Ya en su primer párrafo yerra tres veces
el profesor Camacho. Primero, cuando afirma que fue Víctor M. Heres quien dio a
conocer el cuento como del Apóstol en la revista Archivo
José Martí (por
cierto, sin la preposición de que él añade al título. Ya deslices mínimos como
este ponen en entredicho el rigor de cualquiera), pues antes, como he
expresado, vio la luz en La Nación de Buenos Aires (20 de
diciembre de 1884, con sus iniciales J. M.) y en La
Lotería de La
Habana (22 de febrero de 1885, con su nombre completo al pie); después, cuando
insiste en que fue “recientemente” cuando hice la atribución, pues de ese hecho
han pasado nada más y nada menos que 15 años; finalmente, cuando
señala, refiriéndose a mí, que “durante un cuarto de siglo ha
tratado de probar que
pertenece al cubano”, pues en realidad un cuarto de siglo estuve
buscando pruebas que finalmente un azar ajeno me puso en las manos.
Si fuésemos a llevar este asunto hasta hoy, con cuentas claras, habría que
decir que han sido cuarenta años: veinticinco desde el encuentro en La
Lotería (sin
conocer entonces la presentación de Heres en Archivo José Martí) hasta
que demostré su paternidad y quince desde que esta se hizo pública.
Entre tantas imprecisiones en un primer párrafo resalta además su omisión de
que el dato de su publicación por Heres lo obtuvo de mi presentación en el Anuario del Centro de Estudios Martianos (2000 [i.e. 2003]), que aún no
ha aclarado cuándo la conoció.
Vayamos a su segundo párrafo. Dice
Camacho que el cuento apareció años después: ¿después de qué, le pregunto? Como
estoy de lleno en el asunto, entiendo a qué se refiere, pero ¿y el lector que
cae de pronto en su artículo? Por otra parte, le pregunto también, ¿quiénes son
esos “críticos martianos” que habían puesto en duda la paternidad martiana del
cuento y podían, tras las “pruebas” suyas que, en mi criterio, nada han
probado, pedirle “a los especialistas del CEM que sacaran este cuento de sus Obras
completas? ¿Puede citar alguno que lo haya hecho explícita
y públicamente antes
o después que él? Debe tenerse presente que Archivo
José Martí, revista que dirigía el eminente martiano Félix Lizaso,
lo acogió como suyo en 1942. Salvo en el caso de Gonzalo de Quesada y Miranda,
tuve el cuidado y el respeto de no mencionar los nombres de aquellos relevantes
especialistas cubanos en Martí que me negaron explícitamente, en forma verbal o
escrita, mi atribución hasta el momento en que el cuento se encontró en La
Nación, cuando ya para ninguno hubo dudas al respecto. Invito
también a Camacho a explicar, a los lectores que han estado siguiendo esta
polémica, ¿cuándo y cómo, por qué vía, conoció él de la existencia de las Reminiscencias
tudescas y de
la presencia entre ellas del cuento “Irma” de José Martí, “adaptado” por
Santiago Pérez Triana para adecuarlo a las características del conjunto de
narraciones que conforman su volumen de 1902? Finalmente el profesor Camacho
pidió en su primer artículo, de modo arrogante y hasta prepotente, como si
tuviera la única verdad en sus manos, a los especialistas del CEM que “lo
retiren de sus páginas y nunca más vuelvan a mencionar su nombre”. ¿Por qué no mejor sugerir, recomendar, invitar, analizar
la conveniencia de, reconsiderar el asunto?
Habría resultado más elegante y modesto, más propio de un profesional de la
investigación.
Más adelante, reiterando criterios a
favor de su negación de la paternidad martiana del cuento ya expuestos en su
primer artículo, señala que “tampoco estaba escrito en su estilo, que no lucía
ninguno de los giros lingüísticos, ni el lenguaje poético que lo
caracterizaba”. Bueno, ¿y es que Martí tuvo “un” único estilo desde Abdala hasta sus Diarios
de campaña? Es evidente que no, y Camacho mismo lo conoce, pues
recién acaba de rescatar unos cuantos textos martianos desconocidos hasta el
presente, que fueron reproducidos en su momento en periódicos de países de
América Latina y que si no fuese porque aparecieron originalmente en El Economista Americano, que
el cubano escribía casi en su totalidad, nadie se atrevería a afirmar que
fuesen suyos (No obviar que en mi presentación original del cuento yo aludía a
la no coincidencia de su prosa en el cuento con la maestría y originalidad ya
alcanzada por él en la de sus crónicas). Reitera asimismo su peregrina idea de
que para escribir sobre un lugar o ambientar una narración en un sitio se
requiere haber estado en el mismo. No ha tenido en cuenta mi referencia al
primer cuento de Rubén Darío, también ambientado en una Alemania medieval, sin
que él hubiese visitado ese país y mucho menos vivido en el medioevo. Como han
expuesto algunos comentaristas de este segundo artículo suyo en torno al asunto
que nos ocupa, no son pocos los casos en que notables autores han descrito
países y costumbres sin conocerlos de modo directo. El propio Martí, por
cierto, es una prueba fehaciente de ello. Recuérdense, si no, por solo citar
tres ejemplos, sus maravillosos textos sobre el terremoto de Charleston, la
Exposición de París y la tierra de los anamitas (esta última mencionada por un
lector comentarista), que pueden leerse hoy como trabajos modélicos. Y concluye
esta parte de su dúplica con la siguiente pregunta: “¿Hay acaso argumentos más
sólidos que estos para rechazar la paternidad martiana de este cuento?” Claro
que sí: muchos años antes de que Pérez Triana diese a conocer su “versión” de
“Irma” (hasta el momento solo se tiene evidencia de la de 1902 en Reminiscencias
tudescas, lo demás son suposiciones y sugerencias de Camacho que
ojalá no necesite veinticinco años para demostrar de modo más sólido su tesis
de la posible primacía del texto del colombiano sobre el del cubano) ya la de
Martí había aparecido (1884) con sus iniciales en un diario donde publicaba
regularmente sus correspondencias o cartas desde Nueva York y que es difícil
imaginar que pudiera atribuirle un texto aparecido antes bajo el nombre de otro
autor o de forma anónima, y en una revista de La Habana (1885, aquí con su
nombre y apellido), ciudad donde ya era conocido aunque no se le publicaba o
aludía aun con la frecuencia en que se haría a partir del año siguiente (como
me consta por la investigación que desarrollo en estos momentos a través de la
prensa habanera epocal).
En apoyo a sus tesis negadoras, no ya de
la paternidad martiana del cuento sino también de las pruebas aportadas por mí
a favor de ella, Camacho acude al propio Martí y a sus recientes experiencias
que han dado como fruto esos dos pequeños volúmenes con textos desconocidos
suyos (aunque no los mencione). Si bien es cierto que en el XIX los editores de
periódicos y revistas en ocasiones “no escribían ni siquiera el nombre del
autor, no reproducían de forma íntegra las crónicas y a veces las atribuían a
un escritor equivocado”, en este caso estamos hablando de una obra literaria
que, en dos publicaciones de ciudades distintas y geográficamente lejanas y en
fechas diferentes, aunque relativamente cercanas, aparece con las iniciales de
Martí o con su nombre completo, aunque en la segunda no se ofrezca la fuente de
procedencia. Pero cuando en su carta a Mercado Martí expresaba que “las toman
donde las hallan” se refería a sus crónicas periodísticas, no a piezas
literarias que, por demás, no publicaba con frecuencia entonces.
Y seguidamente entramos en un aspecto
interesante de esta dúplica suya. En mi artículo le preguntaba si conocía las
estrechas relaciones de colaboración entre Martí y Pérez Triana. Ahora las
alude someramente y dice que ambos fundaron en Nueva York (1887) la “Sociedad
Literaria Hispano-Americana” (aclaro que el artículo antepuesto por Camacho al
nombre de la institución no forma parte de él. Ojo con estas pequeñas pifias.),
en cuya inauguración “Martí se expresó de una forma muy elogiosa sobre el
colombiano” y a continuación cita unas pocas palabras del comienzo de ese
“supuesto” discurso homenaje a Santiago Pérez Triana. Doble error en el texto
de Camacho, aunque no achacables del todo a él. En primer lugar, esas palabras
de Martí no se pronunciaron en la inauguración de la Sociedad en 1887, sino en
un homenaje de la misma ocurrido al año siguiente, aunque ello no se precise en
la edición de las Obras completas de la década de 1960 a cargo de
Gonzalo de Quesada y Miranda. O sea, que la conclusión errónea de que las
palabras fueron pronunciadas en la sesión inaugural es todo un aporte suyo.
Pero, además, como defensor de Pérez Triana, Camacho debe conocer su vida y su
obra; por tanto, si hubiese leído completo tal texto de Martí (algo que
evidentemente no hizo para esta ocasión), cuando menos le hubiese asaltado la
duda de si se refería en verdad a Santiago Pérez Triana (como se anota al pie
en las OC y él acepta) o a otra persona
de similares nombre y primer apellido, o sea, a su padre, Santiago Pérez
Manosalbas (1830-1900), Socio de Honor de la Sociedad, llegado a Nueva York a
mediados de abril de 1888 (o sea, cuando ya la entidad llevaba meses
existiendo) y homenajeado por ella en una velada efectuada el 16 de junio de
ese año, ocasión en que Martí ocupó la tribuna para pronunciar las palabras
recogidas, con el error sobre la identidad del homenajeado y sin la precisión
en la fecha de la celebración, en la edición citada de las OC,
deficiencias que, suponemos, aparecerán rectificadas en el tomo correspondiente
de la edición crítica en proceso de publicación. No voy a hacer más extensas
estas notas citando aquellas expresiones del discurso martiano que cuando menos
debieron alertar a Camacho, pero le sugerimos que lo lea completo con cuidado.
Y, por favor, que no vaya a echar la culpa de los desaciertos de Quesada y
Miranda a quienes nada tuvieron que ver con aquella edición.
Como poseo y he expuesto pruebas en mi
parecer suficientes para mantener mi criterio de que “Irma” es de José Martí y
que lo que hizo Pérez Triana fue “adaptarlo”, “adecuarlo” al conjunto en que lo
incluyó o hasta “plagiarlo”, no considero haber hecho “acusaciones injuriosas”
para “manchar la reputación” de Pérez Triana, si es que a él y solo a él se
refiere Camacho bajo el sintagma “algún escritor”. No pongo en duda la amistad
y la colaboración entre ambos y, aún más, asumo plenamente las informaciones y
valoraciones de Enrique López Mesa en su enjundioso artículo en proceso de
publicación “Santiago Pérez Triana: un colombiano singular”, que tuvo la
gentileza de remitirme y podrá leerse oportunamente. No soy yo, por cierto,
quien debería “explorar otras hipótesis que no sean las del ‘plagio’”, pues
numerosas pruebas he aportado a favor de mi tesis y esta del plagio no estuvo
nunca en mi pensamiento hasta que Camacho dio a conocer su tardía impugnación a
la paternidad martiana del cuento y su atribución a Pérez Triana una vez
detectada su “versión” en las Reminiscencias tudescas.
Recomiendo a Camacho localizar publicaciones de entonces, rastrear en ellas no
solo en busca del cuento, sino también de referencias indirectas que puedan
permitirle algo más que suposiciones y sugerencias no bien fundamentadas.
Aunque López Mesa demuestra fehacientemente que Pérez Triana fue consecuente
con su posición a favor de Cuba y de Latinoamérica, que escribió un elogioso
artículo con motivo de la aparición de Versos libres en 1891, no deja de llamarme la
atención una frase de Martí en su carta testamento literario a Gonzalo de
Quesada y Aróstegui, donde le orienta que para completar seis volúmenes de sus
obras en caso de necesidad, podría escoger los trabajos aparecidos en La
Opinión Nacional, La Nación, El
Partido Liberal, El Economista Americano y los de La
América “hasta
que cayó en Pérez”, frase que, en mi criterio, parece signo de distanciamiento
suyo de la revista.
Por notas y comentarios sobre La
América en la
prensa habanera, conozco que hacia mediados de 1887 Pérez Triana compartía su
dirección con Diego Vicente Tejera, pero para entonces no se mencionaban ya
trabajos de Martí en las notas y comentarios de dicha prensa sobre la revista,
donde, sin embargo, al menos en enero y marzo, se habían publicado artículos
suyos no registrados en su bibliografía, aunque uno de ellos ha sido muy
buscado. ¿Hubo alguna desavenencia en esos momentos entre Martí y Pérez Triana
en torno aLa América u otra circunstancia, tal vez
relacionada con el proyecto de la Sociedad Literaria Hispano-Americana sobre el
que López Mesa asegura que Martí tuvo una “inicial reserva”? Para terminar con
este aspecto de la dúplica suya le pregunto a Camacho si cree de veras que
existan especialistas en la obra de Pérez Triana que puedan decirnos “dónde y
cuándo publicó por primera vez estos cuentos”. Me temo que no, pero, al igual
que él, dejo abierta la posibilidad.
Por un momento voy a darle un mínimo de
credibilidad a su sospecha y sugerencia de que “Irma” apareció en otra (hasta
el momento no ha hablado de ninguna) revista de Nueva York (o de cualquier otro
sitio, podría acotarse), donde ambos vivían entonces, con el nombre equivocado
o de forma anónima, y que quienes recibieron tal publicación fuera de Estados
Unidos “reprodujeron el de Martí [no me queda claro si se refiere al cuento o
al nombre] o simplemente asumieron que era suyo”. Hasta ahí esta sería una
propuesta atendible para abrir una nueva perspectiva en la investigación al
respecto. Pero tal tesis se me desmorona cuando comparo las versiones
atribuidas por mí a Martí con la de Pérez Triana en sus Reminiscencias
tudescas. Como ya expresé en otro lugar, la versión de La
Lotería presenta
variantes en relación con la deLa
Nación que la
mejoran en algunos aspectos, por lo cual aventuré que tal vez fue el propio
Martí quien la envió a la revista habanera de Triay con las correcciones (Se
conoce cuánto se quejaba Martí de las atrocidades cometidas con sus textos periodísticos
en el proceso editorial.). La versión de Pérez Triana es bien diferente de la
de Martí en muchos aspectos, no solo en la inclusión del epígrafe en alemán y
del extenso párrafo inicial. Quien erró en la atribución del cuento a Martí
¿además los suprimió y cambió otras cosas a su antojo? ¿Con qué objeto? ¿Cómo
podría explicarse este asunto?
Me apena que Camacho haya asumido que yo
tomé su crítica de una forma personal, pero me veo en la necesidad de
replicarle que en ningún momento expresé que él la hubiese publicado “en este
preciso momento para estropear mi viaje por Estados Unidos”, del que
posiblemente no tuviese la más mínima noticia. Pero si en verdad su “propósito
al escribir este ensayo [¿no quedamos en que se trataba de una breve nota, cuando
más de un artículo? ¡Cuánta presunción la suya ahora!] fue rectificar la
bibliografía de Martí y encaminar la investigación por otro rumbo”, ¿a qué
tantos ataques, invectivas y mandatos, a quienes como yo y el Centro de
Estudios Martianos en este específico caso, se entregan a esa labor que, al
parecer, solo él puede llevar a cabo de manera correcta? ¡Cuánta soberbia!
(“Irma”
sigue dando que hablar. Cubaencuentro, mayo 2016)
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