Residente en el Exterior” acusarlos
de profesionales del odio o jornaleros de la envidia es una banalidad y un
exceso. Un exceso y una banalidad que calumnian los esfuerzos de Padura
por dominar el arte de la reconciliación, arte más complejo –y menos rentable-
que el de producir libros como “La novela de mi vida”.
(Dilema 2012:
Heredia, del Monte o el Himno del Poeta Residente en el Exterior. Blog
Enrisco, marzo 2012)
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