El caso de Pedro Juan Gutiérrez es distinto. Su
visión es pesimista y ácida, sus personajes oscuros, quejumbrosos, y viven la
dura vida cotidiana de la Cuba de los años noventa. Hasta ahí bien. El problema
con Pedro Juan es su actitud política mal asumida y mal aplicada ante los
mismos problemas que desarrolla Eliseo. Aunque no se pueden negar sus méritos
literarios, la facilidad de crear buenas historias al interior de esa Habana
“negra”, nos da la impresión de que el escritor de la Trilogía sucia se
valúa en parte por su literatura, pero también por la actitud que toma frente a
los problemas de su país. Habíamos dicho que cuando asuntos de orden político
se manejan con soltura y sin tanto rigor dentro de la órbita literaria, corren
el riesgo de no ser tan legítimas a falta de reflexión y de sustento. En
realidad, nos gusta el Pedro Juan que hace una serie de relatos perversos
teniendo de telón de fondo la atmósfera dura de los años noventa en Cuba.
Literariamente logra salir a flote, ya que es capaz de crear historias de la
Habana sucia, la Habana derruida, la violencia, la prostitución, las mujeres
sin empleo que terminan jineteando en los sitios turísticos, la droga, la
burocracia, la represión, la mentira, el hartazgo de un país donde nada
funciona, donde todo está derrumbándose, pudriéndose. Ahora bien, si tomamos al
pie de la letra lo que dice Pedro
Juan de Cuba, lo primero que nos viene a la mente es, sin duda, qué hace
viviendo al interior de la isla. Sin embargo, nosotros leemos literariamente la Trilogía sucia y nos
satisface; el problema es que Pedro Juan hace también una crítica explícita y
abierta al sistema cubano, es decir, suelta una serie de opiniones políticas,
pero en este caso sin ningún sustento, sin respeto alguno, entrando en un
ambiente de escisión, lo que obliga a puntualizar algunos asuntos de su libro.
Acaso, el de Pedro Juan hubiera sido un excelente
libro de relatos eróticos, si se hubiera concentrado en la elaboración y
desarrollo de sus historias perversas. En ese terreno, Pedro Juan tiene la
suficiente inventiva y calidad para mantener episodios y episodios de amantes,
ex amantes, ex-ex amantes que mal viven en lo que a su juicio es la peor Cuba
de la historia. Así, nos hemos divertido con la historia de un hombre que
“templa” con una mujer distinta cada semana, que consigue ron y cigarros quién
sabe de dónde, que se las ingenia para vivir como un cuasi-beatneak en un país
del tercer mundo. Nos hemos divertido con las historias secretas de esa Habana
sucia: drogadictos, asesinos, psicópatas…un hombre sin piernas que antes fue un
superman con un pene de treinta centímetros que cada noche eyaculaba ante un
público que en su primera fila tenía una multitud de homosexuales aventándole
dinero. Ese es el Pedro Juan que nos satisface: el que hace pequeñas historias
llenas de humor negro, llenas de sarcasmo, de ironía, de irreverencia, de
talento literario. No nos llena tanto, en cambio, el Pedro Juan que subordina
sus historias a sus opiniones políticas, el que inventa el relato de una
viejecita que se murió de espanto cuando se cayó el muro de su casa porque el
gobierno no invirtió en el cuidado de sus edificios; o aquella otra del hombre
al que le censuraron unas fotos eróticas, cosa que empujó a que su hijo se
arrojara a las drogas, o la del homosexual que se suicidó porque no lo aceptaba
la sociedad…actos que serían más verosímiles si no estuviera uno pensando en
los conflictos que Pedro Juan trae con el sistema. Hay, pues, una subordinación
de sus temas a lo político, cosa molesta, ya que hubiera sido más sencillo que
expusiera de manera directa lo que piensa de Cuba. ¿De quién es entonces la
censura?
Entonces queda un discurso que no acaba de
consolidarse como una gran narrativa, y que tampoco llega a ser una crítica analítica,
fundamentada. En Pedro Juan no hay reflexión: hay una “tira mierda” por todas
partes, no hay análisis, y sólo se escuchan quejas y quejas, que lo hacen
adoptar esa vieja actitud del mártir, del que se otorga valor por estar en
contra de lo establecido. Pedro Juan quiere ser un escritor maldito en la
Habana de pleno fin de siglo XX, pero eso sólo le incumbe a él: a nosotros nos
interesa su literatura y lo que ella ofrece. Y entonces el vagabundeo de sus
personajes, sus prácticas libertinas, su actitud rebelde ante el infierno en el
que viven, quiere construir la imagen de un héroe anti dogmático y libre, héroe que se
regodea en lo grotesco, y que demuestra lo que pasa en su país.
(Cuba.
Tonalidades de la disidencia. Revista Círculo de Poesía, noviembre 2010)
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