Confieso que escribo estas palabras
con cierto temor, y ciertas dudas, de parecer injusto. Acabo de leer la
entrevista que ha publicado la agencia española EFE y, en muchos momentos,
achaco mi estupor al leer tus declaraciones al hecho bastante usual ya de que
un periodista elija y publique las partes de las respuestas de su entrevistado
que más le convienen o le gustan. Es un mal bastante común, aunque detestable,
del periodismo actual.
Mi estupor nace de nuestra amistad,
de mis recuerdos sobre tu opinión en muchas conversaciones acerca de nuestra
Habana, nuestra Cuba y sus circunstancias. Nace también mi asombro de saberte
un profundo conocedor de la vida de nuestro pueblo, de considerarte un muy
serio analista de la siempre convulsa y compleja realidad nacional de nuestra
isla.
De ahí que, y especialmente en los
momentos actuales, me resulten superficiales, injustas, evasivas e incluso
anacrónicas esas aseveraciones.
Las considero, además,
preocupantes, pues parece ser esa la tónica actual del discurso de nuestros
colegas de la cultura. Y digo esto porque en los últimos días, con mayor
insistencia luego de la visita de Obama, he leído, visto y escuchado puntos de
vista similares en numerosas intervenciones de escritores, artistas e
intelectuales de la isla (la mayoría de ellos disfrutando de eventos o
estancias en Estados Unidos y otros países gracias al “intercambio cultural” y
a los nuevos tiempos de relaciones del mundo con Cuba). Preocupan porque no son
estos tiempos para discursos evasivos.
Imagino que cuando dices que “poco
a poco las cosas se van suavizando” en Cuba, te refieras a que hoy hay muchas
más permisibilidades, sobre todo en nuestro entorno de la cultura. Pues si bien
es cierto que aún hay casos bastante evidentes de represión intelectual y
censura, las mordazas con las que el régimen tuvo controlados a los creadores
durante décadas han aflojado bastante, como lo demuestra el simple hecho de que
algunos colegas que antes sólo murmuraban sus críticas gubernamentales en la
más profunda intimidad, hoy “se arriesgan” a hacerlas públicas en escenarios
nacionales e internacionales, aunque con la serpéntica agudeza de no enjuiciar
a los verdaderos culpables de nuestro desastre nacional.
Como seguro recuerdas, a ti y a mí,
nuestros vecinos de Centro Habana no nos consideraban escritores: “ustedes son
de los nuestros”, nos decían, porque nos veían hacer las colas del pan, comprar
ron clandestino, vender o comprar en el mercado negro cotidiano alguna que otra
cosilla, sentarnos en short en las aceras a conversar con “los aseres del barrio”.
¿Realmente crees que para ellos también “las cosas se van suavizando”? Yo estoy
forzadamente condenado a un destierro a miles de kilómetros de nuestras calles
Perseverancia y San Lázaro, pero ni un sólo feedback de los cientos que recibo
desde Cuba cada día me hacen pensar que hoy la vida es más suave. Todo lo
contrario: la miseria es hoy mayor como demuestran las propias cifras oficiales
del gobierno, de la oposición y de los organismos internacionales; el abismo
entre quienes tienen mucho y quienes muy poco o nada tienen se ha triplicado
desde que Raúl Castro comenzó sus reformas; el propio régimen reconoce en sus
reuniones “exclusivas” previas al Congreso del Partido que la prostitución, la
insalubridad, la depauperación habitacional, la corrupción administrativa son
hoy problemas acuciantes, e incluso el estado de la salud, la educación y la
seguridad social han sufrido claros retrocesos. Y aunque hoy pueda haber más
timbiriches en la isla que permiten a unos pocos cubanos sobrevivir; aunque
otros otros pocos se conecten a internet en los puntos wifi, etc., también las
encuestas (y las simples conversaciones con los cubanos de a pie) indican que
el mayor sueño de la mayoría es emigrar para escapar de la asfixia, como han
hecho desde fines del 2015 más de 70 mil cubanos en el cuarto mayor éxodo
migratorio en estos 57 años de castrismo. Y en este punto, como dato curioso y
para aclarar más a qué me refiero cuando hablo de “evasivas”, recuerdo las
intervenciones de tres colegas, que han disertado en universidades
norteamericanas, y achacan exclusivamente este “exodo” al runrún de que se
acabará la Ley de Ajuste Cubano, pero olvidan muy convenientemente aquella
máxima: “Cuando un pueblo emigra, sus gobernantes sobran”, de una exactitud
innegable, la haya dicho nuestro José Martí, como aseguran algunos, o Margaret
Thatcher, como aparece en otras muchas fuentes.
Cuando dices luego: “Hay que
olvidar los rencores y los odios. Yo creo que hay que partir de cero y decir:
de aquí, del presente, en adelante. Pero si te pones a pasar cuentas y a pasar
facturas es la historia de nunca terminar”, me pregunto: ¿Quién insiste hoy en
pasar factura?. El exilio cubano o los afectados económicamente por las leyes
“revolucionarias” han cambiado mucho. No vale ya insistir con ese viejo
fantasma de que los cubanos exiliados pedirán cuentas a quienes hoy ocupan sus
ya irreconocibles e insalvables propiedades. Aunque ciertamente hay pequeños
sectores de algún modo más anclados en esas ideas, los cubanos, durante estos
57 años, hemos demostrado, en ambas orillas y en muchas ocasiones, que llegado
el momento estamos dispuestos a sentarnos a conversar, olvidando diferencias,
con la vista puesta en reconstruir ese país ruinoso que el castrismo sigue
empecinado en hundir más, pretendiendo ahora demostrar que “la Revolución”
puede continuarse aplicando las leyes típicas del capitalismo que por décadas
nos obligaron a combatir. Dejando a un lado que no es justo pedirle a nadie que
olvide su dolor, sus muertos, sus vidas frustradas por culpa de un engendro
totalitario como el impuesto por Fidel antes y ahora por Raúl, es injusto
pedirle a los cubanos que olviden, que no pasen factura, que hagan borrón y
cuenta nueva… simplemente porque la mayoría de nosotros (incluso muchas
víctimas horrorosamente heridas) ya hemos demostrado que queremos hacerlo. A
quien hay que decirle eso –no pedirle, exigirle– es a quienes nos hicieron el
daño, a quienes no han pedido perdón por sus errores. Y esos tienen nombres y
apellidos: Fidel y su camarilla hasta el 2006, Raúl y su cohorte de militares
neocapitalistas, y esos herederos neocastristas que pretenden eternizarse
asumiendo con cinismo el batón del poder y preparándose ya para sentarse en el
trono o controlar el timón del gobierno desde la sombra.
Las evidencias, querido Pedro Juan,
son aplastantes: la inmensa mayoría de las opiniones del pueblo cubano (el de
la isla y el exilio) que se escucharon antes, durante y tras la visita de Obama
demuestra que la gente quiere perdonar, dialogar, unirse en las diferencias,
tener la oportunidad de construir otro país. Y las únicas voces que siguen
ancladas en el rencor, el odio, las divisiones del pasado son precisamente el
gobierno de Raúl, sus voceros (esos usuales tontos útiles), la vergonzosa
prensa (que insiste ahora mismo en seguir anunciando una guerra que ya Obama,
en su cara, les ha dicho que no existe) y, aún peor, ese resucitado Fidel
Castro cuya más reciente “reflexión”, que espero hayas leído, parece escrita
desde una trinchera de La Habana en plena Crisis de los Misiles. ¿Crees que
luego de tanto sufrimiento, de estar tan maniatados durante décadas, de tantas
muertes, tanto destierro y tantas mordazas, los cubanos podríamos pronunciar
esas absurdas afirmaciones que Fidel Castro cínicamente pone en nuestra boca,
olvidando que él nunca, y mucho menos ahora, se ha ganado el derecho a hablar
en nombre de nuestro pueblo? ¿Crees que
pedirá perdón y saldrá por su propia decisión de su atrincheramiento en el
pasado, el odio y el rencor, alquien que es capaz de afirmar tan cínicamente:
“No necesitamos que el imperio nos regale nada (…) Somos capaces de producir
los alimentos y las riquezas materiales que necesitamos con el esfuerzo y la
inteligencia de nuestro pueblo”?
Tampoco, querido Pedro Juan, ha
cambiado nada para bien en el tema de la libertad de opinion y el respeto a los
Derechos Humanos. Sé que no eres un hombre apegado a las tecnologías e imagino
que sigas sin acceso a internet, como cuando vivíamos en nuestra cuadra en
Centro Habana. Sólo así puedo entender que digas que “las cosas se van
suavizando. Es un proceso natural de modernización que también se va a ir
produciendo, supongo yo, en las estructuras políticas y en las formas de
dirigir la sociedad, de que haya más acceso de diferentes opiniones…”.
En su discurso junto a Obama, Raúl
Castro dejó claro que ellos entienden esos temas de un modo muy distinto.
Prefieren reprimir, controlar, y por ello hoy sólo permiten aquellos discursos
tímidos, nada peligrosos, y usualmente evasivos (es decir, que no apunten a su
responsabilidad en el desastre político y económico de nuestra isla), pues así
ofrecen al mundo una imagen de tolerancia y de apertura. Por ello, como
demuestran los hechos que en miles de sitios de internet envían desde Cuba los
opositores y miles de cubanos descontentos, creo que, además de la falta de
información por no tener internet o no poder leer otra prensa, eres víctima de
la propaganda engañosa del gobierno. O quizás tu vida ya no sea tan activa como
años atrás, de modo que puedas verificar que la realidad es otra a la que
pintas en esta respuesta. Basta ver la realidad del día a día en Cuba para
darse cuenta de que las estructuras políticas siguen intactas en su
atrincheramiento ideológico de tiempos de la Guerra Fría; para saber que la represión
hoy es tres veces mayor que antes y que los métodos represivos contra la
oposición son cada vez más descarados y públicos, pues Raúl ha visto cómo
Estados Unidos, la Unión Europea y las instituciones internacionales han puesto
a un lado ese tema priorizando los negocios con Cuba; para comprobar cómo, pese
a esa represión, los opositores se organizan, se unen, se lanzan a las calles y
crean programas que buscan que el pueblo redescubra su derecho a decidir el
rumbo que quiere para su país.
Pero te confieso, querido Pedro
Juan, que lo que más me apena es que en todo ese proceso de silenciosa revuelta
social, moral y de conciencia que vive hoy Cuba, nuestro gremio, como siempre,
prefiere seguir mirándose el ombligo, prefiere acudir a eufemismos que disfracen
sus miedos y preserven los ridículos espacios que el monopolio cultural del
régimen les permite. ¿Hasta cuándo los intelectuales tendremos que esperar a
que nos digan —”no es el momento todavía” (como te han dicho a ti con tu novela
Trilogía sucia de La Habana y con la película El rey de La Habana), para que
nuestras obras, nuestras opiniones y nuestro papel en la sociedad sea
reconocido?
Si es cierto, como dicen todos esos
colegas, que ya se puede hablar, que ya se puede criticar, que ya es posible imponer
un criterio diferente al oficial, ¿dónde está la postura unificada de nuestro
gremio pidiendo que, de una vez, sea el terreno más propicio para la libertad
de opiniones, la diferencia de criterios, el caldo de cultivo de un pensamiento
social plural y dialogante que remueva las estructuras hoy arcaicas e
ideologizadas que el castrismo ha impuesto a nuestra nación? Si es cierto que
hay esa apertura en el terreno cultural: ¿por qué tienes que esperar tú, o
Ángel Santiesteban, o Rafael Alcides, o incluso Leonardo Padura, a que un
funcionario, bajo un criterio político absurdo, decida que “ya es tiempo” para
publicar un libro o poner una película en un cine? No pido a ningún colega que
se incinere como me incineré yo hace unos años. Hoy, según muchas visiones, “ya
se puede”. Entonces, por sólo poner dos ejemplos de lo que mucho que habría que
lograr, ¿dónde están las voces de nuestros colegas exigiendo que (ya que no hay
dinero para publicarlos) se deje circular en Cuba los miles de títulos de todos
esos autores que han convertido a la literatura y la cultura cubana de la
diáspora en uno de los fenómenos más hermosos de resistencia cultural en todo
el mundo?; o ¿por qué, al tiempo que disfrutan de los viajes, becas y premios a
Estados Unidos mediante el “intercambio cultural” abierto por Obama, nuestros
colegas del gremio no exigen al régimen que ese intercambio deje de ser en un
sólo sentido y que profesores, escritores, artistas, cubanos de la diáspora o
extranjeros que no comulgan con el régimen puedan “intercambiar” con
instituciones en la isla?
Yo también, como tú, quisiera que
antes de morir se publiquen en Cuba todas esas novelas mías de la marginalidad
social que escribí viviendo allá en tu mismo barrio y que fueron censuradas.
Quisiera además que mis lectores cubanos, que por suerte son muchos aunque se
vean forzados a leerme clandestinamente, puedan ver esas otras novelas que he
ido publicando en estos 10 años de destierro. Pero si estoy insistiendo en que
nuestro gremio ocupe de una vez el lugar que debiéramos tener en nuestra
sociedad para exigir el cese del monopolio político sobre la cultura cubana, es
porque no estoy dispuesto a que publicar en mi país sea una pose teatral del
poder político para dar imagen de tolerancia o un “favor misericordioso” de
quienes han censurado y siguen censurando hoy a centenares de escritores
cubanos en la isla y en el exilio.
Finalmente, querido Pedro Juan,
pienso mucho en esa frase tuya: “Mi lucha continua ha sido escapar de la
pobreza total. Y poco a poco se ha ido convirtiendo en el tema de mi obra. No
lo escogí yo: fue la pobreza la que me escogió a mí“.
Como tú dices, a nosotros nos
escogió la pobreza, y sus terribles espacios han sido escenario, personaje y
tema de nuestras obras. A tu respuesta yo añadiría que lo vergonzoso es que
cinco décadas después la pobreza siga siendo nuestro tema en un sistema social
que, supuestamente, debía eliminarla. Y aunque vivir diez años en la
“locomotora” de Europa me ha llevado a otros asuntos para mis libros, aspiro a
que la vida, alguna vez, en referencia a Cuba, me coloque ante otras historias,
igual de humanas, aunque quizás no tan desgarradoras como esas de quienes
durante 57 años se vieron obligados a vivir en la miseria, la marginalidad y la
promiscuidad social en un país que el gobierno le vende al mundo como el
paraíso. No quiero que la vida de mi pueblo siga estando signada por esa
pobreza que, como muy bien dices, “siempre es sórdida, escatológica, morbosa,
aplastante y preocupante”. Y por eso, y para eso, los cubanos debemos llamar de
una vez a las cosas por su nombre. Y los intelectuales, que se supone seamos la
voz de la sociedad, no podemos seguir mirándonos el ombligo y poniéndole
etiquetas dulces a realidades tan duras.
Espero recuerdes la solidez de
nuestra amistad y sepas entender que aunque mis palabras suenen duras (las
circunstancias actuales no están para medias tintas, repito), las escribo desde
el respeto, la admiración y mi profunda convicción en el valor del diálogo.
(Si es que en verdad ya se puede hablar. Blog A Título Personal,
abril 2016)
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