Cintio Vitier no gozaba de buena
reputación. Su conservadurismo estético va de la mano del hecho de haberse
convertido en uno de los poetas oficiales de la Cuba de Castro (no se convirtió
en poeta oficial pese a ser estéticamente conservador, sino al contrario,
precisamente por eso). Recuerdo ahora un drástico ensayo de Antonio José Ponte
sobre Vitier (¿dónde lo leí? ¿En el Diario
de Poesía?) y muchas otras discusiones en el mismo sentido. Mi posición no
es muy lejana a la de Ponte, pero matizada por un solo aspecto: cierta
desmesura –tal vez involuntaria– que aparece en el texto clave de su obra, que
por supuesto no es su poesía ni su narrativa –muy menores– sino un ensayo: Lo cubano en la poesía. Publicado en
1958, unos meses antes de la Revolución (la edición que yo tengo, de 2002, está
prologada por Abel Prieto, ministro de Cultura de Cuba entre 1997 y 2012), la
desmesura a la que aludo reside no sólo en el título sino en la pregunta misma:
la búsqueda de la “presencia, la evolución y las vicisitudes de lo
específicamente cubano en nuestra poesía”.
Por mi parte, la sola idea de
preguntarme por “lo argentino” en la poesía me aterra, y tal vez por eso,
porque lo opuesto me atrae, me produce cierta envidia la forma liviana en la
que Vitier formula su pregunta y esgrime sus respuestas. Obviamente, más allá
de la esforzada prosa de Vitier, y más allá de su pálido deseo, lo cubano —como
lo argentino, lo boliviano, etc.— adopta diversas formas, muchas veces
antagónicas. Lo cubano –como lo argentino, lo boliviano, etc.— es un combate de
tradiciones.
(Tartamudeo
cubano. Potemkin ediciones, julio 2016)
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